Teodoro León Gross-El País
Comparecer ante los medios no es una expresión del poder, sino todo lo contrario, una expresión de los límites del poder
Entre los buenos propósitos para el año nuevo, según la costumbre por estas fechas, el presidente podría considerar, incluso debería considerar, su disposición ante las ruedas de prensa. No es un asunto menor, y más si va a ser investido. Ayer mismo Sánchez se evitó la ya tradicional comparecencia al terminar el año haciendo balance tras el último Consejo de Ministros. Se ha hecho así desde el segundo año de Zapatero en La Moncloa, salvo en 2011, ya que Rajoy difícilmente podía hacer balance habiendo tomado posesión el 21 de diciembre. Sánchez, después de que las asociaciones de la prensa le hayan afeado su última comparecencia limitada a dos preguntas, parece replicar con despecho o con soberbia. En 2017, cuando aspiraba a recuperar el liderazgo del PSOE, estuvo más de ocho meses evitando responder sobre cualquier cosa que él no tuviera estratégicamente decidido decir; pero ahora es el presidente, en funciones pero presidente. Aunque le incomode hablar en plena negociación, es su deber.
A ningún presidente le resulta grato; no está concebido como ritual confortable. La vieja Helen Thomas, aquella legendaria corresponsal de la Casa Blanca casi nonagenaria con sitio fijo en primera fila y la primera pregunta reservada, que estuvo allí más de medio siglo entre Kennedy y Obama, asumía que va con el cargo de presidente despotricar de la prensa, y que todos lo hacían sin excepción. Nadie espera que les gusten las ruedas de prensa; basta con que asuman que es lo correcto. Puedes elegir quién te entreviste, y quién no, como acaba de hacer Boris Johnson en campaña; pero no ir a una rueda de prensa a la carta. Entrar en la lógica de Trump —sobre quien días atrás escribía el Consejo Editorial de The New York Times por el efecto contagio de ese presidente que ha hablado 600 veces de “noticias falsas” en su Twitter alimentando el descrédito— no es precisamente muy honroso. Y las excusas de Moncloa se han deslizado por esa lógica.
Parte de la responsabilidad —convendría aceptar con autocrítica— es de la prensa. Desde aquello de “sin preguntas no hay cobertura” se ha hecho demasiada cobertura sin preguntas. Asistir a ruedas de prensa debería incluir esa condición; y, si esta no se cumple, reclamar simplemente el vídeo o el texto sin ir allí a hacer de extras para completar el atrezzo de la puesta en escena. Una rueda de prensa sin preguntas es eso. Rajoy fijó un estereotipo chusco al protagonizar aquel momento de gloria con el plasma, también saltándose algún reparto de preguntas para contestar al medio más afín llevando incluso la respuesta impresa, pero Sánchez igualmente suspende. Ser un gobernante progresista no es una etiqueta sino una actitud. Por demás, no se trata de ser siquiera un buen progresista, sino simplemente un buen demócrata. Y es básico aceptar que la rueda de prensa no es una expresión del poder, sino todo lo contrario, una expresión de los límites del poder.