Intervenciones realizadas durante la presentación en Bilbao del libro del periodista y escritor Javier Mina, en un acto organizado por la Fundación para la Libertad el día 11 de junio de 2008.
Presenta Eduardo Uriarte
Estupendo libro, escrito por Javier Mina que, como le he comentado a su autor, desde la segunda página me empezó a sorprender y a asustar un poquito. Si yo hubiera sabido la naturaleza de este libro, le hubiera encargado que lo presentara a Santiago González que, como todos ustedes saben, lo hace mucho mejor que yo, porque enseguida me di cuenta que era de esos trabajos que a mí siempre me han asustado porque me han admirado.
En el régimen de vida que llevo bastante ajetreado, pues digo, ‘leo el libro de Mina rápidamente y lo presento’, pero enseguida me empecé a dar cuenta de que era como una catedral que no se puede ir a visitar en bicicleta, sino que hace falta coger el libro con tranquilidad, y a mi edad coger el batín y las zapatillas, y los que sigan fumando, que dejen el cigarrillo y utilicen una pipa. Porque el trabajo merece una cierta tranquilidad y merece una continua reflexión sobre los pensamientos que, con la excusa de enfrentar diferentes vidas, hace Javier a lo largo del libro.
Yo, la verdad, es que me vi sorprendido y, de haberlo sabido, yo no hubiera presentado este libro. Le hubiera pedido a Santiago que lo hiciera porque el libro me ha sorprendido. Tiene de esos trozos de buenos autores que, a lo largo de los años, los recuerdas, los rememoras… o llegas a una ciudad y dices “¡Ahí va! En tal libro había un párrafo sobre esto, y es verdad, coinciden las sensaciones que tengo yo ahora con las que tenía el autor”.
Y yo, pues ya saben ustedes que no soy pelota, me fastidia ser pelota… pero es que si no es una obra, roza la obra de arte. Y me ha sorprendido porque como yo a este señor lo conozco personalmente de los artículos que hacía en El País, normalmente el periodismo nos lleva hacia un tipo de escritura bastante vulgar, donde intentamos vulgarizar, pensamos que nos tiene que entender todo el mundo lo que escribimos y, la verdad, es que me he encontrado con un excelente trabajo.
Maite, en su presentación en Logroño, además de hacer apología y de considerarlo una obra excelente, cosa que lo es, hablaba del fino humor que destila. Yo, la verdad, me he puesto tan solemne leyendo el libro que no he podido descubrir el humor porque lo que más me ha afectado ha sido la sorpresa.
A mí hay libros buenos que me han gustado, y hay libros buenos que tengo que reconocer que no me han gustado. Pero de esos libros, de los buenos que me han gustado y de los buenos que no me han gustado, tengo que reconocer que siempre hay trozos que recuerdo y que vuelvo a recordar. Por ejemplo, perdónenme, y si después de ésta tengo que salirme fuera y pegarme un zurriagazo… A mí La Regenta nunca me gustó, pero tengo que reconocer que hay momentos de La Regenta que los recuerdo siempre. Y no digo ya si me acerco con la familia hacia Oviedo y veo la ciudad… inmediatamente ¡pum! sale La Regenta, ¿no? Y hay otros libros buenos que si me han gustado y que siempre los tengo presentes.
Yo, y no me gusta ser pelota, este libro es bueno y, además, voy a tener recuerdos siempre que me aproxime a circunstancias como las que Javier plantea. Pero, claro, es que yo me quedo ya sin palabras para seguir comentando el libro.
Hay que degustarlo. Es un libro para degustarlo, no es un libro para leerlo precipitadamente. No se puede leer deprisa. Y, desgraciadamente, llevo tiempo leyendo deprisa. El autor es el que manda. Manda y te impone el ritmo. Y tiene su ritmo. Y no te puedes dar más prisa, y no te puedes decir ‘a ver si acabo esto que tengo que ir a la oficina a que me mande la secretaria…’ No, no, no, no… Hay que dejarlo, que te mande la secretaria a hacer el trabajo y volver. Y, desde luego, hay que estar muy atento, no es un libro para perder la atención. El ritmo es cadencioso, hay que ir poco a poco con él, las metáforas son muy precisas, los quiebros retóricos son para pararse en ellos… A mí me ha encantado cuando denomina, en ese famoso cuento que coincide de la montaña navarra con el cuento turco, que Resurrección María de Azcue, por cierto, bilbaíno de pro, tradicionalista de pro, que llamaba a los nacionalistas bolcheviques bizkaitarras, y creo que la definición todavía es aplicable, cuando dices que su misión era cazar cuentos. Qué bonito, qué metáfora más preciosa. Y cogí yo, pues bueno, que por haberme dedicado a la política ya no tendría que tener alma, cogí y subrayé ‘cazador de cuentos’. Qué cosa más preciosa. Y luego, claro, sabía que el Mina, navarro, socarrón, tenía que acabar ese cuento diciendo ‘bueno, evidentemente, el cuento auténtico es el navarro que vete a saber tú cómo llegaría a Turquía’ y no reconocer que hay cuentos que son de todas partes y llegan casi llovidos del cielo porque muchas veces, en circunstancias similares, los hombres inventamos las mismas historias para explicar los acontecimientos similares. Bueno, las paradojas son muy buenas.
Y luego, de paradoja en paradoja, unidas literariamente muy bien, hay que ir con placidez en el transcurrir de las palabras. Es cierto que otros autores me han desatado sensibilidad, pero cuando me di cuenta de que esos otros autores eran muy grandiosos, me quedé absolutamente sorprendido y dije, ‘no, el que tenía que haber venido a presentar este libro que para mí es una sorpresa era Santiago González, que sigue teniendo alma, y no yo, que la perdí en el Ayuntamiento de Bilbao hace muchos años poniendo el impuesto a los bilbaínos’. Un día contaré la anécdota de cuál fue la bronca más grande que eché yo en el Ayuntamiento de Bilbao. Fue por un impuesto que se cobraba a un ciudadano que se llamaba Eduardo Uriarte Romero y que, después de haberle armado la bronca a la funcionaria porque me parecía una exageración, cuando abrí el sobre vi que la orden por la cual se me cobraba una barbaridad por el impuesto de un coche viejo iba firmada por un edil que se llamaba Eduardo Uriarte Romero. Y, entonces, la carcajada que lancé en el coche fue fabulosa…
Ustedes entenderán que una persona que ha pasado por esas circunstancias había perdido la sensibilidad para apreciar a los buenos autores, autores que había apreciado, como todo el mundo sabe, en lugares tranquilos y alejados del mundanal ruido, que en mi caso fue la prisión de Cáceres, especialmente, y la prisión de Córdoba, que es donde empecé a aprender a leer y donde empecé a aprender a estudiar.
