ABC-LUIS VENTOSO

PP y PSOE podían acertar o equivocarse. Podemos ya es otra cosa

DEL franquismo solo conservo dos recuerdos nítidos de mi niñez. Uno es que mi padre, cuando venía del mar, solía repetir en las comidas una frase que yo no entendía: «Aquí tendría que haber una democracia, como en Inglaterra». La otra es que cuando murió Franco el bus del cole dio la vuelta y nos anunciaron vacaciones, con el consiguiente desparrame eufórico. Lo siento. Sé que queda poco vistoso, que lo fetén es el rencor en diferido. Pero Franco no forma parte de mi vida. Tuve la inmensa suerte de alcanzar la pubertad en la flamante y fantástica democracia del Rey Juan Carlos y Suárez, y mi juventud en los años expansivos de González, que liquidó las ensoñaciones marxistas que embadurnaban su partido, mejoró el Estado del bienestar e introdujo a España en la UE y la OTAN, lo que suponía alinearla con grandes democracias capitaneadas por Estados Unidos.

Unas veces gobernaba el PSOE –casi siempre– y otras el PP (solo cuando los socialistas dejaban la economía chamuscada). Tengo mis preferencias, como cualquiera. Pero la verdad es que la alternancia de ambos partidos no me quitaba el sueño. El PSOE era más estatista, social y manirroto. El PP, más liberal y de menor vis social. Los dos incurrían en aciertos y pifias. González se fue con un 22% de paro, asistimos al oprobio del terrorismo de Estado y no supo atajar la corrupción. Aznar completó las erradas transferencias a las comunidades y tampoco desinfectó la mugre que fermentaba bajo sus mocasines. Pero lo básico no se tocaba. El respeto a la Constitución, la unidad nacional y la monarquía se daban por descontados. La firmeza contra el separatismo era compartida, y a veces heroica, porque sufríamos un independentismo que asesinaba (muchos patriotas de PP y PSOE pagaron su defensa de España con la vida). En economía, a pesar de los resbalones, imperaba una aceptación sin vuelta atrás del libre mercado y la importancia de las empresas.

El zapaterismo comenzó a envenenar el sistema, con tres errores: el revanchismo guerracivilista; la reapertura innecesaria de la caja de Pandora territorial, con un presidente que proclamaba que la nación española era «un concepto discutido y discutible»; y la irresponsabilidad económica, desoyendo por electoralismo el dictamen empírico de las cifras. Allí se inoculó el virus que hoy padecemos, pero los pilares del sistema eran todavía sólidos y aguantaron.

Ahora sonaré como un abuelo Cebolleta. Pero esta semana, por primera vez en mi vida adulta, me he sentido realmente preocupado por el futuro de mi país. Nunca antes habíamos estado a punto de tener un vicepresidente y ministros que no creen en la nación española, que odian activamente a los empresarios y que aspiran a adoctrinar a la sociedad con un catecismo igualitario de matriz totalitaria. Si el PSOE no rectifica, seremos cogobernados por el populismo comunista, una anomalía única en la UE. No es un juego. El capital empieza a buscar pagos más gratos, la bolsa ya lo acusa y pronto comenzarán los pellizcos de ingeniería social. La oposición debe espabilar e intentar alguna salida, por compleja que parezca.