- Lo que Vox ha de conseguir en términos de comunicación política es que, a los ojos de los votantes, la carga de la prueba se desplace al PP
En el ballet clásico hay una figura, el paso a dos, reservada a los bailarines más sobresalientes que danzan en pareja de hombre y mujer y que presenta un formato bien establecido, entrada seguida de un fragmento en el que ambos artistas evolucionan juntos, dos piezas dedicadas en solitario a cada uno de ellos mientras el otro le contempla extasiado y coda final con los dos de nuevo trenzando movimientos al unísono. Todas las grandes composiciones de este género incluyen uno o varios pasos a dos que el público entendido aguarda con emocionada expectación por la belleza y la dificultad que los grandes coreógrafos suelen imponer a las estrellas que deben demostrar en su transcurso su dominio de la técnica y su exquisitez en su despliegue.
En el panorama electoral español destacan dos formaciones, el Partido Popular y Vox, que están obligadas a realizar un paso a dos, no sobre el escenario de un teatro, sino sobre el tablero político de una España que camina, salvo que se apliquen los remedios oportunos, hacia el colapso social, institucional y económico. En este contexto, la posibilidad -y la conveniencia- de un pacto entre Feijóo y Abascal que prive de la mayoría al conglomerado de izquierda que hoy gobierna en ocho Comunidades Autónomas y en numerosos municipios y Diputaciones a lo largo y ancho de la geografía nacional, por no hablar del Gobierno de la Nación dentro de ocho meses, es objeto de comentarios casi diarios por parte de editorialistas y periodistas en general y motivo de preocupación y ansiedad entre los votantes de unas y otras siglas y no digamos entre los electores que dudan a cuál de ellas otorgar su confianza.
La irrupción de Vox está íntimamente ligada a la etapa de Rajoy al frente del PP y de su mayoría absoluta en la legislatura 2011-2015, período en el que el desperdicio de la oportunidad de revertir la nefasta ejecutoria de Zapatero
A la hora de analizar tan peliaguda cuestión, conviene no olvidar que Vox nació como una escisión del PP con una motivación inequívoca, sustituirle como organización hegemónica del espacio liberal-conservador o, en su defecto, adquirir la suficiente influencia como para forzarle a adoptar políticas netamente comprometidas con los principios y valores de este sector ideológico. Así, la irrupción de Vox está íntimamente ligada a la etapa de Rajoy al frente del PP y de su mayoría absoluta en la legislatura 2011-2015, período en el que el desperdicio de la oportunidad de revertir la nefasta ejecutoria de Zapatero en lo siete años anteriores por la desidia, la indolencia y la falta de convicciones del entonces cabeza de filas de los populares, agotó la paciencia de una parte notable de su base social.
Las experiencias hasta la fecha de colaboración entre PP y Vox han sido accidentadas y los casos de la Comunidad de Madrid, del Ayuntamiento de Madrid y de la Comunidad de Castilla y León, por citar los tres más destacados, lo demuestran. En todas estas situaciones, Vox ha intentado negociar su apoyo al PP exigiendo a su presunto socio la modificación de aquellos aspectos que a su juicio son más lacerantes de los planteamientos de la izquierda, a saber, el exceso de gasto público, el sobredimensionamiento de las Administraciones, la presión fiscal confiscatoria, el coste desorbitado de la descarbonización y la imposición por ley de la ideología de género. Su éxito ha sido relativo, cuando no insatisfactorio, y ello ha desembocado en tensiones o en rupturas.
El PP juega a la «moderación», se estra distante de su vecino por la derecha, insiste en que su objetivo es gobernar en solitario
Puestas así las cosas, a Vox se le presenta un dilema de ardua solución. Si presta automáticamente su respaldo al PP sin contrapartidas significativas allí donde ambos puedan arrebatar el gobierno a la izquierda decepcionará a su electorado y entrará en declive, si le niega su apoyo por considerar insuficiente la receptividad del PP a sus propuestas entregando de nuevo el poder a los Frankenstein de turno, provocará un escándalo mayúsculo porque en las actuales circunstancias esta operación equivaldría a condenar a España al desastre definitivo, algo que tampoco le perdonarían sus adeptos y simpatizantes. El PP, que es consciente de estas limitaciones de la capacidad de maniobra de su potencial báculo, juega a la «moderación», se muestra distante de su vecino por la derecha, insiste en que su objetivo es gobernar en solitario y no se compromete a nada, mostrándose de esta forma atractivo para los antiguos votantes de Ciudadanos y los socialistas descontentos con Sánchez, en el convencimiento de que a Vox no le cabe en último término otra opción que facilitarle el acceso a la púrpura.
El camino que debe ser seguir Vox para escapar a esta trampa mortal no es otro que explicarla claramente al electorado, advertir solemnemente que no entregará el cetro al PP sin una aceptación por parte de éste de elementos significativos de su programa y que, si la cerrazón de Feijóo y su equipo es total, ellos serán los responsables de la eventual catástrofe que se produzca. En otras palabras, lo que Vox ha de conseguir en términos de comunicación política es que, a los ojos de los votantes, la carga de la prueba se desplace al PP y que el culpable de la prolongación de los gobiernos de izquierda en Comunidades y municipios sea el que se niega a ceder ante las razonables pretensiones de aquél llamado a apoyarle. Como siempre en política, la verdad estará en lo que la gente perciba como tal y el que logre conformar la opinión se situará en ventaja.