- De la ‘coalición del miedo’ a los latidos fetales. Volantazo mañueco en la precampaña. La derecha confunde dónde está el frente y quién es el enemigo
Un documento indocumentado, un protocolo fantasma, un acuerdo verbal, un pacto evanescente. PP y Vox se han enredado en torno a una disposición sobre el aborto que ha derivado en choque frontal. Un desencuentro en los confines mañuecos, una descoordinación entre el presidente y su vicepresidente que se ha adueñado del tablero político en forma de esperpento. El Ejecutivo central sobreactúa y sus medios orgánicos bombardean a las audiencias con una intensidad desmedida en la confianza de que puede estirar este enredo como una serie de Netflix. ¿Habrá crisis de Gobierno en Castilla y León? ¿Determinará este enfrentamiento un adelanto electoral en Castilla la Vieja? ¿Salvará Bolaños la cabeza?
Metía ‘miedo’ Sánchez este sábado desde Sevilla. Un disco rayado. «La coalición del miedo», proclamaba ante un breve auditorio de militancia fiel. Los 800 asesores de Moncloa no dan más de sí, otra vez el vergonzoso recurso de mentar a la ultraderecha. El hombre del saco con la cara de Abascal. Una añagaza inútil para tapar los efectos terribles del ‘diciembre negro’: sedición, malversación, sí es sí, violadores, pederastas… La procesión de la vileza. «Ruido», argüía Sánchez, con escasa convicción. Ruido, sí, pero atronador. Un ruido que arrasa campañas y decide elecciones. Un ruido que hace temblar al presidente mientras se pavonea en Davos ante los obedientes mandamases del Ibex…
Del corazón de Castilla y León emergió el antídoto a sus males en forma de una inopinada trifulca sobre el aborto, tema que agrada a Vox, por lo de ‘la guerra cultural’, que espanta al PP y que calienta a la izquierda feminista y de progreso. Lo que no fueron capaces de alumbrar los cerebrines de Moncloa lo logró García-Garllardo, el número dos del Ejecutivo regional, joven con ínfulas y sin experiencia, quien, en un plis plas, puso en danza la teoría del protocolo y desató un vendaval. Latidos del nasciturus en sensurround, ecografías en 4-D, liturgias médicas, advertencias clínicas, un despliegue de actuaciones sobre la gestante para evitar la fatal decisión y una vehemente controversia que no aparecía en el programa.
Isabel Rodríguez, enlodaba, una vez más, la mesa del Consejo de Ministros para lanzar ininteligibles proclamas contra la oposición en tanto en Génova se ponían de los nervios, incapaces de acotar el estropicio
Ahí arrancó el vodevil. Si el Gobierno PP-Vox en esa comunidad ya tiene un año de vida, ¿no debió concretar este asunto mucho antes? ¿No debió ejecutarlo con tiempo? ¿A qué viene ahora este trastazo? Se conoce que alguien se despistó. Servida la baza en bandeja, un denso enjambre de ministros socialistas saltaron a escena para entonar la unánime letanía de los reproches, ese tedioso argumentario que, en paralelo, emitían sin pausa las catorce mil televisiones del régimen en una tormenta audiovisual asfixiante. La ministra portavoz, Isabel Rodríguez, enlodaba, una vez más, la mesa del Consejo de Ministros para lanzar ininteligibles proclamas contra la oposición en tanto que en Génova se ponían de los nervios, incapaces de acotar el estropicio.
En este eléctrico panorama, quien actuó con más sensatez y acierto fue Isabel Díaz Ayuso, pese a que no era su guerra. Le cayó el marrón en plena comparecencia pública y tuvo que mojarse. Algunos esperaban discrepancias con la cúpula de su partido. No hubo tal. «Torpeza, improvisación, busca de conflictos, iniciativa innecesaria»…Enmarcó el patinazo en su justo término y alivió de dudas a su tropa. Contundencia y claridad al enjuiciar la actuación de Vox. La presidenta de la Comunidad madrileña se ha manejado con enorme prudencia desde la llegada de Alberto Núñez Feijóo al vértice del PP. Ha afinado sus palabras y aquilatado sus mensajes. Carece aún de esa entonación egregia de los grandes oradores, pero declina como nadie las nociones precisas. En suma, tiene las ideas muy claritas.
Ayuso también tiene problemas de sintonía con Vox, que ha evitado apoyarle los presupuestos regionales en un movimiento que el contribuyente madrileño quizás no ha terminado de entender
Doblado el cabo del año, a Ayuso se le han calentado los intestinos. Harta de la gresca política de los liberados sindicales, en especial sanitarios, empeñados en amargarle la vida a los enfermos madrileños, ha rescatado el trabuco y ha decidido pasar de nuevo a la acción. Como en tiempos de pandemia, cuando Sánchez e Illa intentaron sin éxito asfixiar Madrid. Fue este sábado en Zaragoza, al tiempo en que Sánchez recitaba sus versículos sobre ‘el miedo’, cuando, a los acordes del People have de power de Patti Smith, mutó en lideresa punk, desenvainó el alfanje, y entonó unas piadosas jaculatorias, rebozadas en tacto y mesura, dedicadas a quien tanto la hostiga. Los pasajes en los que definía esa lacra llamada sanchismo cosecharon enorme éxito. Una retahíla de calificativos, no novedosos pero sí jugosos: Totalitario, la quintaesencia de la mentira, estratega de la carcoma, dinamitero del estado de Derecho. Resultó muy aplaudida al caracterizarlo como «cabecilla de podemitas y apoderado de radicales«, o en su, quizás excesiva, advertencia de que «la situación actual es similar a la deriva totalitaria de la segunda república que condujo a la guerra civil». Remató la faena con ese aclamado estrambote que se corea allá por donde se asoma el presidente: «Que te vote Chapote«.
Unas coordenadas bien sencillas
Todo ello, en las antípodas de cuanto ahora se receta en el nuevo PP. Una estrategia bifronte para captar votos por el centro y evitar fugas por la derecha. Tan elemental que sorprende la dificultad de algunos para entenderlo. Ayuso también tiene problemas de sintonía con Vox, que la encumbró a la presidencia y ahora ha evitado respaldarle los presupuestos en un movimiento que el contribuyente madrileño quizás no entiende. Ha mantenido, sin embargo, muy clara su autoridad, algo que en el territorio mañueco se ha echado de menos. En las filas conservadoras todavía hay elementos que parecen afectados del síndrome Gila: «Hola, ¿es el enemigo? Que se ponga» Esta gente obtusa ignora dónde está el frente y quién es el enemigo. Se enzarza en disputas estériles y desemboca en las trompadas. El monstruo, cabría recordarles, está en otra parte. Las coordenadas son bien sencillas, imposible perderse: todo lo que beneficia a Sánchez es malo para España. Ni más ni menos. ¿Alguien no lo ha capta?
Pese al empeño del Gobierno, el enredo del aborto durará poco. Y volverá la áspera realidad de un país apesadumbrado, mortecino, sin horizontes y con afanes de cambio. Los enredos del tramposo resultan insoportables. La marea totalitaria se torna asfixiante. El desprecio a los principios básicos de la convivencia estremece. Como cantaba Patti Smith esa mañana en el jamboree del PP en Zaragoza, «la gente tiene el poder para acabar con la obra de los necios. Todo lo que soñamos puede pasar». Tan sólo es preciso que quienes deben hacerlo se pongan a la tarea. Pera empezar, este próximo sábado en Cibeles. No es tan difícil.