Intervenciones durante el acto de presentación del libro ‘La cuadrilla’, de Pedro Morales Moya, a cargo del autor y de Eduardo Uriarte y Ernesto Santolaya, en un acto organizado por la Fundación para la Libertad en Bilbao el 31 de enero de 2008.
Eduardo Uriarte: –Para intentar conocer una época, no me he conformado con leer la historia y la filosofía del momento, sino que al final he tenido que ir a la ficción que se escribía en ese momento, porque la ficción muchas veces nos va a dar la carne del momento, los sentimientos de la gente, la vida cotidiana, y así podremos entender de una manera más cercana -los periodistas llamamos a eso las historias de calor humano-, podemos entender de una forma más completa qué fue aquel acontecimiento.
Bueno, a través del libro de Pedro, sin duda alguna yo he visto mucha valentía, muchas ganas,… no sé si al final es bueno: “venga voy a explicar cómo vi yo aquellos años de la preguerra civil en Vitoria”… Para mí es valentía, es todo un reto, es difícil; creo que es una novela difícil. Para mí desde luego es una cosa admirable. Que no se nos marchen los recuerdos según nos vayamos apartando de este quehacer… Y desde luego, que a su edad se haya puesto a escribir y a dedicar su tiempo a plantear lo que plantea esta novela, la verdad ha sido muy gratificante. Y también gratificante que sea una oportunidad para volvernos a encontrar, y que descubra que cuando se metía con los de Euskadiko Ezkerra, pues que los de EE cambiamos mucho, cuando te metías con nosotros en el pensamiento alavés… Y te agradecemos lo que escribes y lo que hicisteis una generación de vitorianos con aquel proyecto político que fue UCD. Y que la historia lo reconocerá, como ya algunos viejos empezamos a reconocerlo. Muchas gracias por el libro y ahora alguien que sabe de literatura más que yo, como Ernesto Santolaya, creo que va a hacer una descripción de la novela mejor que la mía. Muchas gracias, Pedro, por esta novela.
Ernesto Santolaya: –No es fácil hacer una descripción mejor de la que has hecho, pero sí puedo enriquecerla con alguna aportación que parte de mi cercanía a Pedro desde hace muchísimos años… uno de los primeros personajes que yo conocí cuando hace cuarenta y bastantes años aterrice por Vitoria. Cuando dices que te sorprende lo que ha escrito… Lleva ya siete novelas escritas, pero todas ellas en un lapso de tiempo realmente corto. Es como si toda su vida hubiera sido, como en las novelas románticas, un aprendizaje, una acumulación de experiencias, de conocimientos, de rozaduras, de rasponazos, de fracasos… para transmutarlos luego en esa especie de depósito que es la biografía de cada uno. Digamos lo que digamos de los novelistas, el novelista siempre cuenta una sola novela, que es la novela de su vida. Quizás no como fue, sino como se la imaginó. Quizás no como se la imaginó siquiera, sino como le hubiera gustado imaginársela pero no fue capaz de hacerlo cuando estaba aconteciendo todo aquello. Pedro ha pasado por experiencias como ejercer de funcionario en la Diputación, en la que acabó como jefe de personal cuando se jubiló; pero en el intermedio tuvo tiempo de fundar una cooperativa empresarial de artes gráficas en Vitoria, que aun hoy sigue funcionando, supongo que sin ningún contacto con las cooperativas de Mondragón. Lo supongo, no lo sé. También fundó un cine-forum. Yo recuerdo que en mi época, en Haro aterrizaban como si fueran algo así como los apóstoles del cine, de la buena nueva, de cómo había que ver el cine. En aquella España cerrada y sin horizontes de ninguna posibilidad de expansión, aparecieron estos que eran unos jóvenes impulsivos que hasta se brindaban a llevar el proyector de 16 milímetros que era preciso. Tanto en Haro, que era donde yo estaba, como en Bañares, o en Rodezno, o en cualquier pueblo daban una película de cualquiera de los grandes cineastas, enseñando a la gente o mostrando su entusiasmo porque los demás aprendieran como ellos aprendían.
