EL BLOG DE SANTIAGO GONZÁLEZ
«Buenas tardes, queridos y queridas, amigos y amigas, ciudadanos y ciudadanas, vascos y vascas. Hoy tenía que estar presentando este libro, Florencio Domínguez, pero un viaje largamente programado se lo ha impedido. Total, que estábamos aquí preparándonos para esta presentación y pensaba yo para mí en lo extraordinario de este hombre que a una edad relativamente joven ya se ha escrito dos libros de Memorias.
El asunto me hizo recordar algo que leí hace muchos años sobre el guía de un museo antropológico construido en la España interior, que mostraba muy entusiasmado a los visitantes dos cráneos de diferente tamaño que tenían en una vitrina: Este es el cráneo del fundador del pueblo. «¿Y el otro?» preguntaban los visitantes. «También», respòndía impávido el guía. «Pero eso no puede ser», replicaban lo visitantes. «Es que el segundo es de cuando era niño». Total, que Teo Uriarte ha publicado ya dos libros de memorias, y ambos de cuando era adulto, aunque los dos corresponden a un tiempo diferente.
El problema de las memorias como género suele ser de naturaleza doble: tienden a suavizar las aristas de los hechos para permitir una interpretación que deje a salvo la imagen del autobiografiado. Sólo recuerdo dos memorias que sortean este peligro: ‘Autorretrato sin retoques’, de Jesús Pardo, que producía la impresión contraria, la de que algunas vilezas que se atribuía eran inventadas. Recuerdo haber pensado: «Tiene que tratarse de una exageración. En la vida real no existen hijos de puta tan perfectos».
Las otras son las memorias de mi querido Teo Uriarte. El autor es un espectador perplejo ante los hechos; renuncia a su cuota de protagonismo para dejar fluir al narrador, al testigo. Hay algo en Teo Uriarte que hace de él un gran memorialista. Lo primero, es su determinación de huir de la falacia del historiador, también llamada ‘prejuicio de retrospectiva’, consistente en dar por supuesto que quienes tomaron una decisión en el pasado tenían los elementos de juicio que sólo pudieron adquirirse tiempo después. Él es consciente de que el Teo que escribe las memorias no es el mismo Teo sobre el que escribe, ni piensa lo mismo, ni sus valores son los mismos valores. Por eso tiende a una escritura extraordinariamente descriptiva, que no trata de traspasar la barrera del tiempo. Por eso mismo su prosa tiene el aire inequívoco de la verdad.
Tanto en ‘Mirando atrás’, el libro en el que cuenta su vida desde ETA hasta su militancia en el PSOE, como en ‘Tiempo de canallas’, este libro que hoy presentamos, el autor huye de la autocomplacencia para hilar unas reflexiones sin conservantes ni edulcorantes; no están escritas para quedar bien ni para recabar apoyos o proponerse de modelo a nadie.
La perplejidad es el hilo que recorre -y yo diría que da sentido- a toda la vida del autor. Pasó de militar en ETA en los 60, por lo que fue condenado a dos penas de muerte y 60 años de reclusión, a llevar escolta policial para protegerse de la organización en la que había militado.
Una martingala de Suárez, el extrañamiento, hizo de Uriarte un ‘extrañado’ en sentido polisémico. Cuenta en este libro que en 2006 fue invitado por un equipo de TV (de El Mundo por más señas) a grabar una entrevista con el Penal de Burgos al fondo. Estaban en ello cuando fueron interrumpidos por dos guardias civiles que les pidieron la documentación. Los periodistas dijeron que hacían un reportaje sobre el Camino de Santiago, que pasa por allí. Teo pensó que al teclear su número empezarían a encenderse luces rojas y a sonar campanas y sirenas de alarma y confesó a los agentes que él había sido inquilino de la casa, a lo que uno de los guardias replicó: «pero eso sería cuando la dictadura».
Podría pensarse que era una escena de ‘Amanece que no es poco’, pero era, sencillamente, la vida sorprendente de Teo Uriarte. En ‘Mirando atrás’ contaba que durante aquellos diez días de diciembre que duró el consejo, los policías que les llevaban desde el Gobierno Militar de Burgos, donde se les juzgaba, hasta el Penal, donde se alojaban, valoraban críticamente sus declaraciones ante el tribunal: no habéis dicho nada del campesinado andaluz; a ver si lo decís hoy. Y hablad de la pobreza de los gallegos.