Hay lugares donde el lector se puede encontrar más cercano. Y claro, entonces, ha habido un capítulo que para mí ha sido muy cercano y, además, muy, muy, muy de actualidad después de haber descubierto la aportación a la humanidad que ha hecho nuestra ministra de igualdad inventando la palabra ‘miembra’. Y, realmente, en ese capítulo es muy interesante porque existe un judío alemán que se salva del genocidio porque está casado con una aria, y le permiten vivir en la casa de los judíos, y va haciendo recopilación de las palabras que los nazis van cambiado. Y está el ministro, que fue el arquitecto de los grandes monumentos de Hitler, y que finalmente acabó siendo el ministro de economía de Hitler. Y, desde luego, mientras uno iba asumiendo todos los cambios que el iba promoviendo a través de sus obras y de su economía de guerra, el otro iba apuntando como iban cambiando las palabras los alemanes.
Ya sabemos que un genio del periodismo fue el ministro de propaganda de Hitler, pero lo que no sabíamos es que ellos nos descubrieron que todo poder político tiende también a cambiar las palabras, porque si no cambia las palabras, es un poder político que no se lo cree a si mismo. El enorme peligro del totalitarismo en cualquier partido, aunque sea democrático, y cuando vean ustedes que el nacionalismo que cambia las palabras, es que ¡buff!, en el caso del nacionalismo hay una vocación totalitaria. Pero cuando vean que hay partidos democráticos, y casi todos lo intentan hacer, que cambian las palabras, es que se les va viendo venir, como a un buen toro se le ve venir desde chiqueros, se les ve venir su vocación totalitaria a la hora de decirnos… Por qué cambia palabras, porque es el cuento de Alicia en el País de las Maravillas, de los duendes… no me acuerdo bien de los nombres, en el que la cuestión no era inventar palabras, sino demostrar al final quién es el que manda.
Yo les recuerdo una canción de Falange, igual es una primicia que les voy a dar ustedes, aquella de ‘yo tenía un camarada entre todos el mejor’. Aquella canción era alemana, y aquella canción vino del folklore nazi a España. Lo que me enteré mucho más tarde es que había sido una canción obrera de los mineros de una cuenca de Alemania. Una canción socialdemócrata que no hablaba de la bomba, sino que hablaba del ‘suena la mina’. Y el compañero que muere no es un soldado ni un activista nazi, es un minero. Cómo se fue transformando la cultura nazi, cómo se fue transformando el folklore de minero para ser asumido por el partido nazi y haberlo trasladado a todo el mundo como una reconstrucción nacionalsocialista y no algo que procedía de una canción solidaria de unos mineros alemanes.
Bien, para mí ha sido realmente interesante ese encuentro, pero luego me parecía maravilloso también el descubrir a Jurgen y a un personaje italiano de origen judío en un mismo jardín. Decía ‘joder, este tío me está haciendo leer una estúpida coincidencia que es que ambos personajes, en épocas diferentes, han coincidido en un jardín’. Magnífica capacidad la del autor para hacernos ver dos personajes diferentes bajo la excusa de un jardín hermoso que tiempo después, como bien demuestras, es destrozado en cuanto pasa la guerra, y la casa que es ocupada posteriormente se convierte en un desastre, en un mausoleo que ya ni siquiera es tal porque han ido a refugiarse mucha gente y aquello desaparece.
Y no digamos nada de cómo acaba haciendo una comparación de una pareja universal como es la de Sancho Panza y el Quijote y, por otro lado, Romeo y Julieta. Has conseguido dejarme alelado con tu libro. Lo que hablas de la metonimia de Romeo, cómo el hombre de la noche se enamora de la mujer de la luz, del día, cómo, por otro lado, algo que desde niño me había maravillado, que es el homenaje que le hace Sancho a Don Quijote a la hora de morir, lo sacas y nos descubres a un inmenso Sancho Panza humano al que no le hacía ninguna ilusión ponerse ropas de pastor e irse con su señor a hacer de pastor de opereta, pero que se ha identificado al final, siendo tan diferentes, con su señor, en eso que dices de que son vidas paralelas pero que en el infinito se cruzan… Joder, y uno que había perdido toda la sensibilidad del mundo por haber sido concejal de hacienda, va y reconoce ‘Dios, estoy ante una obra de arte’.
Así que yo no soy pelota, y que esto lo tenía que haber presentado Santiago González, que yo me he quedado absolutamente sorprendido por esto. Y debiera limitar mis piropos porque a mí, la verdad, pocas obras me sorprenden. A mí, la verdad, a estas alturas de mi vida, pocas cosas me arrebatan. A mí, la verdad, ya ningún político me engaña. Pero, a estas alturas de mi vida, me he quedado tremendamente y gratamente sorprendido, y yo, la verdad, es que no puedo hacer un análisis de literatura puesto que lo mío ha sido el periodismo más que otra cosa. Lo único que les quiero transmitir a ustedes es la tremenda emoción que me han dado estas líneas que, desgraciadamente, he tenido que leer con bastante prisa.
El regusto de las buenas obras lo van a descubrir ustedes, y el regusto por la literatura, que muchas veces hemos perdido, lo van a descubrir ustedes aquí en esta maravilla que nos ha dejado Javier Mina. Y que conste Javier que no he sido pelotilla. Muchas gracias a todos y demos la palabra al autor.
Javier Mina
Bueno, yo debo dar las gracias, por un lado, a la Fundación para la Libertad y, por otro, a Eduardo, Teo para los amigos, por haber presentado esta obra. Efectivamente, yo quería dar también las gracias a ustedes, amigos y amigas, no miembros y ‘miebras’, como bien ha dicho Teo, porque hay dos argumentos mayores que batallan contra lo de las ‘miebras’. Uno es que la propia ministra dijo que en Sudamérica se dice ‘miebras’, y a mí me huele muy mal porque en Sudamérica se habla mejor que aquí. Y entonces seguro que no se dice ‘miebras’. Y, por otro lado, yo aún recuerdo, estos ojitos que se han de comer la tierra, aún recuerdo, hace como ocho años, estaba yo por los pasillos de la facultad de Zorroaga, por allá había una cosa, una… no sé… yo no soy universitario. Yo me acuerdo que había un antropóloga muy feminista que había alguna cosa o alguna oposición para alguna plaza y salió gritando “¡se me ha perdido un miembro, se me ha perdido un miembro!” No dijo “se me ha perdido una ‘miebras’”, y bueno, esto pues autoriza un poco a hablar simplemente de amigos y amigas.
