El Blog de Santiago González, 24/11/12
Bona tarda, arratsaldeon, boas tardes, buenas tardes. En rigor, debería seguir con good afternoon, bonsoir, buona sera, etc. pero hoy tenemos un día estrictamente español, a fuer de catalán.
Por eso me he permitido saludar en las lenguas patrias, tal como dijo Aresti. Gabriel Aresti, que en mala hora concibió aquel poema, ‘Defenderé la casa de mi padre’, escribió unos versos a Tomás Meabe, fundador de las Juventudes Socialistas y también poeta:
Cierra los ojos muy suave, Meabe,
pestaña contra pestaña.
Solo es español quien sabe, Meabe,
las cuatro lenguas de España.
Hoy, queridas y queridos, tenemos una presentación de lujo. Nada mejor que el día de cierre de campaña de las elecciones catalanas para presentar el último texto del doctor Albert Boadella. ‘Mis desayunos con ella’ es un hermoso libro, ya desde el título, y yo creo que ha sido un gran acierto de Editorial Espasa su publicación.
Albert Boadella, ‘Mis desayunos con ella’. A mí siempre me han gustado estas rimas sencillas que van directamente al corazón del pueblo. Mi amigo Florencio Domínguez recordará que cuando le presenté su biografía de Josu Ternera, el único reproche que le hice fue no haberlo titulado ‘Josu Ternera, una vida entera’.
Hay nombres que facilitan esto más que otros. Llamarse González te pone la rima consonante imposible. En cambio Boadella… ella, bella, botella, si por lo etílico; paella por lo gastronómico, centella y estrella, huella y doncella, estaba lleno de posibilidades, todas ellas sugerentes.
El doctor Boadella y yo tenemos en común un amigo A.T.S. que se llama Arcadi Espada y éste es un hecho que resalta un par de virtudes relevantes que también compartimos: una generosidad y una paciencia que nos llevan a soportar con actitud que roza el heroísmo sus continuas impertinencias. Nos sentimos recompensados con su ingenio y lucidez, que también los tiene.
Entenderán lo que quiero decir cuando les lea algo que escribió el citado el sábado pasado en su correo catalán de El Mundo: “como escribe Boadella en ese libro que le ha hecho su mujer…”
Qué necesidad tenía. Con lo bien que estamos los chicos hablando de nuestras cosas, nuestras inofensivas vanidades: qué cojonudo tu último libro, pues anda que el tuyo, nos pavoneamos un poco y la vida sigue. Tenía que venir este aguafiestas a decir una cosa que tiene algo de verdad y es una pertinente matización a nuestros pequeños pavoneos: los libros siempre nos los escriben ellas.
Bueno, yo hablaré por mí. Aquellos de ustedes que hayan sido asiduos a las presentaciones de libros que hemos hecho en la Fundación, me habrán oído alguna vez quejarme de la falta de espíritu corporativo del ya citado Domínguez y que siempre se sustanciaban con el siguiente reproche doméstico: “Florencio, 11, tú, 2.” A mí, de esta manera, ya me han llegado a escribir tres. Bueno, hay otro que me ha hecho sin reproches mi admirada Catalina, recogiendo los artículos políticos publicados a lo largo de 16 años en El Correo.
Este libro del doctor Boadella tiene una absoluta protagonista que es Dolors Caminal, su mujer. Ella dispone cada mañana una mesa de desayuno magnífica, con zumo, sus mermeladas, tostadas y tiempo por delante. Eso y la lectura de los periódicos hacen del desayuno la primera gran experiencia vital de la mañana. Ella, Dolors, ordena la reflexión de cada día de Albert. Lo que él hace a continuación es simplemente pasar a limpio, reflexionar un poco más, explorar otras vías, etc.
Ha compuesto así un magnífico libro de ensayos sobre la vida cotidiana, que combina con extraordinaria armonía lo trascendente y lo inmediato, lo macro y lo micro, la mirada universal y la atención a la crónica hogareña y las minucias domésticas que se van engarzando en el diario con el paso de los días. Estos desayunos duran tres años justos: comienzan a ser materia publicable el 29 de julio de 2009 y la última anotación es del 29 de julio de 2012. El autor escogió la fecha porque se corresponde con su cumpleaños.