Esta perplejidad produce a veces un efecto humorístico que es muy de agradecer y que a mí, que siempre me ha tirado mucho el humor negro, me derrota. Por ejemplo, cuando se espera de él un discurso épico y las expectativas se estrellan contra la vida cotidiana. Eso pasó cuando en Valencia, durante una mesa redonda sobre la pena de muerte en la que participaba Isabel Allende, la hija del presidente derrocado de Chile. El caso es que Teo, con sus dos penas de muerte conmutadas no estuvo a la altura del público. Él contaba en ‘Mirando atrás’ que: «Hasta Isabel Allende exclamó que no podía ser así, que nuestra preocupación fundamental durante los días que estuvimos pendientes de la pena, no podía ser la pérdida de la cuchara de ‘Mudito’ o nuestros partidos de fútbol sobre hielo». Lo mejor es el colofón que Teo le pone a la anécdota y que es la prueba de que el narrador sabe mirar a través del filtro del tiempo: «y no le faltaba razón, pero es que una cosa es ver la pena de muerte desde fuera y otra ser tú el que te enfrentas a ella».
Podría parecer que era un raro, y sin duda muy normal no era lo suyo, pero en realidad era un adelantado, Cuando en 1991 empezó a separarse de la EE que él había ayudado a crear, vivió un hecho que él relata como todo, con admirable alteridad. En las municipales de aquel año ya era un tránsfuga del voto. El presidente del colegio electoral lo saludó, le cogió los sobres con las papeletas (se votaba también a Juntas) y los metió en la urna sin más. Entonces, un interventor dijo que aquel votante a quien todos los miembros de la mesa conocían, no figuraba en la lista; se había equivocado de mesa. El presidente, salomónico, dijo que todos conocían el sentido de su voto: anulemos un voto a Euskadiko Ezkerra. Fue así como Teo votó dos veces al PSE y restó un voto a su antiguo partido. Dos años más tarde el que había sido su partido y el PSE se fusionaron.
Yo recuerdo haber compartido elementos de la perplejidad de Teo. El día 3 de diciembre de 2003, tal día como ayer hace diez años, se celebraba en el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, la vista de la causa que se seguía contra el presidente del Parlamento vasco, Juan Mª Atutxa y los miembros de la Mesa de la Cámara, Gorka Knörr y Kontxi Bilbao por desobediencia al Tribunal Supremo.
Aquel día se cumplían 33 años de la apertura de la vista del famoso Proceso de Burgos y el agit-prop del partido-guía no encontró mejor manera de protestar contra el juicio de Atutxa que concentrar a sus afiliados en la plaza de Albia y entonar a coro el ‘Eusko Gudariak’, el himno con el que los procesados pusieron fin a la vista pública del Consejo de Guerra al término de la declaración de Mario Onaindía, que fue el último en declarar de los 16 procesados.
Y allí estaban: contratistas y aburguesados, los afiliados del PNV que asumen como parte de su historia haber salvado la vida a los seis procesados condenados a muerte, cantando la canción con la que aquellos jóvenes se enfrentaron a un tribunal militar y a una sentencia, que sin ningún dramatismo, podríamos calificar de embarazosa. Y allí estaba, subido a la escalinata y mirando a los suyos, de espaldas a la justicia, como suele, Xabier Arzalluz, dirigiendo aquel coro irregular con su paraguas.
Era el anuncio del tiempo nuevo. ¿Cómo no voy a entender la perplejidad de mi amigo Teo? Si el PNV canta el Eusko Gudariak, no hay razón para extrañarse de que la cúpula de Confebask cante la Internacional, puño en alto; el PP entonará la Varsoviana y Bandiera Rossa será el himno de la Conferencia Episcopal. De momento, La Iglesia, que siempre las ha visto venir en sus 21 siglos de historia, ya se ha dotado de un Papa montonero, por lo que pueda pasar.
Las memorias de Teo recuerdan ‘La vida exagerada de Martín Romaña’, pero sin artificio literario. Este libro es un elemento final, por ahora, de su perplejidad. Tanto, que no es prácticamente un libro de Memorias, sino un ensayo, un análisis, como reza el subtítulo, de ‘la democracia ante el fin de ETA’. Fue encargado por una editorial catalana, que, a la vista del resultado, deshizo su compromiso. Si finalmente ha visto la luz ha sido gracias al arrojo de un gran editor, y compañera de andanzas democráticas, que hoy nos acompaña en la mesa: Ernesto Santaloya, comprometido con la libertad y también algo extrañado.