Le dio tiempo durante 20 años, o casi, a ser el director de El Correo Español en Vitoria, con lo que él no lo sabía, pero estaba haciendo prácticas para ir creando esa manualidad, ese conocimiento de la tramoya que toda literatura requiere de manera fundamental. Pero a todo esto y como digo, llenando el almacén de experiencias biográficas que luego en sus novelas, aunque alguna de ellas pueda tratar de tiempos pasados, de dos siglos atrás, resulta que lo que se va vertiendo es su forma de ver el mundo, de ver la sociedad. Es tal el respeto que tiene por la patria, porque tiene su propia patria creada, patria en la que también muchos creemos y seguramente una de las cosas que más me une a Pedro hoy es la única patria posible, la única patria que merece una bandera, la única patria que merece la pena ser defendida, es la patria de la libertad. Y para eso, es tan terrible y tan cabezota, que ni siquiera quiere que se infiltre el más mínimo interés o necesidad económica en la creación de sus novelas. Él las escribe, él se las edita y él las vende o las regala, le da exactamente lo mismo. Es justamente el camino inverso al de Ramiro Pinilla. Pinilla es un gran escritor, un escritor de gran auge, que en plena juventud, cuando puede triunfar, decide hacer esto que Pedro está haciendo ahora. Lo que ocurre es que al final hay una especie de claudicación, digamos -y que me perdone Pinilla-, en el sentido de que recurre a quien antes no quiso recurrir, cuando hubiera podido ser uno de los triunfadores, y al final recurre a la gran industria, que no tiene ningún inconveniente en que lo que antes era ‘Antonio B, el Rojo’ sea ‘Antonio B, el ruso’, con lo que ya todo toma distintas connotaciones.
Pedro sigue erre que erre. Yo le decía: esta novela me parece una novela ejemplar, me parece que la debía haber publicado yo, porque es que me hubiera entusiasmado meterme en esa aventura, y él no lo consintió, por esa especie, como digo, de voluntad de que nada le perturbara su sentido creativo. Hombre, me pasó el texto cuando todavía no lo había impreso del todo, y se lo pasó también a Teo, y algunas correcciones intentamos hacerle, yo debo decir que le hice muchas y me hizo caso en dos. O sea, que eso demuestra la certeza que tiene en lo que está diciendo… Me hizo caso en una: la novela iba a titularse ‘La cuadrilla Corcóstegui’, ‘La cuadrilla de Corcóstegui’, pero yo le dije que esa alusión al apellido sobraba, que ‘La cuadrilla’ es mucho más misterioso, mucho más rotundo, mucho más significativo de una mafia. Porque de eso va la película, la película va de que él lo que quiere contar, en esos momentos que ha citado Teo, que es donde trascurre, que son los años previos al estallido de la Guerra Civil, ya estaba formándose…, ya estaba el huevo de la víbora del nacionalismo, ya estaba calentándose y ya estaba funcionando. Quiere, y creo que lo consigue plenamente, que los muchachos sean la parábola del funcionamiento de sus mayores, no entonces todavía, sino hoy.