En mi casa, el 29 de julio es fecha que siempre hemos celebrado, por mi mujer y mi hijo Daniel, que fueron a nacer precisamente en ese día. En años distintos, debo aclararles antes de que se me confundan.
‘Mis desayunos con ella’ es también un libro de amor. El autor es un hombre enamorado y parcialmente en contra de lo que establecía el columnista Excalibur, ha sido él quien le ha escrito un hermoso libro a su mujer en la parte que le toca.
Debo confesar que para mí es una experiencia muy grata presentar un libro del doctor Boadella, una de esas personas que ha contribuido a que mi vida sea mejor y yo un poco más avisado y más libre de prejuicios. Él hace en las primeras páginas del libro una reflexión retrospectiva sobre la vida, la suya propia, sobre la actitud adoptada ante los hechos y reflexiona sobre Els Joglars en la transición, cómo eran las cosas cuando criticaban:
“primero, a unas fuerzas armadas enclaustradas en el pasado, y cuya la reacción brutal muestra la exactitud de nuestra exposición, y después al grotesco espectáculo de una iglesia que destruye sus esencias rituales para intentar camuflarse en la modernidad y la socialdemocracia.
Cuando los teatros se llenan de público dispuesto a festejar tales aquelarres contra los residuos del pasado, aguamos la fiesta al personal y la emprendemos con el nuevo poder emergente en la democracia. Y, como guinda final, satirizamos reiteradamente el tribalismo nacionalista que acabará coaccionando a la política española. Esto último se muestra con toda su poderosa hegemonía cuando consigue, con el tiempo, extinguir la audiencia que tenía la compañía en Cataluña. La razón del rechazo radical son los reiterados envites escénicos a los tabúes de la colectividad.”
Soy testigo. Creo que este párrafo define los últimos cuarenta años de Boadella y Els Joglars. Él, que es vocacionalmente un cómico, siempre ha lamentado tener que ser un aguafiestas.
En la primavera de 1975, recuerdo haber leído en Por Favor una entrevista de Martí Gómez y Ramoneda con un cómico que se llamaba Albert Boadella, de quien yo no sabía nada.
Els Joglars habían estrenado una obra, ‘Alias Serrallonga’, que estaba causando mucho impacto. Trataba de la vida y muerte de un bandido del siglo XVII que se escondía en el bosque de Collsacabra. Yo la vi en Burgos aquel verano y puedo decir sin exagerar demasiado que cambió mi vida. La representación fue en el Hospital del Rey, un marco incomparable, el solar de lo que antaño fuera un hospital de peregrinos en el camino de Santiago, fíjense si todo viene a cuento. Qué más propio que haber conocido al doctor en un hospital.
La obra transcurría en tres escenarios al mismo tiempo: La corte de Felipe IV, que era un escenario de juguete, un teatrito de polichinelas, orinales y persecuciones de alcoba; una estructura metálica que era el refugio de los bandidos, y un tercer escenario multiusos, en el que se alternaban el pueblo llano y el brazo regular de la Justicia, que se hace cargo del bandido, después de su captura. Tras la tortura y muerte de Serrallonga se apagaron todas las luces. Por el pasillo central avanzó una colla de campesinos, sacando chispas a sus hoces con pedernal, mientras sonaba una versión que recuerdo como dulcísima de Els Segadors.
Cuando los segadores llegan a la Corte y nuestras almas juveniles venteaban la proximidad de la Revolución, se encendieron las luces y vimos que los campesinos vestían bermudas, camisas estampadas, gafas de sol y sombreros de jipi-japa. Se hacían fotos los unos a los otros y se intercambiaban las hoces y las pistolas. En el escenario, un Serrallonga redivivo hacía striptease. Tras arrojar el sujetador al público, se volvió de espaldas, se bajó las calzas y mostró al público unos calzones con las cuatro barras de la señera estampadas en el culo. No era la estrelada, creo recordar.