Bueno, yo voy a hablar un poquito más de la génesis del libro, y para eso voy a referirme a una cosa que a mí siempre me ha gustado, que todavía me acuerdo también de hace muchísimos años y que ahora esta también mucho más banalizado esto, pero me acuerdo de estas historias de disparates de los alumnos en los exámenes. Una de las mejores anécdotas de estos exámenes me parece una de un chaval que describía de la siguiente manera el principio de Arquímedes: “Estaba un día Arquímedes sumergido en una bañera y, de repente, experimentó un empuje vertical hacia arriba, se levantó, miró y vio que era un principio”. Y a mí con este libro me ha pasado un poco lo mismo. Quiero decir que he andado un poco en aguas turbulentas literarias viendo y revisando, y de repente miré para abajó, experimenté, con perdón, un impuso vertical hacia arriba y vi que había un libro.
Entonces, quiero decir que no es un libro de intento, sino que es un libro que ha ido en buena parte surgiendo a partir de lecturas que se han ido aposentando, posando por ahí. Yo recuerdo que el primer texto de este libro, el primer texto en la historia de este libro, es una cosa que a mí me sorprendió mucho. Hace como cosa de 30 años yo estaba leyendo dos cosas que no tenían nada que ver y me di cuenta ¡caramba! que eran que Estebanillo González, que era un pícaro español, pero un pícaro de verdad, de carne y hueso, pues como no podía medrar en España, se apuntó a los tercios de Flandes y se fue por ahí a buscarse la vida. Y de repente se encuentra la batalla de Nordlingen, de una manera muy cobarde, porque acabó allá refugiado en el esqueleto de un caballo por allá metido mientras tronaba, y cuando dejó de tronar salió con el sable allá blandiendo contra los protestantes.
Ese cobardón, que era verdad, y lo cuenta así, coincide en esa batalla con otra pícara que no es de verdad, no es de carne y hueso. Es una pícara de blanco y negro, de la literatura. Un personaje que era la vagabunda coraje, escrita por Grimmelshausen, y va y coinciden los dos en la misma batalla. Uno, tío; la otra, tía. Estas cosas de género que siempre hay que dejarlas un poco por delante… Por otro lado, uno, en el campo de los católicos, que era Estebanillo, y la otra, en el campo de la reforma, de los protestantes, que era la vagabunda coraje, pero los dos unidos por lo mismo, que era buscarse la vida. Y los dos andan por allá, y pues eso…
Yo me acuerdo que el haber descubierto eso no sabes a donde te lleva, si a la ruina, a la tontería a no sé donde… pues lo apuntas, sacas un articulillo por ahí, y luego al cabo del tiempo parece que eso se posa y tu sigues un poco encontrando cosas por ahí.
Yo me acuerdo que otra de las cosas que me ocurrió, de esas de las que no buscas, te salen al paso. Y me acuerdo, era un día paseando por la ciudad francesa de Tourg, había una librería por allá, y había unos libros tirados en el suelo muy baratos. Entonces, como había una oferta muy buena, no sé si valían un franco o dos francos, yo compré uno que me llamó mucho la atención que era de un tal La Bruyèrre. Pero no el de ‘Los Caracteres’ de La Bruyère, sino escrito con dos erres. A mí me llamó mucho la atención que hubiera otro La Bruyère. Y entonces, una vez que uno se pone a leer aquello, se da cuenta que aquel La Bruyèrre don dos erres era un cazador furtivo que había estado expoliando los terrenos de caza del príncipe conde y que, por lo tanto, era un poco de la misma época que el La Bruyère famoso, el de Los Caracteres, el moralista, y este hombre, que se dedica a la caza furtiva, pues lo que hace cuando pintan mal las cosas, lo que hace es reconvertirse y se hace guardabosques. Entonces lo que hace es poner a contribución de la ley todo lo que sabía de las malas artes de los cazadores furtivos y, al mismo tiempo, moraliza. Es decir, hace una moral un poco a la par que el La Bruyère de Los Caracteres, la hace él pero de otro estilo.
Son cosas que uno se va tropezando por ahí y es que esto es tremendo. Eso se va quedando y uno va construyendo el libro con esas cosas que se van haciendo. También recuerdo una cosa que a mí me ha gustado mucho siempre, es un poco la historia de las matemáticas en la literatura. Es decir, aplicar fórmulas para poder obtener escritos y demás de una forma un poco así. Hay un autor, que es Michel Buttor, por decirlo así un poco a lo bestia, que tiene un libro que se llama La Modificación. Entonces, La Modificación pues no es ni mas ni menos que una historia de adulterio pero contada de determinada manera. De determinada manera, que es la proporcional inversa. El protagonista es un individuo que está casado en París con una señora, pero tiene una amante en Roma. De tal modo que cuando está en París, echa en falta a la amante que tiene en Roma. La amante en Roma, al mismo tiempo, le evoca a la propia ciudad de Roma, y entonces se va hacia la amante. Cuando coge el tren para irse hacia la amante, cuando llega a un determinado momento, empieza a echar en falta a su mujer, que está en París, y entonces le recuerda a París, y a la amante que tiene en París… Y entonces, de una regla proporcional inversa, tan tonta como esa, sale una novela magnífica.
Investigando por ahí me salió una cosa muy curiosa, que era de un autor de literatura policíaca un poco rara, y lo estaba leyendo una vez… A mí me gusta mucho la literatura policíaca, tampoco vamos a mitificar y todo va a ser literatura de esta así de alto copete. Entonces había un autor de literatura policíaca que yo no conocía de nada, un francés que se llama Signac, que cuenta la historia de un detective privado, pero un detective privado porque le han privado de poder ser otra clase de detective. Ya no daba la talla para dar estar en la policía habitual y lleva un itinerario un poco confuso y acaba siendo un detective privado, pero de la peor estopa. Es decir, alguien que se dedica únicamente a suministrar pruebas, únicamente a suministrar pruebas de adulterios para divorcios, fotos y este tipo de cosas.
