Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 19/6/12
Aunque las preocupaciones sean otras, y den un vértigo que marean, la prima de riesgo, el posible corralito, el paro que seguirá aumentando, los recortes que siguen imponiendo organismos internacionales para que los mercados dejen de asaltarnos, etc. etc., nuestra política local sigue teniendo su vida. O su vidilla, de momento, si pensamos que esto se puede acabar si la solución europea pasa por una mayor unidad y que ello repercutirá en la peculiar descentralización privilegiada que disfrutamos.
Nuestra vidilla local hoy pasa por la visita de víctimas a presos que delinquieron estando en ETA. Hoy afortunadamente estos no forman parte de ese mundo enajenado y pertinaz, amparado por Amaiur, y que sigue creyendo en lo reyes magos. No se si la experiencia va a tener buen fin, no lo sé de verdad. Eso de dar protagonismo a los presos, por muy heroica que haya sido la reflexión que le ha llevado a salirse de la horda violenta, no sé si es bueno, aunque vuelve a poner en primer plano la vía Nanclares que tanto Urkullu como López se encargaron de echar abajo reclamando al Gobierno el acercamiento generalizado de los presos sin que estos tuvieran que mover una pestaña.
Y estamos ya en el tiempo de descuento del Gobierno de López, una vez perdido el apoyo del grupo de Basagoiti, en un momento en el que la crisis nos ha descubierto a los partidos y a su política como algo poco importante -no hay más que pensar en aquella Italia del pacto histórico entre partidos que se fue al traste sucedida por el caricato de Berlusconi y hoy bajo un tecnócrata porque los partidos no dan de sí-. Tiempo para recordar lo importante que fue este Gobierno socialista para que este país se diera cuenta que el PNV no estaba ahí por designio divino, que podía ser sustituido. Lo importante que fue para que ETA pensara que tenía que dejarlo tras una política de orden público desde la Consejería de Interior necesaria y positiva. Pero la primera víctima del cese de ETA ha sido precisamente ese Gobierno vasco, pues estaba basado en un programa con el PP sostenido en la destrucción de la banda. Alcanzada ésta no tenía sentido mantener una coalición que poca relación amistosa había disfrutado y si muchos desplantes.
Pero, además, hay que reconocerlo, Patxi López lo tenía mal desde un principio. La bandera del país, aunque aceptada en el año treinta y seis, era la del PNV, el himno es el del PNV, la ley de territorios es la del PNV, la liturgia del Gobierno seguía siendo demasiado similar a la nacionalista. Hay que hacer muchos esfuerzos para reconocer una impronta propia, a excepción de lo ya dicho de la política de orden público, con respecto a los jelkides. Hasta los execrables delitos de Estado realizados por el GAL han sido oficialmente considerados como terrorismo según quería el PNV para equipararlos a los de ETA. El mismo López acabó hablando como Ibarretxe cuando los recortes de Rajoy afectaron a conquistas sociales, los rechazó sin poner énfasis en lo social.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 19/6/12