La entrevista de Por Favor llevaba por título un entrecomillado del artista: “Cuando los de Barbastro vieron las hoces se pusieron a gritar como cafres. Creían que eran los tíos del Partido, tú”. En el texto recuerdo la misma consideración: “yo comprendo que la gente se queda frustrada con ese final, pero no podemos engañarnos ni engañarles. Cuando hemos estado a punto de hacer una revolución, hemos acabado mercadeando con las pistolas y las hoces. Los catalanes siempre hemos sido así.”
Salí fascinado del espectáculo y admirado por el coraje intelectual y moral de lo que acababa de ver. Yo era entonces un alma progresista. No podía ser nacionalista, me había vacunado contra ello el franquismo, la única forma de nacionalismo español que he conocido. Pero tenía esa indulgencia pía que nos daba el habernos dejado engañar por los mitos y las monsergas nacionalistas: que ellos habían sufrido mucho en la dictaduray otras leyendas rurales, más que urbanas.
Aquel culo de Serrallonga con la bandera catalana, como si el mismo Guifré el Pilós le hubiera metido mano en el trance de estirar la pata, me ha parecido siempre una osadía conceptual extraordinaria. Y en vida de Franco. Ocho años más tarde fue Banca Catalana. Tanto tiempo después me vuelve aquella imagen en semanas como ésta en la que unos dirigentes son investigados por privatizarse parte de las comisiones ilegales que pagan a su partido las empresas adjudicatarias de obras públicas y se tapan las vergüenzas con la bamdera de la patria. Inevitablemente recuerdo entonces la cita más popular del doctor Johnson: “el patriotismo es el último refugio de los canallas”
Xabier Arzalluz, el gran conducator del partido-guía de los vascos durante 25 años, dijo a comienzos de la década pasada: “Los vascos somos mucho más directos que los catalanes. Nadie se imagina a un catalán con un arma en la mano. A un vasco, sí”. Esta es otra característica de los nacionalistas: el respeto por la historia. Los años veinte del siglo anterior, Barcelona era la ciudad con más pistoleros por manzana de toda Europa, casi a la altura de Chicago. Había pistoleros de la patronal y de los sindicatos, pistoleros de aquel siniestro gobernador civil que se llamó Martínez Anido, por lo civil y por lo militar, y pistoleros en régimen de autónomos.
Pero además está el bandolerismo. Los tres siglos anteriores, la historia de Cataluña es la historia de sus bandoleros que alimentan las leyendas y la cultura popular. La figura del bandido generoso, el Robin Hood, que en el resto de España es Luis Candelas, es en Cataluña Joan Sala i Ferrer, alias Serrallonga.
Dos siglos más tarde, también tuvo su punto popular Joan Serra, alias la Pera, cuyo know how incluía la práctica piadosa de encender dos velas a la Virgen del Carmen y rezar una plegaria por el alma de la víctima a la que acababa de despenar. Lluis Llach le dedicó una canción titulada ‘El Bandoler’. Y estuvieron las partidas carlistas, ¿hay quién dé más? La actualización de todos esos mitos es, queridos y queridas, Convergencia i Unió. ¿Cómo no entender que goce del favor popular?
En fechas como éstas viene muy bien refrescar un brillantísimo texto de Boadella, publicado en El Mundo en 2005. Se titula ‘Manifiesto de un traidor a la patria’ y me van a permitir que les lea un fragmento:
“Un día, a finales de los sesenta, tuve que ir precisamente al templo económico de la Cosa Nostra, camuflado entonces bajo el reclamo de Banca Catalana. Intentaba aplazar una obsesiva letra que gravitaba sobre el precario presupuesto de Els Joglars. Miseria, naturalmente. Allí me rebotaban de un despacho a otro, hasta que quizá convencidos de que también nos movíamos en el meollo de la cosa se dignaroan acompañarme a la tercera planta, donde estaba la madriguera del Padrone Signore Jordi.