Entonces, cae un día por allá en una ciudad francesa pequeña, de provincias… entonces cae por allá por casualidad y se le estropea el coche y lo tiene que dejar a arreglar y, de repente, entra en la ciudad y se da cuenta de que se están produciendo unos asesinatos. Hay mujeres que mueren. Pero, al poco se da cuenta de una cosa. Las mujeres éstas son asesinadas cuando en uno de los dos restaurantes de la ciudad, del pequeño pueblo ese, dan conejo a la cazadora, conejo de caza a la cazadora. Lo que parece una casualidad asombrosa, se transforma en una causalidad asombrosa porque, efectivamente, el autor arma la novela contando como el hecho de que haya conejo de caza a la cazadora permite que ocurran una serie de circunstancias complejísimas, muchas, muchísimas, que atañen a diferentes ciudadanos del pueblo, de tal manera que permiten que, en un momento dado, el asesino esté libre como para poder matar a esa mujer. Entonces, claro, uno se descubre y dice ‘venga’, habrá que recoger esta contribución de este hombre a esta cosa.
Luego, pues en este tipo de prospección, de encontrarse con las cosas, también se pueden provocar. Yo he provocado unas cuantas, no muchas, la mayoría me han venido dadas al cabo de muchas lecturas durante mucho tiempo, entonces es cuando vas cruzando las cosas. Pero por ejemplo, sí forzadas son la de Madame Bovary y La Regenta, por ejemplo. Todo el mundo dice ‘La Regenta le debe mucho a Madame Bovary’. Pues sí, es verdad. Entonces uno se pone a mirar un poco por ahí y efectivamente dice ‘La Regenta le debe mucho a Madame Bovary, hablan de lo mismo, hay un adulterio, la mujer anda por ahí…’ pero claro, hay un par de cosas que me parecen a mí estupendas. Por un lado, por parte de Clarín en La Regenta se abarca un campo más amplio que el de Flaubert, pero claro, es que si no sería restringirle, ya sería demasiado, empobrecerse él mismo. Pero es que, por otro, lo más asombroso son los ejes, la verticalidad y la horizontalidad.
Vamos a ver, y lo digo así muy rápidamente. Madame Bovary, si recuerdan ustedes, es un personaje que desde que estaba en un convento de cría estudiando, bueno, adolescente o por ahí, desde que está estudiando, lee de noche, a pesar de que está prohibido en el convento, y se le va inflamando un poco la cabeza, algunos han dicho que un poco al estilo de Don Quijote. Algo puede haber, pero yo no apostaría mucho a que fuera lo mismo. Esta Madame Bovary sigue leyendo, y lee, y lee y efectivamente, esos cuentos que ella lee, esa añoranza de algo más a lo que tiene, que es el marido, el médico éste que le parece un sandio a ella, pues ella lo que sueña es con tener un amante maravilloso que la lleve por aquí y por allá, en fin. Eso más o menos lo vive, pero no es tan maravilloso el amante y al final acaba de mala manera porque el amante maravilloso la manda al cuerno, ella acaba subrogando sus amores con otros y aquello acaba de cualquier manera. Entonces, de tal manera que lo que en la cama empieza, es decir, lo que ella sueña en la cama, tiene un recorrido que va a la cama, que no pasa de la horizontal, y con esto no quiero ponerme grosero ni hablar de cosas así. Pero vamos, acaba a un nivel horizontal, digamos.
Mientras, La Regenta da la impresión, cuando una la lee, que es un personaje que desde pequeña, desde que ella es cría, a diferencia de Bovary, lee y escucha y tiene un padre liberal y tiene unos amigos liberales que parece que le distraen de lo que ella quisiera, pero ella lo que está pensando siempre es una especie de proyección hacia lo alto, hacia Dios… Tiene una especie de éxtasis místicos y demás, ¿no? Entonces esto es lo que parece que prevalece en La Regenta pese a que ella cae en un adulterio casi forzado por las circunstancias, porque ella cae en manos de un malvado, que este hombre, y luego el otro, y una disputa entre el amante y el magistrado de la catedral, que también la quiere… Entonces ella cae, pero es tan ingenua que después de haber caído en ese adulterio… bueno, es tan ingenua, lo que prevalece es precisamente ese mirar hacia arriba cuando va a la catedral y va al magistrado y le dice que, bueno, pues que ella ha caído y demás pero que ella pretende seguir su amistad con él para que eso se proyecte hacia lo que siempre ha tenido, esas visiones místicas hacia Dios, etcétera, etcétera… Entonces, claro, el magistrado le mira de tal manera, de una manera venenosa, y ella pierde el conocimiento y bueno… Quiero decir que es muy diferente. Esa visión hacia la verticalidad no es lo que se corresponde con Madame Bovary, que es una visión más tierra a tierra, más horizontal.
Pues este tipo de cosas hacen que uno va poniendo por ahí. Por hablar de un cuento que ha adelantado Teo, y que yo no me resisto a contarlo porque va en ello mi alma navarra, es eso de Resurrección María de Azcue, pero que va precedido. Ese cuento lo cuenta José María Iribarren, hace la introducción y cuenta lo siguiente:
“Va un día un leñador al campo, y lleva su burro, el hacha. Va por allá y se tropieza con un individuo que debía de tener fama de adivinador o algo parecido, y este hombre no se puede impedir de preguntarle ‘¿Cuándo voy a morir?’ El adivinador se lo quiere quitar de encima pero el otro insiste tanto que el que se lo quiere quitar de encima dice ‘te vas a morir cuando el burro se tire tres pedos’. Y el otro se queda un poco así. Va a lo suyo, va al monte y empieza a cortar unas ramas, y de repente le oye al burro que incurre en uno de esos estropicios un poco así, y se pone un poco nervioso. Sigue cortando las ramas, y de repente va el segundo cuesco que se tira el burro, y él se pone más nervioso. Y, en un momento dado, ya se tira el tercero y entonces el otro que está con el hacha se cae y se queda como muerto. ‘Pues ya ha llegado mi hora, ala, ya está’. Y vienen los del pueblo a buscarle, y se lo llevan al pueblo. Y en el momento en el que se lo están llevando, llegan a un sitio que hay una bifurcación y empiezan a discutir a ver por donde llegan antes al pueblo. Están discutiendo tanto rato que el muerto se levanta y dice: ‘Yo cuando estaba vivo iba por la izquierda’.”
Bueno, pues es algo sombroso que ese cuento haya sido contado por un sabio sufí que era un persa de hace no sé cuántos siglos, y lo más asombroso también es que ese cuento, que era de tradición oral, no nos ha llegado a nosotros a través de ningún otro… de ninguna recopilación, que yo sepa, de cuentos, sino que ha aparecido en un pueblecito de Navarra que se llama Ezcurra así por las buenas. Pero, sobre todo, en un momento en el que Resurrección María de Azcue estaba recopilando el cuento. En ese momento en el que está recopilando el cuento, se está produciendo en Turquía la fijación escrita de ese cuento que era de tradición oral, lo cual nos deja ya totalmente patidifusos. Qué ha pasado ahí, ahí no había televisión, no corrían las cosas, era una cosa que simultáneamente, más o menos, se estaba produciendo en dos sitios a la vez. Era caso como el gato de Shredding, o algo así.