Ésa es una de las preguntas que siempre me gusta hacerle, porque yo creo que es el quid de la cuestión… Ahí vemos una historia aparentemente juvenil donde unas fuerzas que se van generando, como bajo la mirada de un microscopio, se van moviendo como células, se unen unos, se separan otros, hay una creación de fuerzas, unos se contradicen… Pero a todo esto, como corcho en una galerna, un joven idealista…, que él dice que no es él, pero yo quiero suponer que es el ‘álter ego’ de cómo le gustaría haber sido. Otra cosa es cómo fue, pero eso tiene poco que ver. Porque yo soy de los que piensan que el gran vivero que es la biografía es fundamental para escribir novela hoy. Y lo digo porque tengo una experiencia personal: que estoy intentando escribir mi biografía para una editorial, que no es la mía, obviamente, y descubro que no es biografía, que es novela. Que al final algo que yo recordaba de una manera determinada…, hombre, tengo la precaución de que guardé notas, las busco, te metes en el almacén y dices: “mira aquí está lo del viaje, vamos a ver, no jodas, ah, sí, bah, yo lo hago mucho más divertido, como lo cuento yo es mejor…”. Conclusión: estás traicionando esa realidad… Pero no. Incluso aquí tenía tomada una nota pero como me pasa siempre tomo notas y soy incapaz… Porque tengo una especie de complejo de venir aquí a hablar con amigos y en vez de hablar leerles. Tengo incluso una cita de Jorge Luis Borges donde habla de eso, de que la verdad, la realidad que entendemos por verdad hay que traicionarla, que es la única manera de conseguir la realidad que en realidad funciona. Y es a lo que iba Teo, que cada día le gusta más la novela, porque la Historia es fría, discute el dato, es fundamental que esa historia exista pero alrededor de ella el que crea el ambiente, el que es capaz de generar emociones, sensaciones, los genera con el basamento de esa historia y con la adición de partículas de otras historias, que personajes que aparecen no son personajes reconocibles, nadie lo reconocerá. En Pedro -ésa es otra de las discusiones que tengo con él-, los personajes deben tener nombre y apellido… y su madre una santa, pero él era un hijo de puta. No, Pedro tiene la delicadeza o decoro de cambiar el nombre a los personajes. Pero por las pistas, el que conoce la historia del momento, que cada vez son menos, ese sí que sabe que ese personaje fue fulano. Y lo que cuentas de él es maravilloso, porque fue justamente lo que fue, más lo que se dijo de él, o lo que no se dijo y se podía haber dicho. Esa mezcolanza yo creo que da un retrato de una Vitoria determinada, como Teo ha apuntado muy bien. Pero yo veo otras virtudes en ello: era provinciana, dominada por el clero, por el ejército después, a renglón seguido por el terror, por el miedo, que se contaminaba más fácilmente en familias que se comunicaban mediante gestos, que se conocían de antes, con lo que las distancias de lo que se les venía encima, y en qué manera muchos traicionaban sus propios idearios. Ese mundo pueblerino es todavía mucho más cruel que el de una gran capital en la que muchos no se conocen. Y a veces la huida de un barrio a otro suponía la libertad.
Yo creo que Pedro ha construido una novela grande. Creo que Pedro está haciendo ahora la labor que ha acumulado durante toda su vida y yo lo que espero es que siga publicando, porque al final los años hacen que todo esto que he dicho, tal como yo lo creo, supongo que es lo correcto, pues al final emerge la necesidad de que tenemos de dejar una pista, dejar una señal. Como en las cuevas nuestros antepasados del Neolítico eran capaces de dejar su mano con la intención de decir “aquí estuve yo”. O como en las celdas, que pone: “aquí estuvo Pepe Martínez”. Quién era Pepe Martínez: pues era un ser que sufrió en aquella celda. Bueno, pues al final cuando los escritores ya de mayores se deciden a contar sus experiencias, lo que no hacen es traicionarse, lo que hacen es expandir su verdad, caiga el que caiga. Y Pedro es un hombre muy claro, escribe con una nitidez impresionante, la novela suya se lee y no sabes si estás leyendo historia o estás leyendo una novela; hay un disfrute del que yo les recomiendo a ustedes que no se priven. Además es poco dinero.
Ahora, para darle pie a Pedro, como en las obras de teatro, le hago una pregunta, que es la que siempre intento que me conteste… Y me la contesta de diez mil maneras distintas y no acabo de estar de acuerdo con ninguna de ellas: ¿qué crees que queda para el tiempo de hoy de aplicación… llamémosla práctica? O, digamos, ¿quiénes de estos amigos que lean tu novela van a encontrar parentesco con la situación actual? ¿Se les provee de alguna receta para la situación actual, o más bien se les genera el dramatismo de decir: “joder, si en el 36 estábamos así, pues ahora, en el 2008, estamos parecido”? ¿Qué posibilidad hay de trasplantar lo que has contado tú de aquella época a la época actual?
