Las autonomías que defendimos se han transformado en mecanismos de transferir poder y dinero sin contraprestación de responsabilidad. Los nacionalismos han confundido los estatutos con la banqueta de ordeñar la vaca. Se ha perdido de vista la esencia del sistema autonómico: la búsqueda de la organización más eficaz del Estado. La descentralización lo es en buena medida, pero no sistemáticamente.
(Texto de la presentación de la conferencia que Rosa Díez pronuncia esta mañana en el Foro de Nueva Economía a cargo de SG)
Buenos días. Gracias a todos por su asistencia. Cuando Rosa Díez me llamó hace unos días para pedirme que presentara esta comparecencia tuve dos sensaciones a la vez. Una, en contra, derivada del viejo principio de no repicar las campanas mientras se encabeza la procesión, lo que me había llevado a no participar en actos públicos de naturaleza partidista al tiempo que me gano la vida como periodista de opinión.
Como sin duda saben ustedes, el santo patrón del periodismo es un cura. San Francisco de Sales recorría la Alta Saboya repartiendo libelos y pegando en las paredes pasquines que defendían la fe católica contra lo que él consideraba ‘las herejías calvinistas’. Al parecer, sus escritos tenían un gran poder de convicción, porque cuatro años después de su llegada, el obispo Granier se quedó maravillado al ver tantos católicos allí donde no los había.
Podemos decir, en consecuencia, que nuestro protoperiodista era más bien panfletario, y que estaba más influido por la fe que por los hechos. Propagandista por propagandista, me van a permitir que les exprese mis preferencias por un patrón laico, más del gusto de quienes no somos creyentes. El mío particular es un farmacéutico del pueblo riojano de Briones, llamado Salustiano de Orive, que a finales del siglo XIX abrió farmacia en Bilbao.
Era don Salustiano hombre de mucho magín. Él inventó un producto que más de su siglo después sigue siendo una marca comercial acreditada: el dentífrico ‘Licor del polo’. Dirán ustedes que esto, en sí mismo considerado, no tiene mucho que ver con el oficio del periodismo, pero han de saber él fue uno de los pioneros en el arte de la publicidad, al escribir reclamos que ordenaba insertar en los periódicos. A ver qué periodista sostendría en tiempos de crisis como estos que la publicidad es ajena a nuestro oficio. Me van a permitir que recuerde uno de los reclamos que este gran tipo hacía insertar en la prensa de su época:
«Al Polo fue Sisebuto
Hace un año y ya no escribe.
¿Se habrá muerto de escorbuto
Por no llevar el muy bruto
Licor del polo de Orive?»
Don Salustiano era, además, lo que en su época se llamaba un librepensador, notorio anticlerical y ocasional agitador. En su rebotica hacía tertulias conspirativas en una de las cuales se gestó un famoso plante de los tenderos bilbaínos contra ‘el impuesto de los huecos’ que estableció el Ayuntamiento, un antecedente del Impuesto de Actividades Económicas. Llegada su hora final hizo un testamento modélico que yo leí en casa de mi inolvidable amigo Manolo Llano Gorostiza. Su primera cláusula decía así:
«No creo en Dios ni en el Licor del Polo».
Yo conocí a Rosa hace ya casi treinta años, cuando yo era un periodista joven e indocumentado y ella era una joven juntera socialista y más o menos desde entonces somos amigos. De las tres condiciones, a mí sólo me queda la de periodista y en alguna medida la de indocumentado. Ella en cambio ha ganado en sabiduría, ha superado el estatus de juntera y tiene detrás un partido que según todas las encuestas está en un momento prometedor.
Cabe preguntarse por qué y esa es la razón de que yo haya roto una norma para presentar un acto de naturaleza estrictamente partidaria. Fernando Savater, una de las personas que ha colaborado desde el principio en el alumbramiento de Unión Progreso y Democracia, decía hace algún tiempo para explicar el insospechado éxito de público de este invento, que el nacimiento del partido tiene su parábola en una de las más geniales secuencias de Chaplin. En ‘Tiempos Modernos’, su personaje camina por la calle y cruza ante él un camión con carga que le sobresale de la caja. La bandera roja que señala el peligro de la mercancía cae al suelo. El hombrecillo la recoge y corre tras el vehículo para devolverla y en una esquina se cruza por delante de una manifestación obrera convirtiéndose en portaestandarte.
Decía Savater que eso le había pasado a UPyD, que al coger una bandera caída se había encontrado con que una multitud estaba esperando esa bandera para marchar detrás. Hay personajes en busca de autor, tal como tituló Pirandello y hay público en espera de banderas, como se vio en las elecciones de marzo de 2008 y se ve en todos los sondeos electorales que se vienen publicando desde entonces.
¿Y cuáles son las reclamaciones de ese público si puede saberse? Voy a destacar una que en estos días está de clamorosa actualidad después del quinto fracaso del Tribunal Constitucional en el intento de salvar el monumental error de Zapatero en su empeño de cambiar el mapa autonómico.
El problema es que el movimiento del PSOE de abrazarse a los nacionalismos para derrotar a su adversario, tiene un efecto reflejo en el partido de la oposición, que se siente obligado a imitar la misma estrategia de aliarse con los nacionalismos periféricos para desplazar del poder al otro gran partido nacional.