Entonces, este tipo de cosas me ha motivado para hacer esto. Y luego hay otro cuentecito así, por seguir un poco en la onda humorística, que tiene su gracia, que es una cosa muy breve. A uno le llama mucho la atención que, de repente, Gila, en aquellos cuentos que hacía por la radio, contaba una cosa que decía ‘el día que yo nací, mi madre no estaba en casa. Bajó a casa de mi vecina a por perejil’. Bueno, pues eso que dice Gila, también lo dice Jack Prever, un poeta más o menos contemporáneo de Gila. Pero, desde luego, yo pondría la mano en el fuego de que ninguno de los dos supo nada del otro. Y lo que ocurrió es algo tan feliz como que al mismo tiempo se produjeron esos dos acontecimientos magníficos que hacen esto.
Y luego, y por ir acabando antes de dar paso por si quieren hacer alguna pregunta, que es lo que decía un poco Teo antes sobre Romeo y Julieta y Sancho y Don Quijote. Qué maneras son esas de ponerlos juntos. Bueno, pues a mí me viene un poco por una cosa muy curiosa. Uno, cuando lee Romeo y Julieta, o lo ve representado, en la versión más fiel al texto, ocurre una cosa muy curiosa, y es que Shakespeare lo que hace es, en el texto este, antes de empezar la tragedia, hay un prólogo que sale ahí a un coro que dice que va a contar la tragedia de Romeo y Julieta contando, efectivamente, los trágicos amores de Romeo y Julieta. Es decir, que anticipa que aquello va a ir de pena, que los dos van a morir.
Eso llama mucho la atención. Entonces, cuál es la fuerza dramática de todo esto, si ya está destripada la obra. Sí que tiene un tirón, hay unas peripecias que dices ‘se salvarán’ porque están haciendo unas cosas, el cura aquel que les lleva a fingir la muerte de Julieta y Romeo… pues no, no se salvan. Pero lo más asombroso es que, efectivamente, está a lo largo de toda la obra, como ha dicho bien Teo, se puede señalar que a Romeo se le señala como un ser nocturno mientras que a Julieta se le señala como un ser solar. Entonces, uno se da cuenta de que el rigor lógico de Shakespeare a la hora de poner esos amores no sólo sobre la descripción de los nombres, los Capuleto, los Montesco… porque ellos han abjurado de eso. Dicen, ‘yo con tal de amarte me da lo mismo llamarme Romeo’, y lo mismo dice Julieta. El problema, bueno, el problema. La cosa está en que los dos se atienen a eso, y los dos momentos que ellos disfrutan un poco de su proximidad y de su amor pues son noche del baile, la escena famosa del balcón que se describe ahí con muchas metáforas del día y la noche, lo que tu eres, lo que yo soy, lo que yo me llamo o me dejo de llamar; y la segunda es la noche de bodas, que se despacha ahí en una madrugada en la que uno quiere creer que es la madrugada lo que está llegando. Ella sabe que está llegando la madrugada, y Romeo quiere creer que es todavía la noche. Y eso es tremendo. Y sobre todo, hay una cosa fundamental y tremenda, y es que el personaje que urde la trama para que Romeo y Julieta puedan seguir juntos imaginando, o dando la posibilidad de que Julieta se suma en una muerte aparente gracias al beber unas hierbas y demás, es un sacerdote, un cura que es experto en hierbas pero que es un oficio, es curioso, no, su oficio está relacionado con la madrugada, ese momento del cambio entre el día y la noche. Y está perfectamente caracterizado en Shakespeare, no es algo que alguien se invente, sino que está ahí. Este es el que quiere hacer de puente, alguien que es de la madrugada, de ese tránsito. Pero aquello no prospera y, como todos ustedes saben, ambos mueren.
Pues esto que aparentemente empieza como una especie de obra jubilosa en la que dos chavales se enamoran y parece que van a poder juntos y es maravilloso y ese amor tan imperecedero y demás acaba en la catástrofe más tremenda, yo lo he puesto un poco en comparación con algo que no es amor, es amistad: Don Quijote y Sancho, en una situación en la que aparentemente no puede haber cosa más dispar que los caracteres de Don Quijote y de Sancho, ¿no? Al principio es un pesado con los refranes, Sancho, y el otro no hace más que recriminarle, y Don Quijote parece que es un ser más espiritual frente a Sancho, que no hace más que pensar en beber y en comer y estas cosas.
Pero luego, como bien ha dicho Teo, es que hay una cosa que me emociona cada vez que lo pienso. Y es que cuando uno rememora esta trayectoria en la que Sncho está en el lecho de muerte de Don Quijote y le está pidiendo por favor a Don Quijote, que ha abjurado, es Sancho el que sabía que Don quijote era alguien que estaba, de alguna manera, sobreactuando, que era una cosa sobrevenida, todo eso de las caballerías y demás, hay un momento en el que Sancho ya no se cree nada, pero al principio sí se lo creía. Llega un momento en el que no se cree nada de eso, pero le dice, sólo por amistad, que por favor que se levante y siga creyendo en eso. Que se levante y que siga siendo en ser un caballero, o por lo menos un pastorcillo de esos de al final. Y es algo tremendamente conmovedor, me parece a mí. Es una cosa que se le saltan las lágrimas a cualquiera. Esa prueba de amistad en el momento de la muerte… y lo que hace es, efectivamente, aproximar algo que eran distantes, Sancho y Don Quijote, que parece que eran dos personas que corrían, iban juntos haciendo cosas por ahí, pero que eran dos caracteres que no tenían nada que ver, pues al final acaban convergiendo en eso y eso es maravilloso. A mí me parece fantástico.
Quiero decir con esto que esto es un poco el espíritu del libro, aproximar personajes de la literatura entre sí, de personajes de la vida real, como ha comentado también Teo. A mí hay una peripecia que me emociona también mucho, que es el de dos chavales de 17 años que uno de ellos inglés, sabe que es un calavera, sabe que está en Inglaterra, y dice ‘yo qué voy a hacer aquí, yo soy una ruina humana y no voy a dar nada porque voy por muy mal camino’. Y dice ‘a ver como me reconduzco con esto’, y piensa, ‘pues me voy a ir caminando a Constantinopla’, y a ver qué pasa.
