Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli

Feijóo y Abascal han de dejar claro que pueden cooperar para sacar a la Nación de la sima en la que hoy la envilecen sus enemigos externos e internos

En el género cinematográfico de catástrofes las películas tratan de terremotos, tsunamis, volcanes, huracanes, tornados, alteraciones extremas del clima o inundaciones. Dentro de este último tema, las rupturas de grandes presas son un acontecimiento muy eficaz a la hora de generar dramatismo en el argumento y pavor en el espectador. Suele haber en estas cintas una escena de particular significación en la que un plano de la pared del embalse muestra como de repente aparece una pequeña grieta en su superficie de la que brota un delgado chorro de agua a presión. En sucesivas imágenes de creciente tensión la grieta se alarga, se bifurca, se extiende, se multiplica y el clímax llega con el derrumbe completo del muro y el avance arrollador de una masa de agua gigantesca que sumerge y destroza todo a su paso.

Pues bien, la renuncia a su remunerador puesto en la Diputación de Badajoz de David Sánchez Pérez-Castejón ha sido la primera grieta producida en la gruesa y elevada muralla de la legendaria resiliencia del pétreo hermano del dimisionario. Es ya fábula de fuentes la desfachatez impávida con la que el actual inquilino de la Moncloa pisotea la legalidad, la Constitución, el Estado de Derecho, la separación de poderes y la decencia más elemental al servicio de su obsesión enfermiza por ceñir la púrpura. Se ha dicho -y la experiencia confirma este aterrador aserto- que Pedro Sánchez es capaz de todo, y todo es todo, al igual que no es no, con tal de seguir en la poltrona a la cabeza del Consejo de Ministros. Hasta hoy desde su llegada a la cúspide del Ejecutivo hará pronto siete años, ninguna de sus tropelías había hecho aparentemente mella en su roqueña capacidad de aguantar a caballo de su desmedida ambición los embates de la oposición, de las urnas y de Bruselas. Pero, oh novedad, ha tenido lugar un suceso que rompe esta continuidad inalterable y representa probablemente el principio del fin del antropomorfo escualo bruxómano. El blindaje nepotista que protegía al pseudomúsico evasor y absentista ha sido perforado y ha acabado con su cargo holográfico y su sueldo por no trabajar, gabela de la que no disfrutan millones de españoles que se ganan el pan con el sudor de su frente y pagan impuestos religiosamente.

Al igual que en una presa sometida a una carga excesiva, en la solidez de la fortaleza pedrista se observa con la caída de su hermano un diminuto orificio que anuncia un alud desatado y el fin del período oscuro que nació con la moción de censura de junio de 2018. Y este suceso augural plantea con carácter de urgencia la cuestión de la alternativa. Una escuela de pensamiento adscrita a los caminos trillados afirma que no importa que PP Vox anden a la greña, que destacados dirigentes del partido de Feijóo manifestasen su predilección por Kamala Harris en los días previos a las elecciones presidenciales americanas y que ahora califiquen al primer mandatario de la más poderosa democracia del mundo de “macho alfa de una horda de gorilas” además de elogiar a una obispa episcopaliana predicadora del evangelio woke, como tampoco es relevante que la formación de Abascal se enrede en líos internos y se cambie de grupo en el Parlamento Europeo de manera súbita y misteriosa. La suerte ya está echada, pontifican politólogos condescendientes, y la suma de las dos opciones de la derecha, la dubitativa y la apabullante, rebasará cómodamente los ciento setenta y cinco escaños en el Congreso y el irresistible atractivo de mandar hará que los ahora gallos que se disputan el futuro corral se avengan a aliarse para disfrutar de las mieles del BOE.

La primera providencia debería ser un cese de hostilidades entre las dos fuerzas llamadas (¿condenadas?) a articular la etapa post-sanchista. No me refiero a un idilio o una inconveniente fusión, sino a un trato mutuo correcto y a un enfoque de tono educado y respetuoso de las discrepancias

Aunque este planteamiento impregnado de automatismo tiene su fundamento, no sería yo tan tajante en su seguro desenlace. No hay que olvidar lo que pasó en las últimas elecciones generales y la probada tendencia de la derecha a meter la pata en las semanas de precampaña y campaña. Por consiguiente, me voy a permitir una vez más el renovado dolor de predicar en el desierto y dar algunas recomendaciones por si alguien estuviera por una vez a la escucha. La primera providencia debería ser un cese de hostilidades entre las dos fuerzas llamadas (¿condenadas?) a articular la etapa post-sanchista. No me refiero a un idilio o una inconveniente fusión, sino a un trato mutuo correcto y a un enfoque de tono educado y respetuoso de las discrepancias. Los votantes de centro-derecha e incluso los socialdemócratas moralmente saludables que aborrecen las fechorías de su Secretario General al frente de las que fueron en un pasado no tan remoto sus siglas, deberían percibir que PP y Vox, en aquellas áreas en las que coinciden, la unidad nacional, el respeto al legado de la Transición, la recuperación del prestigio de las instituciones, el imperio de la ley, un contexto regulatorio y fiscal favorable a la creación y crecimiento de las empresas, una política exterior atlantista inserta en los valores de la civilización occidental, una educación de calidad basada en la adquisición de conocimientos y el reconocimiento del mérito, un freno al gasto público desaforado y al endeudamiento suicida y la puesta en vereda de los separatismos de veleidades golpistas, están dispuestos a trabajar juntos. En los puntos en los que se encuentran alejados, la ideología de género, la valoración del Estado de las Autonomías, el tratamiento de la inmigración ilegal masiva, la visión del proceso de integración europea, la descarbonización acelerada de la economía y de la producción de energía y la interpretación de nuestra historia reciente, lo inteligente radicaría en alcanzar un diálogo equilibrado que permitiera una colaboración desprovista de choques beligerantes. Al fin y al cabo, las democracias pluralistas se caracterizan frecuentemente por gobiernos de coalición fruto de pactos de cesiones mutuas sin intransigencias paralizantes.

Ante la posibilidad de un final cercano de la pesadilla de una España en manos de un ególatra de perfil psicológico inquietante y de escrúpulos éticos inexistentes sometido al permanente chantaje de secesionistas, comunistas y herederos del terrorismo asesino, PP y Vox han de dejar claro que pueden cooperar para sacar a la Nación de la sima en la que hoy la envilecen sus enemigos externos e internos. Si transmitiesen de forma convincente que están dispuestos a situar el interés nacional y el sentido de Estado por encima de sus apetencias partidistas y sus objetivos a corto plazo, el resultado que obtendrían agregando sus respetivas representaciones en el Congreso y el Senado rebasaría el récord obtenido por Felipe González en 1982. Ojalá esta evidencia les haga ver la luz y adaptar sus estrategias respectivas a su consecución antes de que veinte siglos de formidable itinerario común se vayan por el desagüe de la fatalidad y la inconsciencia.