EL MUNDO – 17/11/14
· La noticia de que Rajoy envió a negociar en secreto a Arriola causa devastación en el PP.
La líneacaliente que han mantenido durante meses tres hombres sentados en la mesa de un diálogo secreto para desatascar el conflicto de Cataluña con el resto de España saltó por los aires la víspera del 9-N. No puede ser, exclamaron al unísono José Enrique Serrano y Pedro Arriola. No puede ser, repitieron el PP catalán y Mariano Rajoy. ¡Pero si era secreto! Ese día, El Periódico de Cataluña daba cuenta de la existencia de negociaciones a tres bandas impulsadas por Joan Rigol, prohombre de Unió Democrática y presidente del Pacto Nacional por el Derecho a Decidir, con dos enviados de Mariano Rajoy y Pedro Sánchez: Pedro Arriola y José Enrique Serrano, respectivamente.
Gobierno y PSOE se consideran burlados y traicionados por el dirigente de Unió, a quien atribuyen la filtración sin ningún género de dudas. Fuentes populares señalan que Rigol pretendió con ello desanimar a quienes se oponen al derecho a decidir y extender la idea de que la firmeza del Gobierno frente al desafío independentista es sólo de fachada, dado que por debajo de la mesa está dispuesto a negociar.
Dichas conversaciones datan de hace bastantes meses y muy pocas personas estaban al tanto de ellas. Rigol confirmó públicamente su existencia y el presidente del Gobierno las ratificó en su rueda de prensa del miércoles, tres días después de la consulta. El gesto de incomodidad de Mariano Rajoy y su confusa respuesta puso de manifiesto que es muy consciente de los devastadores efectos que ha tenido la noticia en las filas de su propio partido. «Esas conversaciones se celebraron. Había una persona en representación del Gobierno y de mí mismo», dijo aturdido el presidente, que atribuyó la iniciativa a Rigol.
La identidad de la persona que acudió en representación de «sí mismo» cayó como una losa de desolación entre los dirigentes populares. En resumen, el PP se siente despreciado por su líder. Pedro Arriola es un asesor externo del presidente para cuestiones demoscópicas y electorales.
«Mandarle a dialogar sobre un tema de Estado tan sensible como éste es un mensaje claro de lo poco que le importan al presidente su partido, su Gobierno y, en particular, el PP catalán, que ha sufrido una auténtica humillación». Estas palabras reflejan el alicaído estado anímico que se respira entre los cargos del partido, tanto nacionales como regionales. Alicia Sánchez-Camacho asegura que los tres interlocutores nunca negociaron nada.
También los socialistas han restado importancia al contenido y la trascendencia de esas conversaciones. Según fuentes de la dirección socialista, Pedro Sánchez permitió a José Enrique Serrano continuar los contactos abiertos en tiempos de Rubalcaba sin mucha esperanza en el resultado; máxime, añaden estos interlocutores, cuando Rajoy escogió a un asesor electoral como enviado. El presidente actual siguió la senda de su antecesor, José María Aznar, que envió a Pedro Arriola a negociar con ETA. Bien es verdad que en aquella ocasión le acompañaba un secretario de Estado del Gobierno.
Una vez conocida la existencia de esa línea caliente, Rajoy garantizó a la líder del PP catalán que nunca hubo negociación y que envió a Arriola porque él decidió hace ya tiempo no hablar personalmente con todos aquellos que llaman a su despacho para intentar mediar entre el Gobierno y Artur Mas. Según fuentes gubernamentales, sólo el presidente y la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, estaban al tanto de esas conversaciones. El PP catalán señala que Joan Rigol actuó por su cuenta y riesgo, por afán de protagonismo, y que no era un interlocutor fiable porque no pertenece al reducido círculo de hierro que rodea al presidente de la Generalitat.
La duda de una negociación bajo cuerda, mezclada con el espeso silencio de tres días del presidente después del 9-N, ha causado tristeza y aflicción en el PP. Como si fuera la gota que colma el vaso de un otoño negro para este partido. La suspicacia de que esas conversaciones pudieran haber llevado al Gobierno a mirar hacia otro lado el día de la consulta ha sido inevitable. «Nunca había visto tanta desolación en el grupo parlamentario por los silencios de Rajoy», asegura un diputado del PP.
Hay alarma, asimismo, por el aparente aislamiento del presidente del Gobierno y por la falta de un equipo de asesores que le diga lo que él no quiere escuchar, o lo que le puede producir alguna incomodidad. Como, por ejemplo, aconsejarle que saliera a dar la cara el mismo domingo. Cuando en la rueda de prensa le interrogaron por las declaraciones de Alicia Sánchez-Camacho y otros dirigentes del PP pidiendo la intervención de la Fiscalía contra Mas, Rajoy respondió que no conocía las declaraciones de «esas personas» –en referencia a sus compañeros–, a pesar de que ese mismo día aparecían publicadas en todos los medios de comunicación. El desconocimiento es una hipótesis verosímil, puesto que el presidente no sigue la actualidad a través de los medios.
Algunas fuentes consultadas señalan que el shock de La Moncloa durante tres días se debe a que Mariano Rajoy estaba completamente seguro de que Artur Mas no incumpliría la ley ni echaría un pulso a la prohibición del Tribunal Constitucional. Si alguien se interesaba en semanas previas acerca de qué haría el Gobierno en el caso de que Mas se pusiera el 9-N al frente de la consulta –como así sucedió–, la respuesta del Ejecutivo era invariable. Esa hipótesis no se planteaba, razón por la cual Rajoy carecía de plan B. Los interlocutores de este diario desvinculan este convencimiento del presidente del diálogo secreto a tres bandas en el que Rigol hubiera hecho llegar el mensaje de que Mas no traspasaría las líneas rojas.
Sea como fuere, la actuación de Mas el 9-N desató la furia de Rajoy y cayó como una bomba en La Moncloa. La sorpresa es la razón esgrimida por algunas fuentes para explicar el silencio de tres días de Rajoy. Otra de las consecuencias del 9-N es una quiebra en la confianza y en el acuerdo tácito que existía entre el PP y el PSOE sobre el tema catalán desde que Pedro Sánchez fue elegido secretario general.
EL MUNDO – 17/11/14