Contrariamente a casi todo el mundo, yo pienso que la censura sabe muy bien lo que prohibe y lo que se prohibe y creo que este libro no está hecho para la sensibilidad catalana en los tiempos de Artur Mas. Parte de él está sobreescrito en el tiempo de ‘Mirando atrás’, pero incorporando análisis a lo que en su primer libro era narración. El Teo testigo y narrador de hechos, deja su lugar al hombre que reflexiona sobre los hechops que ha vivido
Cuenta en las primeras páginas una secuencia muy explicativa de ‘Sólo ante el peligro’, película que da título al primer capítulocuando el sheriff Will Kane, recién casado y a punto de dejarlo, decide quedarse en Hadleyville cuando tiene noticia de que el forajido Frank Miller acompañado de tres secuaces va a llegar a mediodía en el tren con el propósito de vengarse del hombre que lo detuvo.
Creo que ningún otro western, salvo quizá ‘El hombre que mató a Liberty Valance’ es una parábola tan acabada de lo nuestro, de la soledad de un tipo que sólo pretende cumplir con su deber y a quien todo el mundo quiere convencerle de que es mejor abandonar, desde su mujer al último de sus convecinos, pasando por el juez y el alcalde, que le aconsejan que se marche antes de que lleguen los facinerosos.
Esta es una actitud que aquí tiene mucho arraigo, aunque no exclusivamente. La actitud de ceder ante la violencia, a veces aunque sea puramente simbólica, la hemos extendido a toda España. Ya son muchas las cosas que hemos inventado: los ejercicios espirituales, el mus y, contra lo que hemos proclamado tan orgullosamente durante tantos años, el arte de la rendición. Mientras el juez recoge sus cosas, la bandera de los EEUU, el mazo y la balanza que simboliza la justicia y las mete en sus alforjas, anima al sheriff a que se marche para predicar a continuación con el ejemplo, montar en su caballo e irse.
Es la dimisión del Estado, que a veces adquiere rasgos pintorescos. Rubalcaba, el mismo vicepresidente que decía en 2010 a los controladores aéreos «El que echa un pulso al Estado, pierde», no pudo impartir una conferencia en la Universidad de Granada. Él lo contaba así en El País:
«cabía la posibilidad de que algunas personas intentaran reventar el acto. Decidí viajar a Granada porque me había comprometido a ello, y, especialmente, porque creo que el derecho a la libertad de expresión, en este caso la mía, es irrenunciable«.
En la misma intervención, en su cuenta de Facebook, explica por qué renunció a una libertad irrenunciable: «ante la presencia en la sala de algunas personas en actitud violenta», decidió, de acuerdo con el rector, «no tensar la situación».
Lo que observa el autor en este libro, al que en mi opinión le cuadra mejor el subtítulo que el título propiamente dicho, es los errores, las dimisiones y los abandonos del Estado que han jalonado la carrera de ETA y han fortalecido a la banda.
Hace ya muchos años que Teo Uriarte hizo su tesis doctoral en Periodismo sobre un asunto sumamente sugerente: Cómo el franquismo, queriendo usar la propaganda como una herramienta para acabar con ETA, la ensalzó al convertirla en un referente de la lucha antifranquista en España.
La dictadura insistió en el mismo error al querer hacer un macroproceso contra ETA. «Sé más de aquel capítulo dramático de mi vida por lo que después he leído sobre él, reflexionando sobre las experiencias personales, que por unas vivencias demasiado enajenadas en el combate,y si era necesario, en la inmolación».
El repaso que da a todo lo relacionado con la negociación con ETA parte de una premisa: negociar con una organización terrorista como la que nos ocupa es un error. ETA no ha tenido históricamente interés en negociar. Recuerda como en la segunda mitad de los 70 la consigna era Ez, ez, ez, amnistía ez da negoziatzen. Pero cuando incorpora la idea de la negociación,-es Josu Muguruza, el dirigente asesinado en el hotel Alcalá en 1989, quien lo hace, no es para deponer las armas, sino para reivindicar a ETA. De hecho, ETA lo ha dejado cuando la Guardia Civir ha reducido su capacidad operativa a la mínima expresión.