Pedro Morales: –Buenas tardes a todos y muchas gracias por su presencia. Muchas gracias tanto a Teo y a la Fundación por la Libertad, como a Ernesto por las amables palabras que han tenido conmigo. Y por no dilatar ya esto, quiero contestar a esa pregunta. Yo a lo largo de todos estos años, afortunadamente, he vivido con buena salud, no me puedo quejar. Efectivamente, he acumulado muchas experiencias y conozco muchos episodios y siempre me ha parecido una cosa: que las políticas están enredadas por los políticos más que por las bases. Creo que en eso no hemos cambiado. Yo creo que nuestra Guerra del 36 no fue deseada por una inmensa mayoría de la población; el que podía escapar de ella escapaba. Pero los políticos lo arreglaron de tal forma que al final se hizo una guerra que fue la guerra de todos. Una guerra que está hoy en tiempos de evocación, pero una posguerra de la que nadie se acuerda, con unas miserias y unas hambres, y una serie de enfermedades y de pobreza que tuvieron a la nación paralizada durante más de 10 años, que se dice pronto. Se dice ahora en un segundo, pero diez años hay que pasarlos.
En esta obra me encontré con que era una familia como la mía que estaba implicada en la política; con una madre mía que era maestra pero se encargaba siempre de darnos normas y pautas de conducta, en las cuales entraba un principio: enseñarnos a ser responsables. Yo me di cuenta de que ese mundo que yo iba a empezar a vivir, trasladado desde una aldea pequeña como en la que yo nací, que era Espejo, a una ciudad, a un colegio donde había 300 o 400 alumnos, la mitad de ellos internos, yo estaba interno…, a mí eso me produjo una especie de choque brutal. Porque no conocía a nadie, y mis valores no tenían allá ninguna consistencia, me encontraba desconfiado entre unos y otros, y el único amigo que tuve -eso lo digo en la novela- era un guipuzcoano que, además, para comenzar la amistad, pues tenía el placer de llamarme maketo, porque yo era de una zona castellana y él hablaba euskera. Uno tiene que pensar y se amarra enseguida a esos pensamientos que ha recibido, esos pensamientos maternos que los da, como toda madre, en generoso intento de que te defiendas en la vida y que marques una pauta sin herir a los demás, es decir, que vayas libremente. Y eso a mí me ha hecho reflexionar, tardíamente, pero me ha hecho reflexionar.
Y a lo largo de estos años, no ahora sino antes, he procurado recordar este sentido de responsabilidad de esos momentos y atenerme a él. Juega una cosa que es inmediata, que es el principio de libertad. Yo quiero ser libre, así, pero es que esa libertad está condicionada por muchas cosas. En primer lugar, naturalmente, por la ley. Cuando hablamos de libertad de expresión garantizada, perfectamente bien, pero hay una ley que me limita. Si esa ley está bien hecha y es justa, la limitación es justa. Yo no puedo abusar de mi libertad de expresión para perjudicar a un tercero. Pero inmediatamente vemos que dentro de esa ley siempre hay interpretaciones y hay escapes. Y se presentan unos problemas tremendos, sobre todo para un alma que es un poco cándida y que está en esos momentos aprendiendo a vivir; son esos momentos en que dice: “pero si estos no faltan a la ley pero con sus coacciones, con sus intentos de condicionar mi vida, me están limitando”… Yo, que vengo con una posición de ignorancia con respecto a este mundo en el que me encuentro sumergido, que es un mundo de internos, me encuentro que soy un ser indefenso, un ser inútil. Efectivamente, esa indefensión no es mía sólo, es de la mayoría de la población. La mayoría está consignada dentro de las leyes por una serie de coacciones, muy sutiles algunas, otras muy claras, manifiestamente claras; el miedo, que está jugando todas las veces a nuestro alrededor. Miedo a quedar mal con ese señor que me ha hecho un préstamo. Miedo a quedar mal con este otro señor que es amigo de mi padre. Miedo. Todos esos miedos están condicionando la libertad más absoluta que se puede practicar.
