En España, Portugal suele considerarse un país simpático, pero más pobre y atrasado, aunque en los últimos años la brecha se ha ido reduciendo rápidamente gracias al crecimiento portugués y el estancamiento español. Respecto al “atraso”, en política hoy España está mucho peor, con nuestros separatistas depredadores y la paleoizquierda populista, más cercana al Grupo de Puebla y el narcosocialismo que a otra cosa. Las elecciones del domingo se han limitado a confirmarlo. Y ahora la pregunta es si podemos aprender algo del cambio portugués y qué efectos podría tener en nuestro gran trozo de la península común.
El Partido Socialista portugués es mucho más decente y mejor administrador que el ineptocrático y archicorrupto PSOE. Lo demostró que el primer ministro socialista António Costa dimitiera por propia iniciativa cuando la fiscalía le imputó un caso de corrupción, y los indicadores económicos portugueses han mejorado: tiene menos deuda pública y déficit que España, mientras el PIB per cápita se va acercando. ¿Así pues, cuál es la razón del cambio electoral del domingo?
Quizás la inenarrable corrupción del PSOE y su deriva autoritaria, bien conocidas en Portugal, han podido perjudicar con un efecto reflejo a socialistas e izquierda lusa en general. No sería la primera vez en la historia, por cierto, que la política española influye en la del vecino; más bien es algo habitual desde Aljubarrota.
Hartazgo de una agenda ideológica woke
Por otra parte, está la casi constante tendencia a la baja de la izquierda en Europa; en los países nórdicos está obligando a las socialdemocracias a asumir políticas tachadas de ultraderecha por la propaganda fide sincronizada sanchista, como el control de la inmigración y la expulsión expeditiva y masiva de ilegales. Aunque la burbuja político-mediática al estilo del grupo Prisa siga imperturbable en la negación, se nota un hartazgo creciente de las sociedades europeas con la agenda de ideología de género obligatoria, ecologismo integrista de salón, relativismo cultural, wokismo y resto de la agenda 2030.
Una prueba sugerente, que ha pasado casi inadvertida, es el reciente rechazo masivo de Irlanda a la reforma del lenguaje constitucional que afectaba a las mujeres y a la familia, pese a estar consensuada por todos los partidos políticos importantes. De manera que el cambio político en Portugal, el rechazo de la reforma constitucional en Irlanda y la práctica evaporación de la izquierda tradicional en Francia o Italia, más la pragmática adaptación nórdica a nuevas emergencias sociales, parece trazar un crepúsculo de la izquierda que también expresa la desesperación del PSOE por mantenerse como sea en el poder.
Portugal y España tienen dos historias casi paralelas que a veces se han entrecruzado y otras separado, pero inevitablemente enredadas. Iniciaron casi a la vez la expansión marítima que instauró la primera globalización, entre 1580 y 1640 compartieron la dinastía de los Austrias, y sufrieron largas decadencias del anterior estatus de grandes potencias mundiales; la guerra de independencia contra Napoleón dejó profunda huella en ambos, y si bien España perdió los últimos territorios ultramarinos en 1898, Portugal pudo mantener las últimas colonias, a un precio insostenible, hasta la revolución de 1974.
El mito ibérico de la izquierda emancipadora
Si nosotros salimos de la dictadura de Franco con un pacto de las élites apoyado por las clases medias, la Transición, Portugal dejó el salazarismo con un típico golpe militar dado por militares de inclinaciones izquierdistas, los capitanes de la revolución de abril, para gran envidia de la izquierda española y alarma del franquismo. En su historia de Europa después de 1945, Tony Judd hizo la interesante observación de que mientras Franco tuvo éxito en modernizar la economía española, crear una gran clase media y asimilar la modernidad, lo que en última instancia hizo imposible la continuidad de su régimen, en cambio Salazar optó por aislar a Portugal y mantenerlo en una economía rural y atrasada, eludiendo la modernización para frustrar la incipiente liberalización visible en España a partir de 1956.
Ninguno de los dictadores ibéricos pudo impedir la implantación de democracias liberales; sin embargo, y aunque la economía y sociedad española estaban más evolucionadas que las portuguesas, en ambos países la izquierda, y más cuanto más radical, adquirió un prestigio muy exagerado. Eran considerados los campeones de la lucha por la democracia, incluso a pesar de la deriva prosoviética y revolucionaria de, por ejemplo, el coronel Otelo Saraiva de Carvalho, cerebro de la revoluçao dos cravos condenado por terrorismo en 1984.
El equivalente portugués a la UCD y luego al PP se llamara Partido Social Demócrata, ahora incluido en la coalición ganadora Aliança Democrática, bautismo que proporciona un buen ejemplo de la ventaja de las izquierdas ibéricas sobre las derechas locales como encarnación política del progreso y la libertad. Los mitos políticos pueden durar muchas generaciones, pero este parece estar en decadencia.
El salto más espectacular es el de Chega, nacionalista conservador muy parecido a Vox, que tendrá la llave del futuro gobierno portugués salvo pacto entre los dos primeros
Si el PS portugués casi ha empatado con AD, en conjunto el voto de izquierdas ha bajado al 35%; además, el comunismo portugués, verdadero dinosaurio ideológico superviviente de la Guerra Fría, ha sido prácticamente barrido. En cambio, el salto más espectacular es el de Chega, nacionalista conservador muy parecido a Vox, que tendrá la llave del futuro gobierno portugués salvo pacto entre los dos primeros, descartado por ambos la misma noche electoral. Y más aún, los socialistas lusos han sugerido que dejarán gobernar a AD en minoría si no incluyen a Chega en el gobierno.
El saliente socialismo portugués ha gobernado el país sin especiales quebrantos, con los fallos y aciertos habituales. Desde luego, sin tramas de corrupción política y económica comparables a la socialista española, ni teniendo que someterse a enemigos del Estado para sobrevivir precariamente. Incluso ha logrado avances importantes en educación adoptando políticas realistas. Así, Portugal ha pasado a España en las pruebas PISA y otros indicadores escolares, y Lisboa es una ciudad en auge (al revés que Barcelona).
La vía de la izquierda española hacia el suicidio
En definitiva, los indicadores socioeconómicos relevantes coinciden en el acortamiento o colmatado de la brecha entre Portugal y España. Quizás por eso mismo la derrota socialista lusa es más bien dulce, si bien se enfrenta al desafío de volver a gobernar en solitario, como fuerza hegemónica de la izquierda lusa pero muy lejos de la mayoría absoluta. Y si no es posible, al menos la izquierda portuguesa parece comprender muy bien que la vía socialista española no es otra cosa que un suicidio a cámara lenta, pero sobre todo que implica la asfixia asesina del propio país. Y en Portugal no se tolera jugar contra Portugal.