Intervención de Santiago González en la presentación del libro ‘Las conexiones de ETA en América’, de Florencio Domínguez, el 14 de julio de 2010 en Bilbao, en un acto organizado por la Fundación para la Libertad.
Debo empezar por confesarles que voy a romper una promesa en esta presentación. Después les diré por qué. Cuando Florencio, en adelante llamado ‘el autor’, me llamó para pedirme que le presentara este libro, me puso una condición: que no volviera a repetir los versos que el poeta de Tomelloso, Eladio Cabañero, dedicó a un paisano nuestro, prolífico escritor y especialista en muchos campos del saber humano, que se llamó Mario Ángel Marrodán. Cabañero, que era de tempo más lento, le dedicó unos versos, que decían: “Cojones, dijo el cartero./ Tres libros de Marrodán/ y estamos a dos de enero.”
Ahora voy a explicar por qué he roto mi promesa. Este sujeto, el autor, es migo mío, lo que viene a demostrar uno de los aspectos más deplorables de mi personalidad, que es el irresistible atractivo que ejercen sobre mí tipos sin principios, insolidarios, desconocedores de esa virtud que practicamos son sencillez las buenas gentes y que llamamos ‘empatía’, capacidad para ponerse en el lugar del otro.
Resulta que el autor, al que ustedes habrán visto presentar libros con asiduidad, te llama de vez en cuando para comunicarte la noticia de que ya tiene otro libro en imprenta. A uno, lo que le saldría de su buen natural, es preguntar: “¿Otro?”, pero como la sinceridad no está reñida con las buenas maneras, se limita a exclamar: “¡Hay que joderse, cómo pasa el tiempo!”
Lo malo es que luego hay que dar la noticia en casa. Y va uno y dice en voz bajita: “Florencio va a presentar un libro”, conociendo de antemano la reacción de la otra parte contratante de la primera parte: “Florencio, otro libro y tú, nada”. Eso, si no sucumbe a la tentación de expresarlo en términos de marcador deportivo, como hizo el ministro Rubalcaba para expresar lo que le parecía la sentencia del Tribunal Constitucional: “Si fuera fútbol, el PP habría perdido por 290-1”. Mi mujer no pone el condicional. Se limita a decir: “Florencio, 10; Santi, 2, y uno de ellos es recopilación de artículos”.
Mi hijo pequeño, que va a cumplir 12 años, cada vez que oye su nombre, dice en plan admirativo: “Este Florencio es un crack”.
¿Van comprendiendo ustedes? El autor está socavando, sin prisas y sin pausas, mi vida familiar y además fomenta en mí el malsano sentimiento de la envidia. Pero uno no puede quedarse a vivir en sus más bajas pasiones y hay que hacer como si esto no importara. O sea, que pasemos a hablar del libro que venimos a presentar hoy aquí: ‘Las conexiones de ETA en América’.
Se trata de un libro que participa plenamente del estilo del autor. Podría no estar firmado, faltarle la portada y las primeras páginas, pero cualquiera que se encontrara con una página de esta obra, reconocería de inmediato el estilo de Florencio Domínguez: tan sobrio en su primera apariencia como cuajado de datos, todos ellos ciertos, comprobados, inequívocos e incontestables. Y no me estoy refiriendo sólo al quién hizo qué y cuando. El mismo rigor lo pone en pequeños detalles que ayudan a contextualizar la historia y a presentarla como un relato irresistible.
A título de ejemplo, si abrimos el libro por su segundo capítulo, leeremos:
“La noche del 22 de mayo de 1993, la televisión de Nicaragua había emitido una película de Cantinflas y muchos vecinos del barrio de Santa Rosa se habían acostado tarde por ver al cómico mexicano. Además, el 23 era domingo y no había que madrugar. Por eso, no eran pocos los que a las dos de la madrugada estaban despiertos. Uno de ellos era Carlos Raúl Cruz Manzanares, que se encontraba en una esquina, en la calle, charlando con sus amigos, Oscar Danilo Carballo, Martín y Mariano, cuando se oyó una potente explosión que levantó llamas de fuego de unos veinticinco metros de altura.”
