Pregúntalo ya, pesado

EL CONFIDENCIAL 18/11/13
JUAN CARLOS GIRAUTA

«Que incluye o tiene virtud y capacidad para incluir algo». He ahí la definición académica de la voz inclusivo, el atributo que Artur Mas exige ahora a la tan famosa como ignota pregunta de su consulta soberanista. O sea, que los catalanes tenemos derecho-a-decidir-algo-inclusivo. Hasta ahí sabemos por ahora.
Siendo España inclusiva, la pregunta bien podría rezar: «¿Quiere usted seguir dentro de España?». Aunque el y el no convencionales se intercambiarían, al menos el juego sería coherente. A fin de cuentas, sólo un planteamiento así de claro encaja con el ejercicio del derecho de autodeterminación, verdadero nombre del asunto hasta que el profesor Jaume López Hernández, nacionalista leído, comunicó a los suyos que nadie iba reconocer a Cataluña ese derecho.
Hay un formidable malentendido, deliberado, en el movimiento nacionalista-secesionista catalán. Los independentistas de toda la vida, más un segmento importante de los votantes convergentes, más el periodismo catalán, más los escolares de la cadena humana, entendieron el «Estado propio» de Artur Mas como un Estado soberano. Algo natural, teniendo en cuenta que el Parlamento catalán declaró a todo esto, con gran pompa, la soberanía jurídica y política del pueblo de Cataluña. Puede que «Estado» no signifique Estado, pero «soberanía» sí significa soberanía.
Por qué Unió se sumaba a este despliegue mientras su líder insistía en que ni él era independentista ni la independencia era posible resultará un misterio para el inadvertido. La clave que permite descifrarlo la hemos expuesto en estas páginas con anterioridad: el establishment barcelonés no desea la independencia sino el independentismo. Lo primero sería chunguísimo para ellos: salida de la Unión Europea, desinversión masiva, fuga de empresas, incalculable lucro cesante, la Caixa y el Banco Sabadell incapacitados para obtener liquidez en buenas condiciones del BCE, un país quebrado que no reconocería ni la ONU, etc. Lo segundo –el independentismo– era sin embargo un chollo; permitía reeditar una y otra vez el gran farol de un póquer político de transferencias sin cuento, bilateralidad fáctica con el Estado, abuso del artículo 150.2 de la Constitución, incumplimiento de leyes y sentencias lingüísticas con el Estado haciendo la vista gorda. En vez de ordenamiento, ordeñamiento jurídico.
Pero de repente a Artur Mas se le va la pinza y se juega el resto. Los sectores crédulos creen que lleva escalera de color y saltan de alegría. Mientras, a los constitucionalistas catalanes nos entran unas ganas irresistibles de verle las cartas. Igualo, ¿qué llevas?
Obviamente, no lleva nada, pero en el momento cumbre se rila y nos viene con la milonga de que las reglas han cambiado, que él nunca ha hablado de independencia y que el derecho a decidir se ejercita con una pregunta inclusiva. Tócate los testigos. Esa no consulta para la que ha dotado decenas de millones de euros ya no podrá interpretarse como el señor Junqueras y yo deseamos (sí o no a la secesión, mira tú qué simple), sino como a CiU mejor le parezca a fin de seguir explotando la farsa de la desafección, de la falta de encaje, del no nos respetan y del dale que te pego. ¡Qué pesadez!
And yet… por mucho que CiU no desee la independencia sino el independentismo, esta vez tienen un problema: el próximo presidente de la Generalidad, el hombre capaz de parar una semana la economía catalana, el sucesor de Macià y Companys, don Oriol Junqueras i Vies, no va de farol. Los constitucionalistas tampoco.