Luis Algorri-Vozpópuli
El futuro, la contención y la reversión del cambio climático, pasa por el uso de la energía nuclear con las renovables
Me dejó perplejo Pedro Sánchez cuando, con el aplomo que le caracteriza, dijo en el Congreso una de sus frases lapidarias: “Renovables o nucleares”. O lo uno, o lo otro. Sigue emperrado en cerrar las cinco centrales nucleares (con siete reactores en total) que hay en España. Y a quienes ponemos en duda la validez de semejante disyuntiva nos llama “lobistas”. Extraña palabra que puede venir de dos sitios: o de la voz inglesa lobby (grupo de presión), que el DRAE admite, aunque sea en cursiva, o del lobo feroz de Caperucita, que de niños nos daba muchísimo miedo. Bueno, un poco.
Señor presidente, que dijiste a los apóstoles ‘mi paz os dejo, mi paz os doy’: yo no soy un lobista. Qué más quisiera, porque esa gente tiene pasta. Soy un tipo corriente que es esfuerza en tener opinión propia y fundada lo más sólidamente posible, sin tener en cuenta adherencias políticas, fidelidades perrunas ni “lobis ferocis”. Así que me salgo de su ecuación lobuna y me planteo otra pregunta: Usted, señor Sánchez, ¿qué ha hestudiao, como le gusta decir a mi hermano Óscar Via?
El pánico a la energía nuclear procede de los años 50 y sobre todo de los 60. Es un pánico comprensible, ya que el desarrollo de la energía nuclear nació con la intención explícita de crear una bomba que acabase con el imperio japonés en la Segunda Guerra Mundial. De milagro no lo consiguieron los nazis, y menos mal, porque si lo hubiesen logrado es probable que ninguno de nosotros estuviésemos hoy aquí.
Pero ese nacimiento terrible dejó paso a una ola de optimismo cuyo mayor exponente podría ser el discurso que el presidente Eisenhower, de EE. UU., pronunció ante la ONU en 1953. Defendió no solo el uso pacífico de una energía milagrosa, aparentemente inagotable, que podría cambiar el mundo, sino que las investigaciones y el progreso en su uso fuesen compartidos por todos los países para que el mundo que cambiase fuese todo el mundo, no solo los más listos o los más ricos de la clase. El resultado fue que la energía nuclear, por entonces carísima de producir, se puso de moda.
Cambio climático del que sabemos bien que no nació de la acción humana, pero que ha sido y está siendo centuplicado, acelerado y magnificado por esa acción; para ser más precisos, por la ambición sin límites de las grandes compañías petroleras y carboníferas
¿Quién se echó a temblar? Es evidente: los dueños de las grandes compañías petrolíferas y carboníferas. Las famosas “siete hermanas”, que podríamos simbolizar en un hombre que sí daba mucho más miedo que el lobo feroz: John D. Rockefeller. Este hombre y sus adláteres gastaron cantidades inconcebibles de dinero en crear un estado de opinión contrario a la “energía atómica”, como se la llamaba entonces. Financiaron a grupos sinceramente ecologistas que convencieron a mucha gente de que lo nuclear era sinónimo de muerte, que era como había comenzado aquello. Claro que entonces nadie hablaba del cambio climático, que, ese sí, es el peor peligro que se cierne sobre la especie humana, peor incluso que la extrema derecha trumpetera. Cambio climático del que sabemos bien que no nació de la acción humana, pero que ha sido y está siendo centuplicado, acelerado y magnificado por esa acción; para ser más precisos, por la ambición sin límites de las grandes compañías petroleras y carboníferas. Las mismas que asustaron a medio planeta con los supuestos peligros de la energía nuclear. Eso sí que son “lobbys”, señor Sánchez. Y ferocísimos.
En EE. UU., el temor a la energía nuclear se vio multiplicado por un leve incidente que ocurrió en 1979, el de Three Mile Island: un reactor que se sobrecalentó y se fundió, pero la estructura de contención de la central funcionó bien y evitó que la radiación de alta intensidad contaminase a nadie. Dio lo mismo. El bien atizado pánico cundió por todo el país. Para entonces, uno de los fundadores de Greenpeace, Patrick Moore, ya había dicho que “cometimos un grave error. Mezclamos la energía nuclear con las armas nucleares, como si todo fuese lo mismo”. Obviamente, no lo es. Moore dijo luego inmensas tonterías sobre el cambio climático y fue declarado hereje, apóstata y réprobo por sus antiguos compañeros de Greenpeace, pero eso es otra historia.
El susto fue tal que Japón cerró todas sus centrales nucleares… y suplieron la energía que producían a base de combustibles fósiles importados. Alemania hizo algo parecido. Y Suecia. Y Corea del Sur
En 1986 sobrevino la catástrofe de Chernóbil: un reactor mal diseñado, cuya estructura de contención tenía la misma fiabilidad que se hubiese sido hecha con papel, se recalentó, se fundió, la radiación salió al exterior y, desde el incendio hasta que acabó el peligro, se llevó por delante la vida de aproximadamente 4.000 personas, no solo en Ucrania sino en varios países. Ese ha sido el único accidente nuclear verdaderamente grave de la historia.
