ANTONIO RIVERA-EL CORREO

  • Son la respuesta de la derecha exagerada, que se nutren de la sangre del propio sistema, aunque actúen contra él

El postfascismo es un término en discusión. Remite a los parecidos con la cultura política fascista de hace un siglo de algunas formaciones actuales que se reclaman (o no) de aquella tradición. La llama tricolor del logo de Fratelli d’Italia de Giorgia Meloni es la misma que la del Movimiento Social Italiano que heredó a Mussolini tras la Segunda Guerra Mundial; también el de la otra tricolor del Frente Nacional francés o de su continuidad en la Agrupación Nacional de Marine Le Pen. El postfascismo no es el fascismo porque se produce en otro tiempo distinto, pero remite a él porque recrea las respuestas que aquella ideología habría manifestado ante los problemas y retos del siglo XXI. Es una referencia más precisa y operativa que la de llamar fascista a todo lo que no nos gusta –lo que, además, devalúa por exceso la seriedad de su semántica–, porque entiende que aquellos peligros no tienen por qué representarlos hoy un joven rapado con botas militares y amenazante disposición, tanto como un tranquilo jubilado o una empleada normal que vota a opciones de derecha exagerada.

El próximo mes se recordará el centenario de la Marcha sobre Roma del Duce, que le facilitó el acceso al poder tras la invitación del monarca italiano y la anuencia de partidos liberales, católicos y nacionalistas. La actual República Italiana se basa en la democracia y el antifascismo, recogiendo el espíritu unitario de las diferentes culturas políticas que se encontraron en la resistencia contra Mussolini. La democracia militante y el recordatorio anual del Día de la Liberación (25 de abril) no han evitado que aquel recuerdo sea hoy un papel amarillo, algo superado, irrelevante. El tiempo ha pasado para el fascismo y también para el antifascismo. De ahí la actualidad del postfascismo, que es y no es. No es violento, pero proclama el odio. No es racista, pero defiende la exclusión por el origen. No va contra la democracia, pero propone prescindir de los valores del Estado de Derecho como base de la República.