Pues ahí está la clave de mi novela. Es ese niño que empieza a descubrir que todo su mundo, aun entre niños, está condicionado por esa presión para que tú no seas libre. Y efectivamente, ese niño empieza a caminar por un mundo en el que no quiere estar ni con unos ni con otros, y al encontrarse en medio empieza a recibir las sacudidas de los dos lados. De la derecha y de la izquierda. O sea, vieja postura de que no vayas por el medio de la calle porque te atizan los de la acera de la izquierda y los de la derecha… Es así. En algún momento tienes que ceder, tienes que encuadrarte, porque si no, estás indefenso. Y ahí está el gran dilema: con quién voy, por qué voy, cuál es mi situación, qué debo hacer, qué no debo hacer. Esa situación tiene traducción al momento actual, exactamente. El momento que yo he empezado a vivir y el momento actual donde cualquiera de nosotros puede observar y detectar todo ese tipo de condicionamientos y represiones. Unos usando valores que parecen insalvables, la patria, todo por la patria obliga a que ese culto a la patria muchos tengan que seguirlo sin que les importe tanto. Otros el culto a la religión, otras veces el culto a la democracia. Y siempre están utilizando valores sublimes para acciones miserables. Esto es así. Y sobre eso ahora podemos dialogar lo que queráis.
Ernesto Santolaya: –Los propios curas del colegio coadyuvaban a que sus propias pulsiones íntimas se tradujeran en apoyo a determinados grupos…
Pedro Morales: –No, ellos no actuaban de una forma directa pero había una inhibición. ¿Qué pasaba en un internado? Los internos éramos de dos clases: los internos de familias pobres, menos poderosas, los internos de familias más poderosas. El interno que venía de Guipúzcoa, hijo de industrial, pequeños empresarios, estaba muy bien catalogado, era perfectamente conocido, lo tenían fichado. En cualquier coyuntura en la que hubiera que decidir, ya sabías que la decisión se inclinaba siempre a favor del más poderoso. Pues esa sutileza la vas descubriendo de una forma práctica porque la vas padeciendo. Entonces realmente te cohíbes, te encuentras en posiciones en las cuales tienes que defenderte, no causando daño a nadie, pero además no causando preocupaciones ni estragos. Éste es un posicionamiento que se da en la vida real. Nosotros mismos hemos podido ser causantes, yo mismo, de una posición más poderosa que otros, con mis inhibiciones, de prejuicios que no tenían que haberse producido. Ya no digamos cuando se entra en la acción directa, que es la segunda parte. Muchachos que empiezan a formar su grupo para decir: “yo controlo el balón, yo controlo el patio, tú sí juegas, tú no juegas”… Eso ya es una acción en la cual tú te estás viendo eliminado y si te quieres autoeliminar ya sabes lo que te espera: irte a un rincón y jugar a aquello que jugábamos, al frontón en una esquina.
Ernesto Santolaya: –Al principio aparecen de manera rotunda, avasalladora, como los únicos organizados, los jóvenes nacionalistas. Pero luego, en el momento en que aparece la dureza del fascio, aquéllos parece que se amilanan. Es un poco la sensación que muchas veces sentimos con la propia Historia en letras mayúsculas, ¿no? De que al final hay alguno que piensa que puede… Al final, el que gana en esa carrera por tener más violencia que el otro, el que realmente tiene más capacidad de violencia, que es el que tiene menos apego a la moral. Y eso es lo que les ocurre a los propios nacionalistas en el patio del colegio con la nueva presencia de los fachas de la camisa azul.
Pedro Morales: –Sí. Además, hay una cosa que también se produjo: mientras el grupo nacionalista que llevaba la, digamos, coacción por unas normas que no se salían de la ley, por unas normas del patio de colegio, los del otro grupo, alguno, traía pistola. Y esto era peligroso.
