- Abascal decidirá la forma de Gobierno en CyL. Y en Andalucía. Y quizás, en España, tras las generales de 2024. Casado no sabe manejar a Vox. Ayuso sí
Un juego en el que siempre gana Vox, cabría decir de las elecciones parafraseando lo de Lineker y el fútbol. Juegan once contra once y siempre gana Alemania. Este 13-F, ocurra lo que ocurra, será Vox quien determine la fórmula del poder en Castilla y León. O Gobierno en solitario del PP con apoyo externo, o Gobierno de coalición con Vox dentro. Nada de repetir las urnas, qué pavada. La decisión no dependerá de Fernández Mañueco, quien se afana a estas horas en ensayar cómo comparecerá ante Vox el día después. Bien de rodillas, a rastras, reptando, haciendo la ola… «Hazme más la pelota, Alfonso», le responderá, con gesto a lo Gere, el candidato de Abascal, un joven muy despierto cuyo nombre poco importa.
Vox ha salido airoso en las últimas contiendas, salvo en Galicia, donde Feijóo le tiene tomada la medida. Desde su sorprendente irrupción en las andaluzas de 2018, doce escaños surgidos de la nada, no ha cesado de progresar hasta convertirse en la hipotenusa del triángulo político nacional. Ciudadanos y Podemos se hunden o retroceden mientras Vox escala. En Cataluña lograron once escaños (populares y naranjas sumaron apenas seis); en el País Vasco consumaron la proeza de una diputada por Vitoria y el 4-M de Madrid, con sus trece asientos, se convirtieron en pieza clave para la formación del Gobierno en Sol. Igual que en Andalucía, donde Juanma Moreno estaría batiendo palmas con una sola mano de no ser por su apoyo.
Este domingo, según hopean los sabuesos de la demoscopia, Vox proseguirá su línea ascendente. Apenas un procurador consiguió en la última cita electoral de la región. Le vaticinan ahora entre diez y doce, por más que los liliputienses vaciados y asilvestrados se empeñen en arañar el último escaño de la ley D’Hont. Su campaña ha sido frugal y modesta, con llenazos en todas las plazas y la presencia de Abascal en casi todos los escenarios. Hasta incurrió en el exotismo de emular al televisivo Calleja con un recorrido de entrevistas y encuentros por ‘La España silenciada’ que colgaban luego en internet. Su diálogo con el ganadero Laureano fue una ocurrencia notable.
El votante de Vox reclama que sus elegidos se sienten en los despachos para tomar decisiones y no solo para avalar o tumbar las propuestas de otros
El Gobierno de CyL será el laboratorio en el que se ensayen los equilibrios de poder que tendrán luego traslación a toda España. Si Mañueco no se impone ‘a lo Ayuso’, esto es, más escaños que toda la izquierda unida, deberá someterse a las exigencias de Vox, formación con la que apenas comulga y difícilmente traga. Será entonces Abascal quien decida si ya llegó el momento de entrar en un Gobierno o seguir como colaborador externo, tal y como ha hecho hasta ahora en todas las plazas. «No queremos sillones», han repetido hasta ahora todos los candidatos de Vox. Sin embargo, llegó la hora. El panorama ha cambiado. El votante de Vox reclama que sus elegidos se sienten en los despachos para tomar decisiones y no solo para avalar o tumbar las propuestas de otros . «No vamos a regalarle los votos, nada será gratis», recuerda estos días Abascal cuando se le pregunta por coaliciones.
