DAVID GISTAU-ABC
Estamos ante una gran oportunidad de emancipar el sistema de ciertas tiranías políticas e intelectuales
NO sabemos qué hará Puigdemont con el burofax, si se subirá a una silla al verlo como si se tratara de un ratón o lo usará para envolver el pescado como decía Walter Lippmann que terminaban las primicias de la víspera. Pero, mientras se consume ese largo plazo concedido por Rajoy para no arruinar el puente, en el Parlamento se producen algunos movimientos interesantes, que permiten arriesgar hipótesis, y que dejan levemente desplazado a Albert Rivera en su explícita propuesta de aplicación del 155 y en la convicción, que se le intuye, de que estamos ante una gran oportunidad de emancipar el sistema de ciertas tiranías políticas e intelectuales a las que fue sometido por el nacionalismo desde la misma fundación del 78. Esa necesidad es más acuciante en un catalán no independentista que ha padecido de forma literal el cautiverio y que sabe que algún día, en cuanto se apacigüen las pasiones del momento, volverá a encontrarse solo y a merced de un monopolio nacionalista, cuando no convertido a la fuerza en un extranjero en su propia identidad.
La incorporación del PSOE al apoyo al Gobierno es una buena noticia por muchas razones, entre las cuales incluyo que distancia a la socialdemocracia de la venta de su alma a Podemos y que impide que una obligación histórica de defensa de España se asuma sin la ausencia absoluta de la izquierda, lo cual dificulta a la propaganda nacionalista la eterna asociación España/fascismo de la que lleva viviendo más de cuarenta años. Sin embargo, escama que este apoyo haya sido vinculado a una reforma constitucional que es imposible entender fuera del contexto independentista. El PP y el PSOE provienen ambos del tiempo en que estaba asumida una relación con el nacionalismo basada en la coacción y la concesión, en la componenda. Ofrecer una reforma constitucional es una gigantesca invitación a la componenda que sólo exige como condición previa dar la respuesta adecuada al burofax. Esta situación, que en teoría debe de ser satisfactoria para los partidarios del «Parlem», pidan o no la intervención de exóticos mediadores internacionales acostumbrados a curar conflictos por imposición de manos, esconde la realidad de que se acabaría concediendo premios de consolación para los golpistas con tal de apaciguarlos. Lo cual es asumible para la clase política que lleva décadas relacionándose en esos términos con el nacionalismo y pagando peajes –incluso patentes de corso cleptocráticas– a cambio de convivencia. Pero enfurecerá a una sociedad a la que ya se le han hinchado verdaderamente las pelotas con el nacionalismo y que está más en la teoría de Rivera de verlo erradicado como eterna fuerza de coacción española.
Lo malo, ya lo veo venir, es que los contrarios a premiar el golpismo volverán a ser motejados de fachas justo cuando por fin habíamos logrado que salir a la calle a manifestarse con la bandera no te estigmatizara como tal.