Así comienza el segundo capítulo, en el que se da cuenta de la explosión del taller de Santa Rosa, en el que ETA almacenaba tal cantidad de explosivos que su destrucción fue un factor importante para la paz en El Salvador, aunque el taller, por razones obvias, tendría que haberse llamado Santa Bárbara.
Esta precisión descriptiva es característica fundamental de este libro. La mayoría de vosotros recordaréis la muerte de Raúl Reyes, que era el número dos de las FARC y en cuyos ordenadores encontraron los peritos de la Interpol encontraron ingente documentación. Florencio explica cuánta: 37.872 documentos Word, 452 hojas de cálculo, 7.989 direcciones de correo electrónico, 10.537 archivos multimedia, 22.481 páginas web y 210.888 fotografías. Calculaba la Interpol que traducido a documentos Word, el material incautado supondría 39,5 millones de páginas.
Comparados con los de las FARC, nuestros terroristas son ágrafos. Hace años, en una conversación con el que fue dirigente poli-mili Goiherri, me dejaba constancia de la degradación intelectual de los etarras: Al comienzo, escribíamos cien papeles para explicar una ekintza. Ahora explican cien ekintzas con un solo papel.
Los terroristas latinoamericanos, además de ser más dados a la escritura, parecen también muy amantes del ajuste fino en lo suyo:
El secuestro de Abilio Diniz en Brasil es una muestra de este savoir faire del terrorismo chileno, un amor a la precisión quizá exagerado para su oficio. La ficha de su seguimiento, amén de la edad precisa describía su estatura (1,82 metros) y su peso (74,2 kilos), como si no bastara poner la edad aproximada, la estatura y el peso a ojo de buen cubero. Uno estaba preparado para leer, por ejemplo: El objetivo tiene unos 40 años, estatura alrededor de 1,80, unos 75 kilos de peso, calvo, con gafas.
Digo que esta precisión es exagerada para su oficio porque lo más característico de los terroristas es tirar bastante a bulto. Es lo que Juan Aranzadi llamaba “sangre simbólica” en un gran ensayo publicado a mediados de los años 80. Esto, en lo que respecta al asesinato. Las víctimas son intercambiables. Para la cosa del secuestro no tanto. Les valdría igual un empresario que otro, a condición de que sea igual de rico. Pero la precisión antropométrica es sustituida siempre con ventaja por una foto, aunque sea recortada del periódico.
Hay a lo largo de todo este libro un incesante ir y venir de personajes, militantes de ETA, tipos de Batasuna, gobernantes cubanos, venezolanos, dirigentes sandinistas, tupamaros, zapatistas, narcoterroristas de las FARC, etarras que asesoraron a los pistoleros del narcotraficante Pablo Escobar, miembros del MIR y otros muchos sujetos de mal vivir. Y naturalmente, Hugo Chávez.
Las conexiones de ETA en América dan cuenta puntual de las aventuras de muchos personajes célebres. Aquí encontrarán la pista de Joseba Urkijo Borde, alias ‘Kinito’, un miembro de la Mesa Nacional de Herri Batasuna que fue abducido por el lamentablemente famoso subcomisario Amedo, uno de los hombres clave en la trama de los GAL, un confite. Su desaparición, a finales de los años, hizo suponer que había siso liquidado por la organización. No fue cierto. En este libro se da cuenta de su localización (y posterior extradición). Regentaba una tienda de gorras en la plaza Kukulcán, de Cancún y se bajaba de Internet las señales de periódicos extranjeros con el fin de imprimirlos para clientes guiris. Aquí tenemos un ejemplo más de la tradicional capacidad innovadora y de gestión de los mejores hijos de este pueblo, que han hecho de ellos ejemplares pequeños y medianos empresarios.
