IGNACIO CAMACHO – ABC – 19/03/16
· No se puede estar más fuera de lugar: una petición improcedente, un interlocutor inapropiado y un momento inoportuno.
El día en que Europa se jugaba gran parte de su futuro, Pedro Sánchez no tuvo mejor idea que presentarse en Bruselas a gestionar el suyo. Con deslumbrante sentido de la oportunidad y visión diplomática de largo alcance, el hombre que quiere gobernar España aprovechó la cumbre sobre los refugiados para buscar entre los líderes de la izquierda un celestino político.
Agarró en un pasillo a Alexis Tsipras, otra esclarecida minerva, y le planteó a portagayola el gran problema de la UE: que cierto arrogante muchacho con coleta no le deja a él estar allí como presidente del Gobierno. Así que sin mayores preámbulos le colocó al griego sobre los hombros la urgente encomienda de allanarle el camino. He aquí un líder generoso, comprometido y solidario; lo que se dice un estadista.
Tsipras, que tampoco es Adenauer, administra un país en bancarrota al que el éxodo sirio arrastra hacia una descomunal catástrofe humanitaria. Decenas de miles de personas duermen allí al raso y en la vergüenza del campamento de Idomeni halla la comunidad internacional el símbolo de una emergencia descontrolada. En Grecia no queda un euro, el Estado está en quiebra, sus playas son un cementerio de espuma y sobre sus arruinados ciudadanos recae la presión de un tránsito masivo de desesperados emigrantes.
Un panorama social para poner de los nervios al gobernante más templado y capaz, cualidades que en todo caso no adornan al dirigente de Syriza. Y fue a él, precisamente a él, a quien Sánchez eligió como alcahuete de sus menesterosas pretensiones. En el instante adecuado y en el sitio justo. Y para que el mundo se enterase de su pertinente cuita se hizo acompañar de una cámara y relató con solemne orgullo en Twitter este momento estelar de la Humanidad, la más alta y trascendente ocasión que ha visto el siglo: que le he dicho a Tsipras que a ver si habla con Pablo Iglesias de lo mío.
No se sabe si es más triste el patético intento de un aspirante dispuesto a implorar en público la intercesión en los asuntos de su país de un mandatario extranjero, con la consiguiente ignorancia del más elemental modusoperandi político, o su sonrojante ausencia del sentido del ridículo. La combinación de ambos errores, expresada sin pudor como una muestra de brillante inteligencia estratégica, manifiesta una asombrosa falta de sensibilidad para distinguir las ideas de las ocurrencias, la seriedad del esperpento.
Desnuda al mismo tiempo la obsesiva recurrencia de su empeño personal, a despecho de cualquier circunstancia, y un desconocimiento abismal de las reglas de decoro de su propio oficio. No se puede estar más fuera de lugar: una petición inadecuada, un interlocutor inapropiado y un momento improcedente. Inexperiencia, inoportunidad y despropósito. La demostración en un minuto de escasa gloria de que a la política conviene llegar siquiera someramente aprendido.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 19/03/16