Teodoro León Gross-El País
La idea del relevo en el Partido Popular ya no es una opción; ahora se trata de afrontar una renovación en toda regla
“Cambia antes de que tengas que hacerlo”. Ese era el lema de Jack Welch, el legendario director de GE considerado mejor CEO del siglo XX: dominar el proceso antes de que el proceso te domine a ti. Para el Partido Popular ya no hay margen. El viejo esplendor ha quedado enterrado bajo las sombras de la corrupción con la moción de censura. La idea del relevo ya no es una opción; ahora se trata de afrontar una renovación en toda regla. Ya no pueden limitarse a que Rajoy pase el testigo a otro, sino llevar el partido al postmarianismo, que de hecho será definitivamente el postpostaznarismo o no será.
Una renovación no consiste en tapar los viejos rostros con nuevos. Eso ya se hizo con Maíllo, Casado o Levy. Se trata de ideas, programas, estilos… y naturalmente también amortizar figuras que simbolizan el tiempo liquidado. Rajoy ha entendido que era la hora de retirarse a su particular Aventiño. Él llegó al Congreso en la III Legislatura (1986), hace más de treinta años. También Celia Villalobos y aún sigue ahí a pesar de un largo historial de episodios chuscos y declaraciones chabacanas. De la III Legislatura asimismo es Luisa Fernanda Rudi, otra alcaldesa de la generación del 95 ahora en el Senado, como Teófila Martínez. Hay gente más antigua, como García Tizón, desde la II Legislatura, o el eterno Llorens Torres. Un repaso a las fichas biográficas descubre vidas enteras en el machito.
El postmarianismo tendrá que ser, además, el postpostaznarismo. Es verdad que Rajoy cortó muchos hilos, pero nunca pudo cortocircuitarlo porque en definitiva él mismo era la principal conexión. Y arrastró la culpa de la corrupción con él. Ya es una ironía que Aznar se ofrezca ahora a renovar el partido, cuando se trata de enterrarlo a él bajo siete llaves como reclamaban los regeneracionistas con el sepulcro del Cid. De esos años queda también Arenas, fontanero de la vieja guardia a quien sus compañeros llaman Arenas Movedizas por su peligro, cinco veces diputado y cinco senador. De la IV Legislatura es Pedro Agramunt, personaje turbio impugnado por el Consejo de Europa, siete veces senador, o Jorge Fernández Díaz, otro rostro que parece de un guión zombi de George A. Romero. Media vida allí, treinta años, tantos como aquella interminable guerra europea desde la Rebelión de Bohemia a la Paz de Westfalia.
Para el PP no hay opción, y muchos deberán jubilarse aunque se resistan. Nada raro considerando, qué ironía, cómo han dejado las pensiones. Las generaciones han de solaparse en estos procesos; y ahí está Margallo moviendo ficha en 2018 aunque fue diputado en las Cortes Constituyentes de 1977. Pero es la hora de Feijóo, Soraya, Bauzá, incluso Cospedal, referencias de los proyectos por dirimir, aunque además hay que pasar muchas páginas, para empezar el matonismo parlamentario de Rafael Hernando, ahí desde la V Legislatura como Montoro, Posada, Burgos, Camps y otros tantos. También queda un buen puñado de los mandatos del aznarismo, como Ana Pastor, aunque con cargas desiguales. Y la lección ya deben llevarla aprendida: un lastre excesivo de pasado antes o después impide avanzar hacia el futuro.