Cristian Campos-El Español 

 

No existe mantra más dañino posible para el PP que el de que Pablo Casado carece de aliados más allá de Vox. La letalidad del mantra radica en su transversalidad. Que crean en él el máximo número posible de españoles le conviene al PSOE, le conviene a Podemos, Más País y Yolanda Díaz, le conviene al nacionalismo y le conviene a la España vacía.

Pero, sobre todo, le conviene a Vox.

A la izquierda y los nacionalistas, porque el PP pierde buena parte de su atractivo electoral como partido de gobierno entre una buena parte de los españoles si su único socio posible, e hipotético contrapeso ideológico, es Vox.

A Vox, porque si la única suma posible de Casado es la de PP + Vox, los incentivos para votar útil (y de momento el voto útil de la derecha sigue siendo el del PP porque Casado continúa por delante de Santiago Abascal en todos los sondeos) disminuyen tan rápidamente como se incrementan los del voto cabreado. Es decir, el del voto conocido en las redes sociales como perrugazo.

Al PP, por su lado, le interesa que Vox capte a ese tipo de votante conservador que jamás votaría a Pablo Casado para aumentar el peso del bloque de derecha frente al de la izquierda y los nacionalistas, pero sin que los de Abascal superen la masa crítica que les permita exigir gobiernos de coalición.

El éxito de Almeida con sus presupuestos (perdonen que insista) no ha sido por tanto únicamente el de la aprobación de las cuentas en sí, sino el de los dos mensajes que se derivan de ella.

El primero, que el PP tiene más opciones de pacto a su alcance que Vox.

El segundo, más importante aún, que el PP tiene más de una táctica útil para reducir a Vox a su mínima expresión:

A) La de Isabel Díaz Ayuso, una liberal que el votante de Vox percibe como «derechista dura» (un error que también comete con Cayetana Álvarez de Toledo), y que sería la vía del «para qué votar a Vox si la que saca de sus casillas a la izquierda woke, da la batalla cultural, logra expulsar de la política a Pablo Iglesias y arrasa en las urnas a los candidatos de Pedro Sánchez es Ayuso».

B) Y la de Almeida, que es la táctica a medio y largo plazo de quien sabe que el votante de izquierdas y el de derechas están mucho más equilibrados en la capital que en el conjunto de la Comunidad.

[Y España, al menos la urbana, que es donde la izquierda es fuerte, se parece más a Madrid que a la Comunidad de Madrid].

Las elecciones de Castilla y León serán clave para determinar hacia qué lado de la balanza se mueve el electorado que todavía duda entre PP y Vox. Si Alfonso Fernández Mañueco consigue la mayoría absoluta o un resultado muy similar al de Ayuso en Madrid (es decir, una mayoría casi absoluta que le permita dejar fuera de su gobierno a Vox), el PP tendrá una buena parte de la carrera ganada.

No digamos ya si Juan Manuel Moreno Bonilla repite ese resultado en Andalucía y se consolida la idea de que el PP es perfectamente capaz de gobernar en solitario con un Vox obligado a apoyar todas sus iniciativas (o a tumbarlas, convirtiéndose entonces en un peón de la izquierda y los nacionalistas).

Pero si Vox consigue que Mañueco sume menos escaños que toda la izquierda junta, exigirá con total seguridad entrar en su gobierno. Y eso sería letal para el PP a nivel nacional.

Vox ha dejado ya atrás la pantalla de los apoyos externos y ha comenzado a dar los primeros pasos en el segundo nivel del juego. Ahora, Abascal intentará entrar en todos los gobiernos del PP posibles. Y si, sumando menos que la izquierda, el PP rechaza a Vox, este dejará caer a los populares sin dudarlo ni un segundo.

Al menos, ese es el plan hoy.

Pero la pantalla realmente interesante es la tercera. Esa en la que hipotéticamente ingresará Vox cuando, tras entrar en todos los gobiernos del PP posibles, se tope con la realidad de un país que es algo más que chiringuitos de la izquierda, televisiones manipuladoras y barahúndas tuiteras de vuelo gallináceo. El paso del eslogan y la soflama a la soporífera materialidad del BOE se le atragantó a Iglesias y veremos si no se le atraganta también a Vox. La única posibilidad entonces, si eso ocurre, será que la izquierda acuda al rescate de los de Abascal quemando las calles.

Ahí, en ese punto que tan bien describió Rafa Latorre, es donde se juega el futuro de Vox:

«Vox no es un partido, es un movimiento, como Podemos, y todos los movimientos se topan en un momento u otro con la realidad. Es decir, con un cisma entre idealistas y pragmáticos».

Será interesante entonces saber cómo logra Vox conjugar a Macarena OlonaIván Espinosa de los Monteros y el mismo Santiago Abascal con otros elementos (no me hagan dar nombres) que están en Vox porque el OPUS todavía no se ha lanzado al ruedo político y sigue prefiriendo la oscuridad del backstage a los focos del escenario. Veremos si en Vox triunfa entonces el espíritu de James Baker (que lo tiene) o el otro.

De momento, el PNV y el PP ya se lanzan guiños en privado. «No nos vamos a hacer daño, así que aflojemos ambos el tono, porque las cosas van a cambiar durante 2022» le dijo esta pasada semana un portavoz autorizado del PNV a un portavoz autorizado del PP en el Congreso de los Diputados.

El resultado, inmediato, fue este:

Las piezas se están empezando a mover en el tablero político. De momento, apenas se perciben leves amagos de atisbo de conato de amistad entre antiguos amantes despechados. Pero en 2022 puede que vuelva de nuevo el amor. En Castilla y León y Andalucía se juega el futuro de la derecha para la próxima década. Es decir, el de Pablo Casado y Santiago Abascal.