El incidente de Fukushima, en 2011, fue provocado por el peor terremoto (y tsunami) de la historia de Japón, que dañó seriamente la central nuclear que allí había. El terremoto provocó 18.000 muertos. La radiación atómica, ninguno. Ni uno solo. Pero el susto fue tal que Japón cerró todas sus centrales nucleares… y suplieron la energía que producían a base de combustibles fósiles importados. Alemania hizo algo parecido. Y Suecia. Y Corea del Sur. Nadie pareció darse cuenta de que no es lo mismo lo que da miedo, que lo que es de verdad peligroso.
Y lo peligroso son los combustibles fósiles, lo mismo para la salud del planeta que para la de quienes lo habitamos. En dos semanas muere más gente por culpa del carbón que toda la que ha muerto por efecto de la radiación nuclear (bombas aparte, desde luego) en toda la historia. Pero lo que nos da miedo es que se repita lo de Chernóbil. Es algo parecido a lo que sucede con el miedo a volar en avión. La evidencia demuestra que es muchísimo más peligroso conducir un coche, que el número de víctimas es mil veces mayor. Pero los programas abracadabrantes de televisión se hacen sobre catástrofes aéreas, no sobre muertos en carretera.
¿La radiación de baja intensidad? Desde los años 60 se nos viene repitiendo que es peligrosísima. Ah, ¿sí? ¿Y qué se creen que recibimos cuando tomamos el sol, cuando vamos al dentista, cuando nos hacen un TAC, cuando viajamos en avión? El ser humano está recibiendo radiación de baja intensidad desde los australopitecos. Y aquí seguimos todos. Incluidos algunos australopitecos.
Las energías renovables (el viento, el sol, el agua) son una auténtica bendición, pero, al menos de momento, casi nunca reemplazan a los combustibles fósiles; más bien se suman a ellos. ¿Cómo puede ser esto? La razón es bien sencilla: en términos planetarios, la demanda de energía eléctrica es cada vez mayor. Y se va a disparar mucho más: para 2050, que está ahí mismo, la demanda de electricidad será cuatro veces superior a la actual, porque los países emergentes quieren tener también electricidad. ¿Cuál es la forma más barata y más fácil de lograrla? Quemando carbón, petróleo, gas. Eso es lo que hacen. El crecimiento del número de las placas solares y de los molinos eólicos en muchos países no basta para compensar la cada vez mayor quema de combustibles fósiles. La proporción: 85% de energías sucias, 15% de renovables, se mantiene prácticamente igual desde 1990.
¿Cuál es la solución? Una energía limpia, mucho menos peligrosa que las demás, que no depende del clima como las renovables y que, gracias a los avances tecnológicos, es cada vez más barata de producir: la nuclear, señor Sánchez. La nuclear. Existen y se están desarrollando reactores “pequeños” —los SMR— que pueden transportarse en un barco o incluso en un camión, que tienen un coste cada vez más reducido y que ahora mismo proporcionan electricidad sin el menos problema a ciudades enteras, como el puerto de Pevek, en el Ártico ruso. Es un ejemplo entre muchos.
China se ha comprometido a que sus emisiones de CO2 bajen a cero en 2060; si lo consiguen, que ya veremos, será gracias a la energía nuclear
Hable usted con los físicos, señor Sánchez, con los físicos y no con sus compañeros de partido. Se dará cuenta de que India, Rusia o China –sobre todo China– están desarrollando y poniendo en marcha nuevas centrales de todos los tamaños. Que China se ha comprometido a que sus emisiones de CO2 bajen a cero en 2060; si lo consiguen, que ya veremos, será gracias a la energía nuclear. Que ya hemos aprendido a reutilizar en combustible usado sin necesidad de conseguir más: son los prodigiosos “reproductores rápidos”. Que el Reino Unido ya ha puesto en marcha su programa de reactivación nuclear, detenido hace años por el pánico. Que Holanda, Polonia y varios países del Este están haciendo lo mismo. Que Francia ya no quema petróleo ni carbón para que haya electricidad: el 70% de su energía procede de sus 56 centrales nucleares, que pronto serán más.
Hable con los físicos, señor Sánchez, y seguramente le dirán que el futuro, la contención y la reversión del cambio climático, pasa por el uso de la energía nuclear con las renovables, no contra las renovables. Y le dirán también que eso no tiene nada que ver con las ideas políticas, sino con la evidencia científica. Que pronto, a la vuelta de unos años, habrá repartidos por el mundo miles de reactores SMR, baratos, seguros y limpios; reactores que convivirán con los molinos eólicos, con las placas solares y con los saltos de agua. Y que usted, como no se despabile, se va a quedar más antiguo que el charlestón con su “nucleares no, bases fuera”, y esas cosas que se dicen en las manifestaciones.