Ernesto Santolaya: –Eso es lo que quiero decir.
Pedro Morales: –Y entonces la situación empezó ya a tomar ese carácter que luego derivó en la Guerra y que ya lo vivían los chicos que tenían 14 y 15 años. Y efectivamente, en la Guerra hubo muchos voluntarios que fueron con 16, 17 años. Cosa que hoy no se comprende. Muchas veces me explican… ¿pero es que es posible que unos niños…? Había de todo. Había una masa indiferente que, efectivamente, luego se vio enredada, complicada, lo he dicho antes. Esa guerra no fue una guerra. Como muchas cosas que están pasando hoy, no es una participación de la gente que está todos los días preocupada por llegar a fin de mes, poder pagar el colegio del hijo, poder hacer esto, hacer lo otro. No. Es la gente de arriba la que envenena e incordia, y al final, si eso va por mal camino arrastra a todos. En la Guerra Civil -yo puedo decirlo-, muchos de ellos si hubiesen tenido dinero y una de vía de escape, se hubieran ido al extranjero. Y los que pudieron lo hicieron. Los intelectuales, que muchos de ellos estuvieron en la fase inicial de la República, como Ortega y algunos otros, en cuanto vieron que aquel conflicto no iba con ellos, se largaron. Porque no era su guerra, ni querían esa guerra. Pero claro los que nos quedamos aquí, tuvimos que sufrirla y padecerla. Y luego buscamos responsables, eso todos, claro, todos estuvimos metidos en el cacao, pero hay unos responsables más que otros. Si se hace memoria histórica, debería hacerse memoria de los responsables. Y no se hace.
Ernesto Santolaya: –Los culpables, la élite.
Pedro Morales: –Claro, sobre todo la élite.
Ernesto Santolaya: –El parentesco tú me lo transmites en el sentido de que en esta guerra de palabras tú hoy crees que también el culpable es…
Pedro Morales: –También lo creo.
Ernesto Santolaya: –Los culpables son las élites.
Pedro Morales: –Quien está hablando del respeto a las ideas, me indigna. Porque yo creo que las ideas se pueden rebatir correctamente. Un señor puede tener una idea educada, yo no tengo por qué aceptarla, puedo decir estás equivocado, mis argumentos contra los tuyos. El respeto es a las personas, aunque piensen de muy distinta forma que tú. Y el respeto a las personas es el que menos se contempla. Todos los días por televisión vemos cómo se insultan, de la forma más normal, ignominiosamente.
Ernesto Santolaya: –Pero ese tono tan apaciguador que tienes ahora mismo en tu visión política, no tan apaciguador en la novela,… a mí lo que me gusta es que, de repente y dejándote llevar por tus impulsos, porque al final no escribes para el lector, escribes para ti, aunque luego al lector lógicamente por esa razón le interesa todavía más, eso se rompe inmediatamente con el tono de humor, con un dramatismo y una crueldad no voy a decir innecesaria pero sí superior al diálogo y a la relación que están viviendo los jóvenes personajes. Sobre todo en materia de humor hay un hallazgo que creo que merece la pena: el obseso nacionalista a la búsqueda de la gallina vasca. Eso es todo un alarde de buen humor que está tratado con ironía y que yo creo que suaviza esa crueldad de relaciones en la que se van ligando los jóvenes actores del drama.
