- Del blog de Santiago González
Hay una consideración que me gustaría hacer como introducción a este acto. No deben de estar muy mal las cosas en el campo del constitucionalismo cuando hoy mismo celebramos la presentación de dos libros que han sido escritos en inequívoca defensa del sistema democrático, de unidad de España tal como la define la Constitución y de lucha sin cuartel contra el terrorismo y su expresión política.
Los dos libros que presentamos hoy forman una pareja muy armónica que da testimonio del más grave problema que hemos tenido en el País Vasco y en España. Son sus autores dos personas que han vivido en carne propia la tragedia de este tiempo y de este país. Los títulos de estas dos publicaciones no dejan lugar a dudas: ETA y el nacionalismo excluyente’, de Carlos Fernández de Casadevante y ‘La batalla política contra ETA’, de Carlos de Urquijo, publicados ambos tan recientemente que la tinta de sus páginas está todavía fresca.
Carlos Urquijo es un político que comenzó su carrera a los 22 años como concejal de su partido, el PP, en su pueblo, Llodio, durante más de cuatro madatos, fue, entre tanto, senador por Alava durante un breve periodo, parlamentario vasco por Álava durante diez años y delegado del Gobierno en la Comunidad Autónoma Vasca durante la legislatura comprendida entre 2012 y 2016. Ha sido también director general de Seguridad, protección Civil y Formación de la Comunidad de Madrid.
Su libro es la crónica de una militancia contra el terrorismo etarra que él ha afrontado desde los cargos que ha ejercido en distintas instituciones. El lector puede hacerse una idea en los documentos que forman parte del Anexo. Hay en él denuncias del autor contra la banda y sus cómplices, cartas amenazantes de ETA, notificaciones de las Fuerzas de Seguridad con datos de los seguimientos de que fue objeto junto a la expresión de sus domicilios, vehículos, hábitos y horarios, así como las condenas que de esos hechos se siguieron.
A todo ello hizo frente Carlos Urquijo con firmeza, presencia de ánimo y un sentido de la responsabilidad que le honra. Es presidente de la Asociación Esteban de Garibay y director de Proyectos de la Fundación Villacisneros. La batalla política contra ETA es la autobiografía de un resistente que va dando cuenta de sus pasos en el tiempo y el lugar en que le ha tocado vivir, manteniendo siempre su dignidad y sus principios por encima de su miedo, como señala en el prólogo otra de esas personas esenciales, María San Gil.
Relata en este libro una anécdota que resume muy bien su actitud y el ambiente que se ha vivido en Euskadi durante tanto tiempo. En la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara figuraba como miembro Josu Ternera, que compartía la condición de parlamentario vasco por Euskal Herritarrok, una de las marcas adoptadas por Herri Batasuna para tratar de escapar a la ilegalización, con la de jefe operativo de la banda terroista. A veces se ha dicho en los medios que había sido puesto allí con los votos del PNV. No es cierto. Aquella era una Comisión en la que cada grupo parlamentario nombraba a sus representantes sin más. Me he acordado de ello en estos días en que los compañeros de Josu Ternera y Arnaldo Otegi en el Congreso de los Diputados van a formar parte de la Comisión de Secretos Oficiales, porque es un asunto de mucho interés para el socialismo realmente existente, que quiere comprar con ello el apoyo de los herederos del terrorismo y de los golpistas catalanes al huésped de La Moncloa.
Y cuenta Urquijo que en una de estas comisiones en el que había criticado al grupo encabezado por Otegi, este salió a replicarle en plan perdonavidas “y me dijo que estuviera tranquilo y que no tuviera miedo, “nosotros siempre hemos ido de frente”. Él tomó la palabra para replicarle: “Señor Otegi, no me importa absolutamente nada tenerle a usted enfrente. Es más, lo considero un honor. Lo que sí me generaría cierta inquietud teniendo en cuenta su trayectoria es que viniera usted por detrás”. Yo creo que esta anécdota contiene una revelación de carácter notable.
Carlos Fernández de Casadevante es un profesor universitario, yo diría que un intelectual, sino fuera porque tantos manifiestos suscritos por tantos abajofirmantes han venido a producirme una cierta confusión terminológica y desde hace algún tiempo cada vez que oigo la palabra intelectual tiendo a pensar en Javier Bardem.
Casadevante, decía, era profesor de la UPV desde 1981. Diez años después ganó la cátedra de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales. Acostumbraba a comenzar sus clases condenando el asesinato de ETA de la víspera y escribiendo en la pizarra el número de días que llevaban secuestradas algunas de sus víctimas. Él, que es un irunés de pro tiene interés en que se sepa, que entre 1991 y 1998 fue presidente del Real Unión Club de Irún. A mí me parece que este es un interés más que justificado, porque este Club fue uno de los diez fundadores del Campeonato Nacional de Liga y en sus tiempos heroicos llegó a ganar cuatro veces la Copa del Rey, a pesar de que solo estuvo cuatro temporadas en Primera División.