Entonces, qué ocurre. Desembarca en Holanda y se va caminando por el Rhin, por Alemania, hasta atravesar toda Alemania. Qué ocurre. Este chaval tiene 17 años cuando emprende esa caminata, y en una época muy curiosa, que es en el momento en el que Hitler acaba de conseguir el poder, el año 1933. Creo que era por enero o por ahí, era el invierno. Entonces, cuando llega éste por ahí caminando por un paisaje nevado a un pueblecito en el que parece que toda la gente es amable, pero parece que toda la gente es amable hasta que se pone las camisas pardas y empieza a zurrar. Éste ya percibe que hay algo que se está fraguando ahí.
Y el otro personaje que recorre exactamente el mismo tramo que este hombre, ahí coincide en un tramo del Rhin, es un chaval de 17 años también que, unos años después, en 1943, es decir, diez años después, pero con 17 años, él ha sido exiliado de su país, que es Austria, porque es judío, cuando la apropiación de Austria por los nazis, y se ha tenido que exiliar a Holanda. Y cuando está en Holanda trabajando, el trabajo obligatorio, piensa que le van a requisar y se lo van a llevar y puede que descubran que es judío. Y entonces él, con una osadía que sólo se puede tener con 17 años, dice, tal como están las cosas, ya estamos hablando del año 43 cuando no queda ningún judío en Alemania, él dice ‘mi única salvación es irme a Alemania’. Cómo van a buscar a un judío que quiere ir a Alemania. Y entonces él va, atraviesa ahí y se pone a trabajar en unas barcazas que atraviesan el Rhin. El testimonio es curioso porque es lo contrario que el otro. Es el testimonio del Reich que se hunde en la miseria, que lo están destrozando, y encima tiene una especie de paradoja, vamos, de corolario estupendo, que es que dice que éste, que es judío, joven y demás, acaba, porque no lo sabe nadie, entrando a trabajar en uno de los laboratorios secretos de las armas nazis. Porque nadie sabe que es judío y lo fichan para eso.
Estos dos destinos que parecen absolutamente esto, es que son dos chavales de 17 años que están en las mismas circunstancias, no en las mismas circunstancias vitales, digamos en el mismo sitio, con los mismos años y cada uno confrontado a una situación distinta, pues bueno, ver cómo afronta cada uno, uno de una manera y otro de otra.
Pues este tipo de cosas son las que yo cuento en el libro. Parecen cosas un poco así, no sé si traídas por los pelos, pero bueno. Que sepan que es un trabajo que no es académico, es decir, no hay ninguna nota, se cuenta todo así como un relato, y que además no hace falta haber leído previamente lo que ahí se cuenta, porque se cuenta precisamente a tenor de lo que va pasando. Es decir, en cada capítulo de los que se aborda va contando lo que va pasando de tal modo que cada cual puede extraer sus propias conclusiones.
Yo con esto ya dejo paso a si alguien quiere paralelamente preguntar algo, o convergentemente, me da igual. Muchas gracias.
El coloquio
Pregunta
Una pregunta un poco capciosa. ¿No cree usted que con tanta convergencia de relatos que se pasan simultáneamente no ha conseguido usted una extraordinaria coartada para la escritora Lucía Etxebarria?
Javier Mina
Pues no creo… Yo creo que va por otro lado. Habría que decir, por lo menos puestos así a desnudarnos, al menos metafóricamente, diré que el libro está hecho con mucho cariño, como una especie de homenaje a la literatura, a una literatura que habla de los grandes nombres, pero no de los grandes nombres porque sean inasequibles al público, sino al contrario. Es algo de lo que hay que hablar, de lo que hay que reivindicar.
A mí lo que me parece absurdo en este mundo en el que estamos viviendo ahora es que todo esto se parcela. Vamos a ver, que el chaval que lee, lee por obligación en el colegio. Lee más o menos por gusto Harry Potter y demás, pero es incapaz de ir más allá y establecer un puente entre Harry Potter y lo que está leyendo por ahí. Al contrario. Por otro lado, viene todo el mercado que dice que lo que hay que leer es novela histórica, y los que hacen novela histórica dicen ‘muy bien’. Aquí lo que interesa es entretener a la gente. Muy bien, como si la gente aquí fuéramos gilipollas y sólo se nos pudiera entretener con determinadas cosas. Tanto entretenimiento hay en leer cosas que fueron historia, que son historia ahora pero que fueron escritas en su momento, con lo cual yo creo que tienen un valor añadido. Por ejemplo, quién duda de que La Regenta o Romeo y Julieta tienen el valor añadido de que se hicieron en su momento sin saber hacia dónde iba todo aquello, sin ver una proyección.
El que escribe novela histórica ahora está tranquilamente sentado, sabe cómo ha ido eso, sabe pues que si la caballería en la brigada ligera fue un desastre y tuvo unas consecuencias equis en el gobierno inglés y demás… Eso es muy distinto a alguien que estaba allá en la carga de la caballería ligera y que lo único que veía era que galopaba por allá y que había polvo y que estaban los turcos que les tiraban y no sé qué. Creo que hay un valor añadido en lo que se hizo en su momento. A mí me parece un poco tristón, pero yo no voy a abjurar ni nada, aquí cada uno que escriba lo que quiera. Yo no voy a abjurar de la literatura histórica pero bueno, eso que se hizo en su momento tiene su valor, para mí un valor añadido en la medida de que el que lo veía, lo veía sin saber lo que venía después.
Y voy a contar una cosa un poco tremenda, que este hombre Klemperer del que hemos hablado, que lo que hacía un poco mientras Esther iba construyendo por encargo de Hitler, iba construyendo la Alemania que Hitler quería, pero construirla. Y Klemperer, el pobre judío casado con una aria, como ha dicho Teo, que le libra de la muerte, este hombre es que no podía ni leer. No podía ni leer ni oír la radio, así que este hombre clandestinamente lo que hace es tomar nota de todos los disparates que va diciendo el régimen nazi para nombrar las cosas. Una nueva lengua que va naciendo allá. Este hombre va tomando nota de aquello sin saber a dónde va a ir a parar.
Es que, entonces, empezar a vacilar ahora con que si Hitler no murió, con que si Hitler no sé qué… me parecen unas frivolidades que qué quieren ustedes que les diga. Aquel hombre se estaba jugando la pelleja sólo por tomar nota de bobadas que decía la radio, porque eran bobadas, unas chorradas que iban diciendo allá. Y este hombre se estaba jugando la pelleja por escribir eso. Y no tenía una proyección sobre esto.