Eduardo Uriarte: –Con la venia de Ernesto, que ya sabía yo que no nos iba a dejar hablar a nadie, me es propicio entrar en un aspecto que se me había olvidado. Me ha entendido mal que yo sea un gran lector de novelas… ¡qué va! Yo al final llego a la novela cuando veo que me falta algo, porque después de haber leído ensayo o historia me doy cuenta de que hace falta rellenar lo que he estado leyendo…
Desgraciadamente, soy muy mal lector de novela y me aburre bastante. Si yo llegué a los escritores del siglo XIX es porque me apasionó la Historia del siglo XIX, no al revés. Ha habido dos obras que me han hecho reflexionar sobre la época. Una, el libro que me regalaste, Ernesto, la biografía de Ignacio Hidalgo de Cisneros, en la que se descubre su gran amistad y camaradería con Queipo de Llano, cómo conviven de mala manera en París después del golpe de Jaca, en la habitación de al lado de Indalecio Prieto; porque como Prieto era un señorito, tenía su habitación, pero ellos jóvenes militares tenían que convivir en la misma habitación. Esas dos personas que lucharon por la República e intentaron crear una sociedad con las ideas ilustradas; que iban a permitir, por fin, el gran salto adelante de la sociedad española…, cómo acaban seis o siete años después. Uno en un bando y el otro en el otro, matándose, uno jefe de la aviación republicana y el otro casi mandando tanto como Franco. Porque al final, hasta que se murió, Franco le tuvo que dejar hacer lo que quisiera, porque fue un auténtico virrey de Andalucía. Yo pude ver en el año 50 ‘Lo que el viento se llevó’ porque Queipo de Llano no dejó al arzobispo nada de censura eclesiástica. La liberalidad en las costumbres era mucho más grande en Andalucía que en la ciudad que yo conozco inmediatamente, que es Vitoria.
Hay otra obrita que me ha hecho reflexionar mucho sobre lo que pasó, que es la obra autobiográfica de Clara Campoamor en los momentos del ‘alzamiento’: ‘La revolución española vista por una republicana’. Descubres que Clara Campoamor se tiene que marchar de Madrid porque le van a fusilar las milicias socialistas, los que aparentemente son los suyos. ¿Qué está pasando? La carne de ese conflicto la pone en gran manera la novela de Pedro, en el sentido de que acabas viendo que personas muy decentes, como la madre del protagonista, que lo único que había intentado era hacer el bien en su pueblito, por pura envidia acaba en la cárcel con una falsa denuncia. Y otra persona con más responsabilidad, que es el padre del amigo guipuzcoano que tenía una empresa que me suena a la fábrica que tenía Julio Bellota…
Pedro Morales: –Patricio Echeverría
Eduardo Uriarte: –…Acaba fusilado por el hecho de ser un industrial emprendedor. En plena vorágine acaba fusilado. Qué es lo que pasó, qué ocurrió para que se planteara eso. Qué ocurrió para que jugaran en el dormitorio de los marianistas con pistolas. Por cierto, eso continuó, porque en el año 60 yo vi una pistola en clase.
Pedro Morales: –Igual era la misma
Eduardo Uriarte: –No era, no. Ahí era porque había mucho hijo de militar y de vez en cuando llevaban la pistola de su padre al colegio… Pero qué ocurrió. Pues con esta novela se me empieza a dar forma humana eso que te preguntas, a la gran pregunta, como otra que me estoy haciendo… que suelo escuchar a mis compañeros de partido: la capacidad que tiene la situación de aguantarlo todo. Hubo una gran desbandada en los primeros momentos. Si había monárquicos que querían la República, si los intelectuales la querían, si una gran parte del Ejército y hasta la Guardia Civil, quitando Sanjurjo, quería la República…, qué pasó. Y se va viendo la tragedia con color humano a través de esta novela, quizás demasiado, demasiado contenido. Pero es toda una experiencia ir descubriendo a través de la mirada de un jovencito lo que va ocurriendo en la sociedad vitoriana. Se descubre inmediatamente. En ese sentido, la novela que ha escrito Pedro alimenta el espíritu. Y me alegro de que haya sido precisamente él quien nos haya brindado la oportunidad de conocer más o menos el ambiente de Vitoria en aquellos momentos.
Pedro Morales: –¿Alguna pregunta quieren hacerme?
Ernesto Santolaya: –Eso es señal de que han quedado satisfechos con lo que hemos dicho…
Editores de la web, 14/2/2008