Génova, que ha desarrollado una campaña electoral chapucera y titubeante, se encuentra en vísperas de las urnas con un retroceso en los sondeos y una desmovilización preocupante de su electorado. No sabe cómo cómo enfrentarse a Sánchez, cómo tratar a Vox. Ni siquiera sabe ya para qué disolvió la Cámara y convocó elecciones anticipadas. En este último tramo, incluso han tenido que recurrir de nuevo a la presidenta madrileña para que les dé el empujón salvador. La clave, desde luego, la tiene Vox. Y Ayuso tiene la respuesta. Siempre lo trató como lo que es, una fuerza democrática más. Con muchos puntos de discordia y muchos principios no compartidos, cierto. Pero respetuosos de la Constitución y defensores del Estado de Derecho. Les reprochan que no son europeístas. ¿Y?. Se les censura no compartir el diseño autonómico, ideado a la carrera entre Guerra y Abril Martorell. ¿Pues?. ¿Acaso la jacobina Francia es menos democrática que la Alemania federal?
Poco comentan, sin embargo, que Sánchez congració ya hace dos años con unas siglas que tienen en su dirección a un etarra, y con unos ultras condenados por sedición tras perpetrar un golpe de Estado.
Las cacatúas del sanchismo, esa bandada monocorde que desborda micros y pantallas, se afanan estos días en bombardear a la ‘ultraderecha’ y en erizar de terroríficas admoniciones el futuro del PP caso de dar un paso hacia el espacio que crece a su diestra. Vuelven a airear supuestas ‘presiones’ de los barones para que Casado se ‘centralice’. Una vieja letanía, casi siempre falsa. Poco comentan los politólogos domesticados y los progrecillos del centrismo que Sánchez pactó ya hace dos años con unas siglas nefandas que tienen en su dirección a un profesional del terror, y con unos ultras racistas condenados por sedición tas una intentona golpista. Los invistió socios de honor de su Gobierno y los mima y arrulla cual si fueran sus criaturas.
Si ahora pacta con Abascal, el PP estará muerto en Andalucía, Casado, en las generales y Sánchez tendrá el camino expedito para celebrar en la Moncloa el primer centenario del advenimiento de la II república, según ladran los mastines de Adriana Lastra. «Los dioses predicen el futuro, los hombres el presente y los sabios lo que se avecina», apuntaba Filóstrato. De sabios en Ferraz, pocos se han visto. El último que de quien se tiene constancia precipitó una guerra civil.
Resulta estrambótico empeñarse en zaherir a aquellos con los que, inevitablemente, estás condenado a pactar. En Valladolid ahora. Más adelante, en andaluzas y generales
No todo son rosas en ese camino. Sánchez acaba de ver las orejas al lobo de su debilidad parlamentaria. Tras el fiasco de la operación reforma laboral, pergeñada por Félix Bolaños, ese cerebrín de redundante torpeza, tiene que volver a las garras de Frankenstein sin resolver cómo sacará adelante las reformas fiscal y de pensiones que le reclama Europa para no cerrar el grifo de los fondos de la abundancia. Mucho cuidado, porque Podemos, ERC y Bildu están más mosqueados, estreñidos y cabreados que la mamá de Claude Rains en Encadenados. El horizonte parlamentario del señorín de la Moncloa se adivina muy agitado.
Llegado a este punto, a Casado no le queda otra que normalizar su relación con Vox, evitar mencionarlo, huir de su perímetro, alejarse de su sombra y montar su proyecto político como si no hubiera un Abascal. Resulta estrambótico empeñarse en zaherir a aquellos con los que, inevitablemente, estás condenado a pactar. En Valladolid ahora. Más adelante, en andaluzas y generales. El tablero está ya dispuesto y poco se van a mover las piezas. Insultado, despreciado, maldecido, hoy por hoy, el único que avanza es Vox. Sólo Ayuso ha sabido manejarlo. «Pactaría antes con el partido de Ortega Lara que con quienes lo secuestraron», dijo ayer en Valladolid. ¿Ha quedado claro, baroncillos de la centralidad? Casado tiene que aprender a lidiarlo. Antes y después de las urnas. Ahí está la clave del futuro y no en esa «casa común de la derecha», que pegona Aznar. O sea, que como recitaba el banderillero, «hasta donde llega el toro llega el sol». Salga o no por Antequera.