Tanto es así que este hombre tiene una obra que son unos diarios magníficos en los que peca un poco de ingenuo, bueno, de ingenuo total. Este hombre era un filólogo, tenía su cátedra en la universidad, pero en el momento en el que Hitler sube al poder, no se le ocurre mejor cosa que dos cosas: comprarse una casa y comprarse un coche. Entonces, en sus memorias, cuando uno sigue leyendo aquello, es la ruina del coche y la ruina de la casa, porque se lo acaban quitando, se lo acaban confiscando, y el coche se acaba yendo a la porra.
Quiero decir que, claro, es muy diferente lo de este hombre que no sabe lo que va a venir después que dice ‘me voy a comprar un coche’ y empieza a contarte las películas que le pasaban con el coche. A mí eso me parece más conmovedor. Empezar ahora a elucubrar con lo que ahora… a mí eso no me gusta. Lo siento mucho. La novela histórica no me gusta nada. Hay estupendas excepciones de las que se valen los que escriben esto. Sé que me estoy metiendo en un jardín que me excita, porque esto a mí no me gusta nada.
Y en este tipo de cosas siempre ha habido una literatura que es verdad, y no voy a poner una literatura con mayúsculas y una literatura con minúsculas. No. Hay una literatura que siempre ha habido y de la que se está pecando ahora como si se hubiera descubierto la literatura, el folletín. El Código da Vinci y todo esto entra en una literatura de folletín que escribe Alejando Dumas y compañía con otras claves pero que era más o menos lo mismo. Pero eso coexistía con otras cosas. Entonces, lo que se nos quiere hacer creer es que la única literatura y lo único que hay que leer es eso. Y yo me insurjo contra eso, no puedo evitarlo.
Pregunta
Yo he venido a la presentación del libro un poco preocupado, y siguiendo un poco la argumentación de nuestro vicepresidente de la Fundación, y ese canto que ha hecho a la intertextualidad… la verdad es que alguien me había dicho que ese libro ya lo había leído hace treinta años en el colegio, y que lo había escrito un tal Prutarco. Con lo cual, primer problema. Y segundo, que viendo el apellido del autor, y siendo navarro, pues me he temido lo peor, y es que tenía parentesco con un ex-presidente autonómico regional de la Comunidad Autonómica Vasca, pero bueno.
Salvadas esas cuestiones, quiero decirte que he asistido a muchas presentaciones de libros de Teo Uriarte y jamás se había comprometido como con el tuyo, lo cual es una garantía para comprarlo. Es una pena que no esté aquí para conseguir tu firma y tu dedicatoria. Pero en su presentación me ha llamado la atención, y sobre eso quería preguntarte aunque me has pisado ya en parte la pregunta y la respuesta, porque yo leí hace muchos años a Víctor Klemperer, un libro que es LTI, Lingua Tertii Imperii, que sobre todo para los que vivimos en el País Vasco y para los que hemos vivido la construcción de un idioma como instrumento de dominación y, efectivamente, Santiuago González tiene escrito un libro magnífico sobre la parla, yo creo que muy preciso, del soberanismo, pues realmente me ha llamado especialmente la atención esa relación entre Klemperer y tu libro, aunque ya has hecho ahora una explicación adicional, qué más se puede encontrar en tu libro de lo que para mí es la esencia de Klemperer, que es la construcción de un idioma como instrumento de engaño y de dominación de un a sociedad, como era en el caso de Alemania una sociedad culta, de gente que no podía considerarse influenciable por la propaganda hasta esos niveles esperpénticos que se even en LTI. Y bueno, ya me has pisado, pero si me añades un poco más ya que tenía el micrófono pues te lo agradecería.
Javier Mina
Quiero aprovechar para echarle un piropo a Santiago González, que está aquí, pero sin más, porque yo he venido aquí a hablar de mi libro, como decía el otro… Quiero decir que es verdad, que él ha desmontado eso, un poco lo que ocurre aquí, y Klemperer lo hizo en su día pues con lo que ocurría allá.
Lo que choca es que los mecanismos son los mismos, es tremendo. Nadie se tomó, o nadie se ha tomado, el cuidado de estudiar aquello para evitar incurrir ahora en lo mismo, porque es lo mismo. Son eufemismos, son no llamar a las cosas por lo que son, no nombrar a las cosas por lo que son y, claro, a mí ayer me preguntaban para una entrevista en un periódico del que no voy a decir el nombre para no darle así mucho esto, me preguntaban que Zapatero no llama a las cosas tampoco por su nombre…. Pues efectivamente, no las llama por su nombre, y es verdad. Al menos en esta legislatura ha incurrido en dos de éstas, que sería un poco lo del trasvase ese que no sabemos que es, el trasvase ese que se llevaba uno el agua en acémilas y que no sabemos que era, esa sería una. Y la otra, la crisis. La de la legislatura anterior era la de la negociación-no negociación, bueno, pues eso.
Y ahí estamos. Estamos atrapados, no es que no aprendan, es que yo creo que la gente precisamente aprende… bueno, que si los políticos incurren en esto es porque, de alguna manera es rentable, porque si no quién iba a incurrir en esto. Es que si no sería estúpido. Una vez desmontado eso, para qué alguien va a seguir diciendo lo mismo. La prueba es que es rentable y la gente se lo cree. Es un poco la explicación más sencilla que se me ocurre. Y luego, pues sobre todo, yo insisto en la parte de Klemperer, en esa parte en la que se estaba jugando el pellejo, se estaba jugando el pellejo sólo por tomar nota de eso. Sólo por oír, no por escribir. Se estaba jugando el pellejo sólo por oír la radio y por leer la prensa, que no podía. Como judío, tenía prohibido hacer eso. Y él se juega el pellejo.
Y entonces ahí salto yo a la otra, que también la ha comentado Teo, que es lo de los jardines de Jurgen y de Bassani. Ahí habrá sus detractores, sus admiradores y demás, pero hay una cosa que está clarísima y es irrebatible, y es que en el libro Ciudades y Jardines él cuando va es en la época de la guerra en Francia, cuando los alemanes minan Francia y en mes y pico destrozan el ejército y van avanzando por toda Francia, Jurgen es un hombre que aparece como un gran caballero, que va por allá, va por la guerra sin que aquello le manche lo más mínimo y no tiene en ningún momento ninguna compasión por nadie, ni por los suyos ni por los otros. Él va por allá, de vez en cuando describe igual algún rictus de algún muerto que hay por ahí, lo mismo describe alguna acogida favorable que ha tenido por parte de algún francés… Él, sobre todo, lo que hace es una guerra de dandy, que lo que hace sobre todo es ir admirando monumentos, admirando pequeños jardines o huertos donde le reciben bien, y esa es la guerra, eso es lo que Jurgen transmite en su Jardines y Ciudades.