Aquí encontrarán también a terroristas que aprovechan su estancia en Uruguay para llevar allí la buena nueva de la cocina vasca a través de restaurantes que gozaron de cierta reputación en Montevideo. El último libro de Florencio, por ahora, habría que decir, porque en este aspecto el autor es como Woody Allen: cuando decimos acabo de ver la última película de Woody Allen, ya no es cierto, porque tiene otra en periodo de postproducción y montaje…
Digo que este libro de Florencio que estamos presentando hoy, es documentado como un informe y ameno como una novela que estaría a medio camino entre la narrativa de Le Carré y ‘Nuestro hombre en La Habana’, aquella gran farsa de Graham Greene sobre el viajante que hace pasar por planos de un arma secreta el croquis de una aspiradora.
Todas estas idas y venidas ayudan también a hacerse una idea de las sociedades en las que se mueven los protagonistas principales de este libro: los etarras, y a mí me ha producido la impresión de que hay también un retrato de la decadencia terrorista como un telón de fondo.
No sé si esto se debe a una impresión subjetiva. En contra de las indicaciones de mi oculista (que te tengo dicho que no te metas porquerías en los ojos) yo leí mucha basura sobre las guerrillas en mi juventud: Desde los diarios del Ché en Bolivia y aquel increíble ¿Revolución en la revolución? De Regis Debray, hasta biografías de aquel pionero de la Guerrilla en Colombia que fue Camilo Torres Restrepo –que, no sé por qué, siempre tiene que haber un cura español en estas lides– y toda la subliteratura generada por la Revolución cubana desde sus orígenes, es decir, desde La Historia me absolverá y las Primera Declaración de La Habana.
Lo cierto es que el terrorismo latinoamericano que tuvo aquel halo romántico para la izquierda española (todavía lo tiene en parte, pero ya sólo para los más tontos) es ahora un espectáculo decadente. Gabriel García Márquez, excelente escritor e impenitente castrista publicó en los años 70 ‘el Otoño del patriarca’, una alegoría sobre la condición caduca de las dictaduras y de los dictadores latinoamericanos. Entonces nos parecía que el protagonista podía ser Stroessner, Hugo Banzer, Videla, Pinochet, Bordaberry o Garrastazu Médici. Hoy, que todos están muertos y el único que vive, ha sido procesado y condenado, los patriarcas de verdad son los hermanos Castro y el grupo de potenciales dictadores ( y de venturosas realidades) que encabeza Hugo Chávez y forman Correa, Evo Morales y Daniel Ortega. Quién iba a pensar que el sueño de Sandino, que a tantos nos alegró en su lucha contra la dictadura de los Somoza, iba a terminar en esta orgía de latrocinio de las arcas públicas comandada por un tipo que violó a su propia hijastra.
Todos estos son los compañeros de viaje de esta ETA también hoy agónica, que forma con sus socios un paisaje muy entonado. En cualquier caso, como se deduce de la lectura de este libro, ETA ha tenido siempre un interés circunstancial por todos estos compañeros de correrías latinoamericanas. Aparte de su nacionalismo, los etarras sólo tienen interés por el método, por la violencia terrorista, la lucha armada. Son tercermundistas vocacionales. No Baader Meinhoff o Brigate Rose. Sí han tenido interés por el IRA, pero nada ha sobrevivido al abandono de las armas por el Ejército Republicano Irlandés. Tampoco han sobrevivido sus relaciones con guerrillas latinoamericanas que han optado por la institucionalidad y el abandono de la violencia.
Eso sin contar con el desencuentro, ya desde el principio, con Chiapas, que, en contra de uno de los supuestos básicos de ETA, no tenía ningún, pero es que ningún interés en la liberación nacional de su pueblo.
A mí, estas conclusiones del libro, me remiten también a una de las grandes novelas que he leído en mi vida: “Si te dicen que caí”, de Juan Marsé, obra que cuenta magistralmente la agonía del maquis catalán en los años sesenta, aquellos anarquistas que empeñaron su vida en la lucha contra un franquismo que se consolidaba con un desarrollismo ya en marcha, y que acabaron desaguando en el bandolerismo puro y simple, atracando joyerías y prostíbulos de medio pelo.
