Pedro Ugarte, EL PAÍS, 25/8/12
Abierta la precampaña, el candidato del PNV, Iñigo Urkullu, se apresuró a tomar posiciones. En una primera comparecencia expresó su intención de subir los impuestos. Es decir, de hacer exactamente lo que pretende el lehendakari López. Esto supone asumir la política fiscal del actual Gobierno: más progresividad, defensa del llamado Estado del bienestar, suficiencia económica (para el poder político, claro, nada dijo de las familias) y la coletilla de que parte del dinero extraído del sector privado será para reactivarlo. Resulta curiosa esta inclinación reanimadora de los partidos socialdemócratas: te extraen sangre con el fin de propinarte, acto seguido, una vigorizante transfusión.
Los modelos de gestión de PNV y PSE se superponen. Sólo hay un gran elemento diferenciador: la cuestión nacional. Esta sustenta la pugna entre ambas élites políticas, pero en un régimen estatutario consolidado, cuando las huestes de la izquierda radical no solo no nos llaman traidores por pasar a cien metros de la bandera española, sino que gobiernan bajo ella sin accesos de urticaria, la cuestión nacional remite a las emociones y no a políticas públicas. Donde se radicaliza la diferencia nacional, Partido Popular y EH Bildu, también se radicaliza la diferencia ideológica. Esto disminuye el margen de ambos partidos para trabar alianzas después de las elecciones, entre sí o con terceros, y refuerza el maridaje sobrevenido PNV-PSE.
En las redes sociales, muchos militantes del Partido Nacionalista, a la hora de manifestar su ideología, escriben “EAJ/PNV”. En la orgullosa afirmación habita melindrosa incertidumbre. Un partido es una cosa y una ideología es otra. Declarar que la ideología de uno es el partido significa no tener ideología al margen del pronunciamiento de la nomenclatura. El cambio del PNV sobre el aborto clausuró cualquier narcótica ilusión de que mantuviera, siquiera vagamente, el pensamiento democristiano de Aguirre o Leizaola. Ante los muchos debates sociales que se avecinan en los próximos años, no habrá manera de conocer la posición de un nacionalista hasta que el politburó de Sabin Etxea, después de misteriosas deliberaciones, programe a su militancia.
Tras el previsible resultado electoral, la posibilidad de que PNV y PSE acuerden un programa de gobierno de inspiración socialista son elevadas. Y la migración del futuro exlehendakari López a la política estatal, donde al parecer cuenta con expectativas, eliminaría el único gran escollo a esta operación. Volveríamos, tras un largo circunloquio, a los Gobiernos de coalición PNV-PSE. El PNV contaría con la Lehendakaritza y el control de los elementos simbólicos. Mientras que el programa de gobierno vendría determinado por un perfil de izquierda, aceptado por una mayoría social eficazmente educada al respecto. Desde una perspectiva partidista, ambos salen ganando.
Pedro Ugarte, EL PAÍS, 25/8/12