Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
Parece evidente que en la turbulenta actualidad de nuestros días tenemos una severa discrepancia entre nuestras múltiples ocupaciones y nuestras acuciantes preocupaciones. ¿En qué nos ocupamos? Pues ya lo sabe: en ver quien puede más y tuerce antes el brazo del contrario en la azarosa reforma de los órganos judiciales que han quedado teñidos de partidismo para los restos. En dirimir entre la tozuda soberbia de la ministra Irene Montero o la sangría electoral que ha provocado su supina indigencia jurídica. En calcular qué provoca mayor dolor, si el de la víctimas de una ley que, ahora tras casi 500 siniestros, se reconoce imperfecta o la soberbia inusitada de una pandilla de ignorantes que juegan a gobernar sin la necesaria capacidad, ni una mínima profesionalidad acreditada. En decidir si los perros de caza deben incluirse en la protección de ese artefacto jurídico que ha ideado la prodigiosa ministra Belarra o si hay que excluirlos, no por una elevada conciencia animalista sino por el coste electoral que tendría la medida, en comunidades con futuro electoral incierto, como son las dos castellanas y la extremeña. En modificar de manera semiclandestina la ley Celáa que consagró, de manera original, la rebaja de la exigencia como solución a la vergüenza del elevado nivel del abandono escolar que mantenemos, justo donde lo necesario era elevar el nivel de esfuerzo y compromiso de alumnos y educadores. En dar una salida indolora a esa cosa tan compleja como es la ‘ley trans’. En ir a Marruecos –unos ministros sí y otros no–, a que el sátrapa de turno nos abofetee con sus desplantes, mientras los examigos argelinos nos castigan por nuestros desaires. En resumen, si esta coalición esperpéntica que padecemos es un Gobierno, ¿se imaginan cómo sería de divertido un desgobierno?
Con cosas así pasamos el rato, pero ¿en qué deberíamos ocuparnos? ¿quizás en nuestros problemas reales y verdaderos? Hay donde escoger, pues son muchos en cantidad y severos en gravedad. Le hago un resumen, pues los conoce de sobra: Tenemos casi tres millones de parados. Un nivel que duplica la media de la Unión Europea, con un impacto vergonzante en las capas más jóvenes. Una situación lacerante que nos ha llevado a que el agujero de la Seguridad Social supere ya los 100.000 millones de euros mientras subimos las cotizaciones, que dañan el empleo, en el inútil esfuerzo por compensar la peligrosa generosidad de la actualización de las pensiones. El número de empresas registradas en la seguridad social disminuye – un 2,49% en el pasado diciembre– y ensombrece el futuro del empleo. Acumulamos 1,506 billones de deuda pública, el 17% de la cual vence este año con un coste que fue liviano, pero que ahora es creciente con el peligro de un distanciamiento del paraguas protector del BCE que piensa disminuir su balance. Una curiosidad: somos el país que más se ha endeudado durante la crisis pesar de ser el único que no ha recuperado su nivel de PIB previo a la pandemia. Tenemos una inflación subyacente que triplica el nivel de los tipos de interés que han iniciado una perversa carrera al alza que complica el pago de las hipotecas y repercute en el mercado inmobiliario al reducir la oferta de viviendas y aumentar el precio de los alquileres.
Si esta coalición esperpéntica que padecemos es un Gobierno, ¿se imaginan cómo sería de divertido un desgobierno?
Hacienda ha recibido más de 30.000 millones de euros extras por culpa –o gracias– a la inflación, lo que no es óbice para que los alivios fiscales hayan sido minúsculos y los déficits presupuestarios crezcan y amenacen con seguir creciendo en los próximos ejercicios. Mientras, los dineros prometidos por Bruselas llegan con cuentagotas, atascados en la maraña administrativa que regula su distribución y retrasan sus necesarios efectos sobre el tejido empresarial.
Es una lástima que teniendo todas estas preocupaciones reales nos entretengamos con todas estas ocupaciones innecesarias. ¿No le parece?