Mutatis mutandis, el nacionalismo no violento tampoco tiene verdadero interés en soluciones que no sean lo que Fernando Savater decía: El PNV sí aspira al fin de ETA, pero espera que rinda un último servicio a la causa nacionalista, negociando las reivindicaciones del PNV.
Dos ejemplos: el 25 de noviembre de 2003, la Fundación para la Libertad trajo a estos salones a Stephane Dion, el padre de la Ley de Claridad canadiense. Llevábamos entonces 14 meses de ajetreo con el Plan Ibarretxe. Ningún nacionalista tuvo interés en reunirse con un hombre que había sido clave en Canadá respecto al problema quebequés.No era la primera vez. Cinco años antes, en octubre de 1998, el expresidente de EEUU, Jimmy Carter, visitó Bilbao e hizo una visita al Guggenheim recién inaugurado. Recordarán, y si no ahí están las hemerotecas, que en los años anteriores, la Fundación Carter había sido permanentemente invocada como mediadora por los partidarios de la negociación. Hubo viajes a Florida, pero nadie aprovechó la visita de Carter a Bilbao para pedirle una cita, quedar para un café, una charleta, un algo.
Estábamos en que negociar con terroristas es un mal negocio. Teo habla de las tres negociaciones de la democracia española con ETA: Argel, Lizarra y el proceso de Zapatero.
Les contaré una anécdota personal. El 2005, en marcha ya todo el proceso, aproveché un viaje a Madrid para quedar a tomar un café con Juan Manuel Eguiagaray. Mi interés era preguntarle si Zapatero lo había llamado para preguntarle por las negociaciones de Argel, en las que Eguiagaray había tenido un papel muy relevante.
Ni siquiera una llamada, lo que revela muy a las claras la ligereza y la irresponsabilidad del penúltimo presidente del Gobierno. Si cualquier persona racional hubiera estado en su lugar, habría querido saberlo todo de los antecedentes: cómo son, cómo abordan los temas, hacen circunloquios o van al grano, fuman, beben, salen a evacuar consultas, en fin, todo. Él no lo necesitaba.
Cuando se le reprochaba la negociación, tanto él como sus gentes usaban dos sofismas: Antes negociaron otros, sin que de ello de derivase la necesidad de escarmentar en cabeza ajena, no repetir los errores anteriores. Entonces se decía que el presidente también tenia derecho a equivocarse. Sin palabras.
La negociación de 2006 tuvo dos errores muy principales. Errores humanos: José Luis Rodríguez Zapàtero y Jesún Eguiguren. A partir de aquí hubo algunos más.
1.-No podía salir bien. La ocurrencia de Zapatero estaba teñida de sectarismo. Él quería negociar con ETA, pero quería negociar contra el PP. De ahí que lo primero que hizo fuese liquidar el Pacto Antiterrorista.
De ahí que se procurase los apoyos de todos, menos el del principal partido de la oposición. El Gobierno y la prensa amiga acuñó un sintagma que fue miuy repetido entonces: «la soledad del PP». Lo malo es que la soledad del PP también era la del Gobierno. Zapatero cambió un pacto que tenía el respaldo de 312 diputados, (PSOE+PP) por otro con 202, que era lo que sumaban los del PSOE con todos los nacionalismos periféricos, IU, etc.
2.-Donde en las dos intentonas anteriores hubo comunicación y transparencia, en esta ocasión fue secretismo y mentiras. Citaré una solamente: El 24 de abril de 2005 el País publicaba una entrevista con el presidente. Durante ella, el entonces director del diario de PRISA, Jesús Ceberio, apuntó:
-Otegi ha hablado de contactos con los socialistas…
-En absoluto. El Partido Socialista no ha mantenido ninguna relación con personas que puedan representar a la extinta Batasuna. No ha habido ni hay relación alguna, ningún diálogo.
Eguiguren llevaba cuatro años reuniéndose con Otegi en el caserío Txillarre.
Ningún gobernante se había sentado a negociar con ETA sin el acuerdo de todo el arco parlamentario y sin información plena a todos los grupos. Esto había sido así, y estaba bien que así fuera porque la banda es un interlocutor que no respeta convenciones. El Gobierno que tal haga tiene un punto débil que conoce perfectamente su adversario. Basta un asesinato para llevar la guerra civil al Congreso de los Diputados.
Pero ustedes han venido a ver a Teo y yo ya he hablado más de lo que debo y puedo permitirme.»