EL CONFIDENCIAL 29/03/14
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
El desacato, por el momento verbal, del independentismo catalán a la sentencia del Constitucional que desmonta el proceso soberanista, podría estar preanunciando que en Cataluña se va a pasar de un período institucional en el impulso del órdago secesionista, a otro claramente populista –y no de mejor condición político-social que otros populismos anti-políticos en Europa– bajo la comandancia de la poderosa Asamblea Nacional Catalana. En otras palabras, podría darse la circunstancia de que un ya gastado Artur Mas, y una fatigada clase dirigente nacionalista, ceda los trastos a Carme Forcadell (aunque lo nieguen) ex militante de ERC y presidenta de una organización asamblearia que dispone de 50.000 militantes muy activos, presencia en 500 municipios de Cataluña y capacidad de movilización importante como se demostró en las Diadas de 2012 y 2013 que propulsaron el secesionismo catalán.
El próximo día 5 de abril, la ANC va a aprobar su denominada “hoja de ruta” que, en lo sustancial, endurece la exigencia del referéndum independentista y baraja escenarios alternativos al legal e institucional sin descartar la declaración unilateral de independencia –al contrario, instándola– y ofreciendo soluciones subsidiarias (una asamblea de electos) para el caso de que el Gobierno, en una situación extrema, tuviera que adoptar medidas constitucionalmente terminantes respecto del sistema autonómico catalán. Este planteamiento es el que se conoce ya como insurreccional analizado desde Cataluña por observadores tan solventes como Joaquim Coll (El País de 24 de marzo) para el que, los acontecimientos allí, responden a una “estrategia de desbordamiento”. Coll, un federalista de izquierdas, sostiene que en Cataluña “hay un sector radical que sí imagina, desea incluso, ver los tanques entrando por la Diagonal”, reflexión quizás hiperbólica pero creíble dada la radicalización de los dirigentes de ese conglomerado popular. Coll apunta certeramente: “Si se creara un escenario insurreccional, la entidad (ANC) pasaría a encarnar la voluntad del pueblo”.
Pese a que los nacionalismos vasco y catalán no han tenido tradicionalmente buenas relaciones, la ANC está tejiendo complicidades –Escocia de por medio– con reductos independentistas en el País Vasco que observan con atención los acontecimientos en Cataluña, si bien con un discreto silencio y a la expectativa de los resultados que se obtienenLa Asamblea Nacional Catalana, además de la labor de agitación y de presión que está llevando a efecto en Cataluña, ha comenzado a expandirse. Ayer estaba prevista en Bilbao la celebración de un debate en el Colegio de Abogados de Vizcaya sobre “el encaje constitucional del derecho a decidir”. No extraña en absoluto que el participante principal fuera Juan José Ibarretxe, que ahora se intitula, con cierta extravagancia impropia de las gentes de la tierra, como director del Agirre Lehendakaria Center for Social and Political Studies. Lo llamativo es que una de las participantes en el debate haya sido Elisenda Casanas Adam, profesora de Derecho Público y Derechos Humanos y miembro del Centro Constitucional de la Universidad de Edimburgo (Escocia). Y mucho más lo es que apareciese en el acto Irene Martín Abellán, abogada, miembro de la dirección de la Asamblea Nacional Catalana.
Pese a que los nacionalismos vasco y catalán no han tenido tradicionalmente buenas relaciones, la ANC está tejiendo complicidades –Escocia de por medio– con reductos independentistas en el País Vasco que observan con atención los acontecimientos en Cataluña, si bien con un discreto silencio y a la expectativa de los resultados que se obtienen.
El PNV ya sufrió un revés histórico en 2005 con el plan Ibarretxe que planteaba una Euskadi como comunidad libre asociada al Estado español. Quedó en nada y los nacionalistas fueron desalojados del poder por un pacto entre el PSE y el PP. Urkullu no parece estar por urgencias independentistas ni por rupturas, pero sí Bildu, y la estrategia del lehendakari y su partido y de la izquierda radical abertzale es estar alerta tratando de no superponer su reclamación secesionista –todavía más inviable que la catalana en todos los sentidos– a la de CiU, ERC y CUP. Aunque podrían precipitar otro conflicto paralelo al catalán si la Comunidad Foral de Navarra cae en las próximas elecciones bajo el gobierno de una conjunción de fuerzas abertzales.
España sin “proyecto histórico”
¿Cuáles son las razones de la situación española? España carece –a diferencia de cuando en la transición Suárez condujo al país a un sistema democrático– de un “proyecto histórico” y presenta un “fallo multiorgánico”, expresiones ambas de Andrés Ortega en su reciente ensayo Recomponer la democracia y sobre cuyo texto estaba previsto debatir ayer en el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales que dirige Benigno Pendás. Es verdad, como sostiene Ortega, que hemos entrado en una peligrosa fase que él dibuja así: “La democracia en España no sólo ha dejado de avanzar, sino que ha iniciado un deterioro que es preciso detener y rectificar. El peligro no reside en caer en una dictadura –aunque nada está excluido–, sino en avanzar hacia una no-democracia, o en el mejor de los casos, hacia una democracia de baja calidad institucional en medio de la indiferencia ciudadana”. A esa situación se denomina (Colin Crouch en 2005) “posdemocracia”. Con clases medias desvencijadas y las obreras depauperadas, nuestro país necesita una ilusión (un proyecto) y una regeneración.
La renuncia al discurso político –en lo que este Gobierno insiste con una persistencia arriesgadísima– sustituyéndolo por otro economicista y tecnocrático está creando las condiciones idóneas para que en Cataluña la ANC se convierta en el mascarón de proa de un populismo segregacionistaAfirmar nuestras carencias, sin embargo, no vale de nada. Pero explica que la fuerza segregacionista de Cataluña se entienda en clave de debilidad española y que debido a ella –y a la impasibilidad en el ejercicio de la política de las clases dirigentes que, como escribe Andrés Ortega en su ensayo, son sólo “clases dominantes”– ser español y participar de esa identidad haya dejado de ser atractivo. El enrolamiento de gentes con emotividades independentistas sobrevenidas al proceso secesionista en Cataluña, y no a partidos, sino a artefactos populistas y excluyentes como la ANC, tiene que ver también con la incapacidad de contrarrestar el discurso de la ilusión –aunque sea con contenidos ilusorios– con otro sólido y convincente de carácter español, común, plural y unitario.
La renuncia al discurso político –en lo que este Gobierno insiste con una persistencia arriesgadísima– sustituyéndolo por otro economicista y tecnocrático está creando las condiciones idóneas para que en Cataluña –y no de la mano de Mas y los partidos– la Asamblea Nacional Catalana se convierta en el mascarón de proa de un populismo segregacionista, mientras España se debilita en la posdemocracia. En este contexto, recordar la transición, a Adolfo Suárez y apelar a la audacia que requiere solventar situaciones como la actual, parece, además de oportuno, imprescindible.