Como es natural, este panorama es un obstáculo insalvable para el establecimiento de los grandes consensos que requieren las políticas de Estado. Esto era algo que decía nuestra conferenciante cuando se le preguntaba si no era antiautonomista: “Soy tan partidaria de la autonomía que la deseo hasta para el Gobierno de la Nación”.
El profesor José R. Recalde, que formó parte del mismo Gobierno de coalición PNV-PSE que Rosa, entre octubre de 1991 y 1994, resumió eficazmente la cuestión en esta frase: Los nacionalistas (respecto a la autonomía) tienden a confundir siempre el óptimo con el máximo.
Dicho de otra manera, los nacionalismos han confundido los estatutos de autonomía con la banqueta de ordeñar la vaca. Esto tiene mucha importancia porque se ha perdido de vista lo que debería ser la esencia del sistema autonómico: la búsqueda de la organización del Estado más eficaz para los ciudadanos. La descentralización lo es en buena medida al acercar el poder a los ciudadanos, pero no de manera general y sistemáticamente. En Alemania, por poner un ejemplo, se evalúa periódicamente el estado de la cuestión, la eficacia del reparto competencial entre el estado federal y los länder en un principio fundamental: la equidad entre todos los ciudadanos alemanes. Y en función del resultado, se corrige en un sentido o en otro. O se deja como está.
Nada que ver con nuestro sistema autonómico. Lo malo es que aquí no lo sostienen sólo los nacionalistas. Recuerdo haber oído al menos en dos ocasiones al presidente Zapatero elogiar nuestro sistema autonómico con el argumento de que había contribuido a aumentar la igualdad de las regiones más pobres con las ricas. También recuerdo que la última vez fue replicado por Rosa, que le contó una viñeta de Quino, en la que Mafalda, su hermano pequeño y su amigo Felipe, se quejan del calor.
-Mecacho, qué calor, dice uno de los dos mayores.
-Ez pod el Gobiedno, ¿verdad? Pregunta Guille.
-No, Guille, es por el verano, le aclara su hermana, que acto seguido le explica a su amigo: El pobre es todavía muy chiquito y no sabe repartir bien las culpas.
La disminución de las desigualdades no viene de la autonomía, como es obvio, sino de las políticas redistributivas y de los marcos alemanes que se han aplicado a ellas mientras se desarrollaba la España autonómica. Mero paralelismo, no relación causal.
La esencia de la España de las Autonomías la formuló mejor que nadie el presidente de la Generalitat valenciana en lo que se llamó la cláusula Camps: yo quiero para mí lo mismo que haya conseguido Cataluña y ese va a ser el discurso dominante en la España ‘plural y diversa’ que nos prometieron como más solidaria, más integrada y más unida que nunca, si finalmente se llegara a alguna componenda sobre el Estatut.
Las autonomías que con tanto calor defendimos algunos hace poco más de treinta años se han transformado tanto tiempo después en mecanismos de transferir poder y dinero sin contraprestación de responsabilidad
Este partido está en mi opinión en un momento mágico, en el que carece de las servidumbres de intendencia que están en el origen de los problemas que arrastran –y nos plantean- los grandes partidos. Desde el escepticismo que defendía hace un minuto, no sé si la actitud racional hacia el poder autonómico sería esperable en un partido como UPyD a partir del momento en que pisara moqueta en el gobierno de algunas autonomías. Quiero decir que debe de ser más difícil abogar por la reversión hacia el Estado de competencias en materia de Educación si uno es consejero de Educación que si es un simple observador.
El domingo, mi querido Ignacio Camacho escribía en ABC una columna en la que equiparaba a Rosa con Nick Clegg, la brillante revelación de la semana pasada en el debate electoral que mantuvo con Brown y Cameron. Y terminaba con una advertencia extraordinariamente razonable que habría hecho suya muy gustoso don Salustiano de Orive: “El problema que quizá Díez tenga que afrontar pronto, como Clegg, es demostrar que es tan distinta como quieren creer quienes apuestan por ella”.
La democracia es un contrato de desconfianzas, no un creer lo que no vimos. Por eso, los aspirantes democráticos no dicen: “creed en mí”, como hace Zapatero, sino “ponedme a prueba”. El futuro, tratándose de la naturaleza humana, es imprevisible. Por eso, a este respecto, sólo me queda respecto decir a mi amiga Rosa que no cambie nunca principios por consejerías.
Si tal cosa sucediera habría que echarse otra vez a la calle a esperar a que a otro camión se le caiga una bandera que podamos recoger. Si nos ponemos pesimistas, habría que repetir aquel diálogo de Woody Allen con Diane Keaton en una secuencia de Annie Hall, cuando él cita un consejo de su psicoanalista ente la chica y ella le pregunta: “¿Vas al psicoanalista?” y él responde: “Sólo desde hace quince años”. “¡Quince años!”, responde ella en tono admirativo. “Sí”, admite él. “Le voy a dar un par de años más de plazo. Después me iré a Lourdes”. Nada más por mi parte, salvo dar la palabra a Rosa Díez, que es a lo que han venido ustedes. Muchas gracias.
Santiago González en su blog, 20/4/2010