Carlos, este Carlos, fue uno de los 42 profesores que suscribieron un rotundo manifiesto: ‘La verdadera situación en la Universidad vasca’. El manifiesto denunciaba que en la UPV, como en todas las instituciones vascas actuaba una red mafiosa que apoya, justifica y explota el terrorismo en su propio beneficio, sin que su colaboración con ETA haya sido perseguida. La impunidad hacía pervivir a la barbarie”.
En el año 2000 consiguió una cátedra en la Universidad Rey Juan Carlos. Contaba Leyre Iglesias en febrero de 2012 en El Mundo, que:
“Cada vez ye se producía un asesinato o un secuestro, un grupo de profesores y alumnos nos concentrábamos en silencio a mediodía, mientras los otros se ponían enfrente, nos insultaban y nos sacaban fotos. Cinco minutos después, todos volvíamos a la facultad, al mismo recinto: amenazados, escoltados, violentos e indiferentes”. En Octubre de 1998, al llegar un día a su despacho vio pintada una diana con su nombre en su despacho, en los mismos días recibió dos anónimos con amenazas a su familia y un paquete explosivo, experiencia que lo llevó a irse a Madrid, dejando en San Sebastián a su mujer y cinco hijos. Desde entonces vivió separado de su familia, a la que visitaba los fines de semana aunque cuando acudía a buscar a su mujer, según confesión propia no atravesaba el parking de la facultad. “la UPV nunca ha hecho nada por retenernos ni por ayudarnos. A los presos siempre les ha facilitado que estudien en la Universidad, pero a los profesores… Que te cogieras un año sabático, que no dieras clases… Pero ningún tipo de reconocimiento”.
Los dos primeros años los pasó solo en Madrid. Después, a medida que sus hijos iban creciendo y poniéndose en la edad de cursar estudios universitarios, se trasladaron a vivir con su padre, pero la unidad de la familia no llegó a materializarse según mis noticias: él daba clases en la URJC y ella en la UPV campus de Guipúzcoa.
Como él se fueron muchos, pero la Universidad se limitaba a cubrir las bajas, a menudo con profesores del otro bando. Este de la sustitución es un fenómeno que se dio en todos los ámbitos de la vida vasca. Neguri, antaño barrio en el que vivía la derecha española sufrió una despoblación considerable cuando sus inquilinos eran expulsados por las amenazas, la violencia y el llamado impuesto revolucionario. Los huecos se cubrían. Las casas pasaron a comprarlas dirigentes del partido-guía. Y, en términos generales, el nacionalismo vasco ha dejado dos líneas sucesorias: los herederos de ETA que hoy son socios del Gobierno de coalición PSOE-Podemos y los nacionalistas incruentos, vale decir el PNV, que también son socios de Sánchez y que empezaron a cimentar su poder político en toda la época en que una banda terrorista asesinaba a sus adversarios políticos. Antxon Urrosolo lo explicó en un documental que realizó con motivo del 10º aniversario del asesinato de Gregorio Ordóñez. Se titulaba ‘El silencio roto’ y en él mostraba imágenes de un debate organizado por ETB-2 tras las elecciones europeas de 1994. Había tres participantes: Gregorio Ordóñez, del PP; Fernando Buesa, del PSE y Joseba Egibar, del PNV. Ordóñez fue asesinado al año siguiente. Buesa, seis años más tarde. El único superviviente de aquel debate fue Joseba Egibar. Los asesinatos citados reprodujeron su efecto en el censo de los votantes, en una de las cláusulas de estilo del terrorismo: matar a algunos para aterrorizar a muchos: Fueron miles los ciudadanos vascos que optaron por marcharse dejando un vacío que no rellenaría nadie. Nunca de otra manera se habría producido la composición del parlamento vasco que hoy mismo tenemos: el PNV y EH Bildu suman 52 escaños. Las encuestas de ahora mismo refuerzan esta mayoría nacionalista: el PNV repetiría sus 31 escaños y Bildu ganaría uno: 22. Un total de 53 escaños sobre 75, el 70,66% de la representación parlamentaria. Quiero recordar que la sociedad vasca hace un siglo se dividía en tres tercios: uno, nacionalista, otro tercio era republicano-socialista y el último era de la derecha española y monárquica.
Conocí personalmente a Casadevante hace ya unos años, en una comida que solemos celebrar un grupo de amigos en Colindres en agosto. Después conocí a su mujer, Virginia Mayordomo, profesora de Derecho Penal, que me invitó a participar en unos encuentros victimológicos en memoria del profesor Antonio Beristain que se celebraban en San Sebastián.
