PORQUE SÁNCHEZ QUIERE

ABC-IGNACIO CAMACHO

El aspirante ha declinado la investidura. Suyo es el fracaso. En sentido «técnico», como diría él, no se ha presentado

SE veía venir. El sainete bufo de la investidura no iba a estar completo si los comediantes no se las apañaban para meter también al Rey por medio. Después de arrasar el prestigio de las instituciones, de utilizar el Congreso como una barraca de feria y de perder el respeto a las obligaciones elementales de la representación del pueblo, esta nomenclatura mediocre e irresponsable aún ha tratado de arrastrar al cieno a la única instancia del Estado que conserva su crédito. No les bastaba con provocar en la gente un inmenso cabreo ni con burlarse del procedimiento constitucional hasta el límite de la tomadura de pelo. No les parecía suficiente con forzar de manera esquinada y tramposa las reglas del juego. No se quedaban satisfechos con su farsa de negociaciones huecas y su pavoneo egocéntrico. Con tal de cubrirse las vergüenzas del esperpento han considerado menester organizar a última hora una torpe intriga de filtraciones y ruegos para implicar a la Corona en el enredo.

El papel del Monarca en la formación del Gobierno está tasado en el Artículo 99 de la Carta Magna. Los constituyentes estudiaron diversas fórmulas y escogieron la más simbólica y limitada, aunque es cierto que la plasmaron con una redacción demasiado abstracta. Pero la posibilidad de que el Rey actúe como un facilitador, como en Bélgica, o un intermediario no está contemplada; el modelo es el de una fuerte restricción de las funciones de la monarquía parlamentaria. Son los agentes políticos los que han de asumir el protagonismo y comunicar luego a La Zarzuela lo que hayan –o no– decidido. El Jefe del Estado se atiene a lo que le digan con un margen de intervención mínimo. No es su decisión: es la de los partidos. El borboneo pasó a la Historia cuando Felipe VI accedió al Trono con el compromiso de ceñirse a la ley en su sentido más estricto.