Jon Juaristi-ABC

  • Si el nazismo retorna no lo hará a través de bandas antisistema, sino desde dentro del mismo sistema

En la segunda mitad del pasado siglo, tres grandes escritores de lengua alemana nacidos a comienzos de la primera compartieron el apellido Mayer. Dos de ellos fueron judíos y llevaron además un mismo nombre cristiano (antepuesto al suyo hebreo, como era usual entre los judíos de Europa occidental desde la emancipación). El primer Hans Mayer, que nació en Colonia en 1907, destacó como crítico e historiador de la literatura. Su obra más conocida, ‘Historia maldita de la literatura: la mujer, el homosexual y el judío’, se publicó en España, por Taurus, en 1975. El segundo era vienés, de 1912. Combatió en la resistencia francesa y fue deportado a Auschwitz. Utilizó el seudónimo afrancesado de Jean Améry y escribió ensayos sobre la culpa, la vejez y el suicidio.

El tercer Mayer era de Múnich, de familia católica. Nacido en 1922, fue enrolado en las juventudes hitlerianas y posteriormente en la Wehrmacht. Pasó algún tiempo como prisionero de guerra en Estados Unidos. Se llamaba Christian, pero firmó sus obras como Carl Améry, en homenaje a Jean Améry (Améry es anagrama de Mayer). Militante del SPD, salió del mismo por discrepancias con Willy Brandt y fue uno de los fundadores de los Verdes. Escribió narraciones de ciencia ficción, pero se dio a conocer a los lectores de lengua española con un ensayo breve: ‘Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor’ (Turner, 2002).

En 2001, el primer Hans Mayer, tras cumplir 91 años, dijo que ya era suficiente y murió de inanición tras dejar de alimentarse. Jean Améry se había quitado la vida en 1978, nueve años antes de que lo hiciera otro escritor judío sobreviviente de Auschwitz, Primo Levi. Fueron las suyas muertes voluntarias y autoinfligidas, sin colaboración alguna ni gestión estatal de la eutanasia.

Carl Améry admiraba a los dos predecesores de su mismo apellido, que habían sido, como él, hombres de izquierda inmunizados contra el totalitarismo por su experiencia de los regímenes hitleriano y estalinista. Él mismo aprovechó las suyas como súbdito del Tercer Reich y lector temprano de ‘Mein Kampf’ para advertir a los europeos de su tiempo acerca del riesgo de un retorno del nazismo. Su ensayo sobre Hitler como precursor del siglo XXI no es una distopía. En el caso de volver, catalizado por una catástrofe de alcance global capaz de suscitar el terror ante una inminente extinción de la especie humana, el nazismo lo hará con formas aparentemente humanitarias. Sólo mencionaré una: la de la necesaria selección de los que deberán sobrevivir. Se seleccionará en función de edad, salud, capacidad adquisitiva e incluso de la efectividad y el coste de los aparatos que puedan prolongar la vida: «Aquí el sistema carece de escrúpulos. Ni el moribundo (si es que consiguiera aún manifestarse) ni sus parientes ni los médicos podrán ampararse tras la excusa del desvalimiento». Carl Améry no se suicidó. Murió en 2005, sin ver la pandemia.