Javier Zarzalejos-El Correo

El desafío de superar esta crisis requiere un esfuerzo conjunto y no caer en la arrogancia de confundir el mando con inteligencia

No han encajado nada bien los socialistas las críticas a su decreto de paralización de la actividad económica. La verdad es que, bajo la exigencia incondicionada de una lealtad que ellos mismos se reservan el derecho de definir, los socialistas no encajan bien ninguna crítica. Se han acostumbrado a conferencias de prensa modelo «me alegro de que me haga esa pregunta» y a que el estado de alarma con una simple comunicación al Parlamento sirva para imponer todo tipo de restricciones, crecientes y de hecho indefinidas. Disfrutan de horas sin tasa en la televisión para exposiciones en la mayor parte de los casos vacías o confusas, precedidas de inacabables introducciones con pretensiones de epístola moral. Así pasa que interpretan toda crítica como un desafío al «mando único» instaurado para afrontar la crisis.

La seriedad del asunto la ilustra el hecho de que un socio tan entregado como el PNV, que, como dicen en las películas, lo ha apostado todo por esta relación, se haya sentido amargamente desairado por que, poco antes de que el Gobierno sorprendiera con el paro general de la economía, Pedro Sánchez había negado al portavoz parlamentario en Madrid que fuera a tomar esta medida. Mientras los nacionalistas preguntaban a Sánchez aquello de «cómo pudiste hacerme esto a mí», la líder de los socialistas vascos alimentaba la escalada descalificando al presidente de Confebask «como interlocutor institucional, social y económico»; es decir, decretando algo parecido a la muerte civil de Eduardo Zubiaurre, porque ya me dirán qué puede hacer si no es interlocutor de nada. Las cosas han llegado al punto de que el PNV ha pagado a su socio con la misma moneda votando con el PP en el Senado para forzar un debate en esta materia.

Personalmente, creo que las objeciones a la suavemente llamada «hibernación» de la economía están justificadas. Creo que no es aceptable la ausencia de un intercambio real y de fondo con la representación empresarial, siendo los empresarios los destinatarios directos de la medida. No es de recibo que, a estas alturas de la crisis, se incurra en deficiencias técnicas que generan inseguridad jurídica añadida a la intempestiva entrada en vigor de la parada, y resulta de una asombrosa ligereza que no se evaluaran las condiciones en las que esa parada tendría que hacerse.

Si el Gobierno hubiera empleado algo menos de tiempo en jugar a Churchill desde la televisión pública y hubiera hablado algo más con las comunidades autónomas y los empresarios, además de la interlocución sindical, el decreto habría recogido las modulaciones razonables que luego se han tenido que introducir por vía interpretativa, que siempre es una vía precaria, insuficiente y generadora de incertidumbre. O eso o dejar mayor margen a las comunidades para poder realizar esa modulación. Una economía como la vasca no puede cerrar la persiana de un día para otro sin asumir unos costes que en muchos casos pueden resultar irreversibles para la viabilidad futura de las empresas cuando haya que reactivarlas.

Salud o economía es un falso dilema que tendremos que superar en un plazo no demasiado largo. Porque si no hay duda de que quedarse en casa es una medida necesaria para ralentizar la extensión del virus con el objetivo primordial de evitar el colapso del sistema sanitario, tampoco hay duda de que, en condiciones en las que la presencia de la infección sea manejable y se recuperen los sistemas sanitarios, vamos a vivir y trabajar coexistiendo con el dichoso coronavirus. Subordinar la reactivación de la actividad económica a una derrota total, definitiva y universal del virus es un escenario puramente teórico. De hecho, ni siquiera los científicos saben si el virus se extinguirá o si será una infección estacional recurrente.

Debemos empezar a pensar en que tendremos que salir, salir juntos, en un esfuerzo que nos va a encontrar inmersos en una recesión virulenta, con un paro fulminante y masivo y, por tanto, con el riesgo de una crisis social que no podemos anticipar. Ante la dimensión de este desafío, la arrogancia de los que confunden mando con inteligencia, como si esta también fuera única y suya, se vuelve peligrosamente pequeña. Tan pequeña, tan ineficaz y tan leve como el ‘tran-tran’ nacionalista que se propondrá a la sociedad vasca como la opción «de casa» para salir de este colapso. Pero no va a haber remedios domésticos ni salvaciones individuales.

España y Europa son los escalones para salir y no habrá atajos. El escenario va a cambiar y el guion representado una y otra vez con el protagonismo del nacionalismo, con su discurso identitario, con su capacidad divisiva, con su incesante autocomplacencia, tendrá que cambiar también. Por el bien de todos.