Esta es la historia que se cuenta en este libro, ‘ETA y el nacionalismo excluyente’, un testimonio que, como el de Carlos Urquijo, está traspasado de verdad. En él cuenta cómo su experiencia, que le llevó a coger el tren para Madrid, la había vivido ya en la persona de su padre en 1980, cuando su madre le llamó a Campamento, donde él cumplía el servicio militar, para decirle: “Carlos, ETA ha amenazado a papá”. Y tantos años antes se produjo en el caso de su padre la misma circunstancia que él vivió. Él no marchó a Madrid, sino a Galicia y dejó en San Sebastián a su mujer con cinco hijos, igual que haría él bastantes años después. El libro contiene, como el de Urquijo, un anexo con amenazas de ETA, la que recibió su propio padre y las que le dirigieron a él, exigencias de extorsión, amenazas contra profesores, entre ellos a nuestro añorado Antonio Beristain. Hay en el libro un cruce de cartas entre Virginia Mayordomo y la rectora de la UPV, Nekane Balluerka, que es extraordinariamente clara. Protestaba Virginia cargada de razón por el hecho de la Universidad hubiese autorizado una conferencia que impartieron el terrorista José Ramón López de Abetxuko, condenado por dos asesinatos y su abogado Txema Matanzas. Por cierto, creo que el nombre de este tipo es, junto al diputado Gabriel Rufián, los dos casos más palmarios de justicia onomástica que conozco.
La carta de Virginia Mayordomo alegaba asuntos tales como la dignidad de la institución que a la rectora no debían de sonarle, porque se escudó en la libertad de expresión y terminaba agradeciéndole su opinión, porque le servía para añadirla a otras que había recibido, que era la forma cortés de decir: la archivaré en la papelera.
La democracia española tiene dos problemas básicos: los conceptos y el lenguaje con que los presenta. Todo ello forma un cuerpo de doctrina que da sentido y coherencia a esa unidad política que forman los dos partidos que integran la coalición de Gobierno y sus socios parlamentarios, que sostienen con mucho empeño al líder del conjunto, Pedro Sánchez Pérez-Castejón.
Es verdad que las bases las había puesto José Luis Rodríguez Zapatero, que fue el precursor de todo ello al descubrir que no hay argamasa tan eficaz para unir a los propios como el odio y el rechazo hacia los otros. Hoy hay un término básico para definir ese rechazo. Es ‘facha’. ¿Y qué es un facha, si puede saberse? Pues lo que digan los terroristas y los nacionalistas incruentos que lo es. Básicamente un ciudadano (o ciudadana, claro) que tiene entre sus convicciones la unidad nacional tal como la proclama la Constitución y que en su oposición al terrorismo etarra considera que los penados por haber cometido acciones terroristas deben cumplir sus condenas. En los últimos años se han sumado a la familia facha quienes consideran emparentados con los anteriores a los golpistas catalanes y se considera contrarios a los indultos con los que el Gobierno ha comprado sus apoyos parlamentarios.
Esto es algo que une íntimamente al secesionismo cruento y al incruento con la izquierda. Una persona muy allegada mía me contó una anécdota que da fe de esto que digo. En la segunda mitad de los años ochenta esta mujer fue a Madrid para hacer un ‘stage’ en el CSIC para hacer su tesis doctoral. Y me contó que solía reunirse a comer en las instalaciones del Consejo con sus compañeros, gente de izquierdas, muy amable. Un día contó que recordó ante sus comensales: “pues cuando yo militaba en el PCE…” lo que produjo un respingo entre su audiencia. “¿Tú has sido del PCE?” preguntó la chica que tenía más a mano. “Sí, en la transición”, ante lo que replicó ya aflojándose la faja: “Pues fíjate que con esas cosas que decías del PNV todos pensábamos que eras facha”.
La expresión más aberrante de este estado de cosas está en que hay una buena parte de la política española que acepta pastueñamente que el Gobierno se apoye en los herederos del terrorismo etarra, en los secesionistas vascos y catalanes, en los populistas de Podemos y en otras excrecencias que tienen todas ellas como nexo de unión la voluntad de acabar con lo que ellos mismos han llegado de definir despectivamente como ‘el régimen del 78’ o, por decirlo con palabras de Pablo Iglesias ‘el candado del 78’ que él prometió romper. Y en estas estamos, con la fresquísima noticia de el populismo de Podemos, el golpismo catalán y el terrorismo residual de ETA van a tener entrada a la Comisión de Secretos Oficiales del Congreso de los Diputados. No hay quién dé más.