Esto no es todo, sin embargo. Este libro de Florencio Domínguez hay que contemplarlo en su relación con los demás. Porque todos y cada uno de ellos son partes de un todo, que es la obra del autor. A través de cada libro nos acercamos a una disección implacable de cada uno de los aspectos de la biografía de la organización terrorista: la Historia de ETA en un libro colectivo; su actitud negociadora, en ‘De la negociación a la tregua’, la vida cotidiana en una banda terrorista, en ‘Dentro de ETA’, la naturaleza y el objetivo del terrorismo en ‘Las raíces del miedo’; la actividad de ETA en Cataluña y sus relaciones con Latinoamérica en el libro que nos ocupa hoy de manera principal y, con vuestro permiso, en lo que para mí constituye lo mejor de una obra admirable: Su extraordinario vademécum de las víctimas: ‘Vidas rotas’.
Este libro, escrito junto a Rogelio Alonso y Marcos Gª Rey es mi preferido porque trata del asunto más sensible de todos los relacionados con el terrorismo: sus víctimas. Hasta este libro que recoge todas y cada una de las vidas segadas por el terrorismo etarra, que nos cuenta sus vidas y sus muertes, sus nombres y apellidos, recoge los nombres de sus victimarios y da cuenta de la justicia, si la hubo. Hasta entonces, no es que no supiéramos sus nombres: ni siquiera conocíamos su número.
A mí, este libro me trajo a la memoria una escena de una película de Roberto Benigni: ‘La vida es bella’. En ella, su protagonista, un judío que va a parar con su hijo a un campo de exterminio, trata de proteger a su hijo del horror circundante, haciéndole creer que todo es un juego, un concurso en el que el premio es un tanque, un carro de combate. Con los aliados a las puertas del campo, el protagonista esconde a su hijo para protegerlo y es acribillado por un guardián del campo.
Al niño le despierta en su escondite el ruido de un motor. Sale del cubo de basura y ve un tanque Sherman M-4. Empieza a gritar, alborozado, en la creencia de que es su premio, el que le había prometido su padre, si sabía esconderse bien. Al llegar a su altura, el tanque se para y de la torreta sale un mocetón americano del medio oeste, que lo coge, lo levanta hasta su altura y el pregunta: “What is your name?” ¿Cómo te llamas? Es lo que hace la democracia con los individuos, reconocerles por sus nombres, por los mismos nombres, judíos, que les habían llevado al campo de exterminio. Eso fue lo que hizo este libro de Florencio, llamar por sus nombres a las víctimas e interpelarnos a todos al respecto.
Pues bien, toda esta obra de Florencio Domínguez en su conjunto constituyen una enciclopedia del peor mal de nuestro tiempo, a la que irá agregando nuevos libros: yo espero uno sobre la financiación de la banda terrorista,-dirán que ya estoy dando ideas, y es verdad, está en mi naturaleza- aunque sólo sea para quejarme el año que viene de que este tío me está arruinando la vida familiar. En el futuro, cuando alguien quiera conocer la naturaleza de este mal que nos afligió al final del siglo XX y comienzo del XXI, tendrá que recurrir a la obra de Florencio, a quien, como autor, ha asumido el compromiso que expresaba el poeta en ‘Viento del Pueblo’ Miguel Hernández:
Si yo salí de la tierra, /
si yo he nacido de un vientre, / desdichado y con pobreza,
/ no fue sino para hacerme
/ ruiseñor de las desdichas,
/ eco de la mala suerte,
/ y cantar y repetir
/ a quien escucharme debe, / cuanto a penas, / cuanto a pobres,
/ cuanto a tierra se refiere.
Y basta ya de cháchara. Vamos a escuchar al autor, que a eso hemos venido.
Santiago González en su blog, 15/7/2010