Apareció entonces un milhombres bajito y cabezudo, cuyas maneras taimadas culminaban en la la más genuina sonrisita diferencial. Parecía todo un profesional de la condescendencia y de la mueca críptica. Sin mayores preámbulos, acercó su enorme testa al dictáfono, y pasando de todo recato, ordenó a su secretaria que le trajera el dossier Joglars. ¡Me quedé petrificado! Media docena de titiriteros dedicados entonces a la pantomima, cuyo único capital consistía en nuestros panties negros, merecíamos todo un dossier. El asunto se ponía emocionante. ¡Nos tenían bajo control!
Lamentablemente no tuve tiempo de imaginarme demasiadas fantasías sobre el sofisticado espionaje, porque, mientras aquel cofrade catalán del doctor No simulaba examinar atentamente el dossier, uno de sus inconrlados tics hizo resbalar sobre la mesa la totalidad del contenido. Eran dos recortes de prensa sobre nuestras actuaciones mímicas en un barrio de Barcelona. Nada más. Ya jugaban a ser nación, con servicio secreto incluído.
Automáticamente comprendí la magnitud de la tragedia, y algún tiempo más tarde acabé constatándola cuando aquel notable bonsái del dossier fue elegido hechicero de la tribu después de atracar el banco y atribuir el marrón a los enemigos naturales de la patria.
¡Esta era la contraseña esperada por el país! La ejemplar hazaña cundió por todos los rincones, y bajo el lema ‘Ara es l’hora, catalans’, que en cristiano viene a ser ‘maricón el último’, los elegidos se lanzaron sin piedad al asalto del erario público, con un éxito sin precedentes.”
Les contaba antes la exaltación de mi estado de ánimo cuando salía del Hospital del Rey tras haber visto ‘Alias Serrallonga’. Un par de actrices del grupo atendían una mesa petitoria, mientras decían: “depositen aquí su óbolo para el bandido arrepentido”. Delante de mí salía un señor de edad madura, calvo y con un bigote característico de la época, -era, para que se hagan una idea, como los señores del PP y los banqueros que dibuja Forges todavía en El País. El buen hombre se había sentido agredido por el striptease del bandolero y se quejaba a su señora, que le pedía discreción: “¡Es que me han tirado un tetero a la cara, María!”
En este último striptease del nacionalismo catalán o del bandido generoso, es inevitable recordar la que es probablemente la cita más repetida de Marx, de ‘El 18 Brumario de Luis Napoleón Bonaparte’: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”.
También Marx se equivocaba. Debió escribir: “La primera vez como farsa. La segunda como enfermedad mental”. Esto ya supo verlo Eduardo Mendoza, que ha escrito novelas policiacas catalanas cuyo detective es un ex paciente del frenopático, que va a todas partes asumiendo la personalidad del doctor Sugrañes, el médico que lo sometía a electroshock. Aunque el ejemplo no sea catalán, aquellos de ustedes que hayan seguido la serie ‘Los Soprano’, recordarán una matanza que se organiza en la mafia de Nueva Jersey por dos indiscreciones: la primera, que alguien ha corrido entre las familias la voz de que Tony Soprano visita a una loquera y la segunda, que el tío Junior, que ya está mayor, recurre a la tradición oral para satisfacer a su amante.
Después de la masacre, el tío Junior hace balance y expresa su pesadumbre: “La psiquiatría y el cunnilingus nos han llevado a todo esto”.
Es por eso precisamente por lo que hoy nos honra con su presencia el doctor Boadella i Oncins, un especialista que puede traer a Osakidetza la experiencia acumulada en las últimas décadas en la Sanidad catalana, toda vez que aquí también están muy extendidas esas formas de insania que él ha diagnosticado con tan admirable precisión en su tierra natal.
Señoras y señores, vascas y vascos de uno y otro sexo, o género, o génera. Con ustedes, el doctor Albert Boadella.
El Blog de Santiago González, 24/11/12