Pero es que, al mismo tiempo, de la misma manera que ocurría con Klemperer, Giorgio Bassani, en Ferrara, nos cuenta una historia que es prácticamente coetánea a lo que está viviendo Jurgen. Y es que en esa ciudad de Ferrara, cuando empiezan a promoverse las leyes antisemitas, las leyes contra los judíos, empiezan por una manera muy tonta. Entre otras medidas, una de las medidas más tontas es echar a los jóvenes del club de tenis que hay en la ciudad. Entonces, los chavales que juegan al tenis, los adolescentes, bueno, algo más que adolescentes, veintitantos… están ya en la universidad, en los primeros cursos, y lo que hacen es que encuentran refugio en el jardín de los Finzi Contini, una familia judía un poco excéntrica pero que tiene unos jardines con una cancha de tenis, y están allí los chavales jugando. Y se lo pasan pipa. Y aquello, de repente, se convierte en una especie de arca de Noé en la que parece que estos al final se van a salvar, pero cae toda la peste totalitaria sobre ellos y no sobrevive nadie. Menos el narrador, que es algo autobiográfico también.
Quiero decir que son cosas que, bueno, parecen chorradas, un jardín que no sé que…, y uno de repente encuentra que hay dos jardines, en el mismo tiempo, a unos pocos kilómetros de distancia, que no son kilómetros, digamos, en sentido espacial, sino en sentido ideológico, y bueno, pues mira, el que es judío se jode y el que no, pues está ahí disfrutando de los jardines.
¿Hay alguna pregunta más, alguna observación?
Eduardo Uriarte
Hombre, observación yo tenía una. Hay un momento cuando uno se pone a escribir, normalmente uno se pone a escribir porque le gusta, pero hay un momentito en el que se trasciende el propio relato y se le obliga al propio lector a participar. Y se le obliga a participar no simplemente como un receptor, sino como alguien que, a pesar de que no se va a comunicar con nadie, se detiene y se pone a reflexionar. La historia que cuentas del cuento que descubre Barandiaran y que lo recoge este patriarca navarro, Iribarren, José Maria Iribarren, pues Resurrección María de Azcue, el que hace esto, empiezas a meterte en una especie de ámbitos humanos especiales. Yo empiezo a leer y me paro. Me paro y digo ‘coño, ya empezamos a meternos en los juegos humanos, en los comportamientos humanos’.
Yo este verano pasado fui por Italia en uno de esos viajes enloquecidos en los que si son las once y hoy es jueves, estamos en tal sitio, pero ya no sabes ni por qué pueblo pasas. Yo no sé si era cerca de Verona, nos cambian de cicerone, es un cicerone italiano que empieza a hablar español y dice, “esta localidad pudimos estar superando lo que era la importancia de Verona hasta que en el siglo XII hubo un enfrentamiento entre un noble que se llevaba muy bien con la burguesía…” “Hubo un problema porque un noble que se llevaba muy bien con la burguesía falleció. Y al entierro quisieron ir los nobles y los burgueses de sepelio. Y los nobles decían que había que ir a caballo, y los burgueses que a pie”. Y me dice, “¿y usted cómo sabe la historia?”. Porque es la de oñacinos y gamboinos.
Es decir, nos encontramos ya con lo que es toda la cultura humana, nos encontramos ya con una serie de coincidencias que atraviesan todo el mundo, pero no todo el mundo occidental, sino que llega a la India, llega al Japón y lo atraviesa absolutamente todo.
Pero, vamos a ver, tú te das cuenta en algún momento de que trasciende lo dicho para llegar a exigir al lector una reflexión, que estás jugando ya con el lector, que te das cuenta de que el lector tiene que poner su parte.
Javier Mina
No sé, yo soy muy modesto cuando escribo. Hombre, hay una invitación implícita a compartir, a ponerse a aceptar ese juego en esa medida…
Eduardo Uriarte
Y a pensar qué me hace reflexionar por aquí, por ahí o por allí.
Javier Mina
No, tanto como eso no. Hay cosas que me río. Hay otra también muy navarra, que estas cosas hay que contarlas, que yo, al fin y al cabo, he cometido la imprudencia de ser navarro. Entonces, yo nací allá y soy muy navarro… Entonces, el mismo cariz que tomaba esta historia del burro con los pedos, y diré más, se produce en otro cuento muy curioso también, otro cuento que, que yo sepa… gente que ha perdido la sombra. Pues que se sepa, gente que ha perdido la sombra en la literatura, que yo sepa, por lo menos hay tres. Uno es Peter Pan, que se la lleva ahí un poco a remendar al principio a Wendy; otro es el hombre que perdió su sombra, un personaje que pierde la sombra pero de manera muy trascendente, es un momento ahí a caballo entre el romanticismo y demás, y es un hombre que dice ‘bueno, yo he perdido la sombra a cambio de haber recibido una bolsa con oro inagotable, pues a mí estar sin sombra que más me dará, si estar aquí con una bolsa de oro que voy sacando el dinero y voy viviendo muy bien’. Pero claro, no se da cuenta del rechazo que produce en la gente el no tener sombra. Cuando la gente empieza a darse cuenta de que no tiene sombra, se convierte en un bicho raro, y eso no lo puede remediar con dinero. Y entonces el pobre hombre acaba tirando la bolsa aquella con dinero y acaba refugiándose, haciendo de obrero, de minero picador en una mina de carbón, porque allá, efectivamente, nadie se puede dar cuenta de si tiene sombra o no.
Esta es la parte romántica de la historia, la confrontación esa un poco así de caracteres; y luego viene la parte navarra. La parte navarra es tremenda… Hay otro cuento por ahí de un hombre, de un cura que baja a los infiernos para enterarse de cómo es aquello del infierno. Parece ser que era admisible que alguien bajara a los infiernos a hacer un ‘viaje de estudios’, digamos ahora… pero se arriesgaba a una cosa, y es que al salir del infierno, salían en fila india, de tal modo que el demonio, o uno de sus lacayos, con una lanza, clavaba al último, y ese último se quedaba en el infierno. Y entonces le llega a este hombre, y en el momento que le viene la lanza encima, hace un quiebro y consigue que la lanza se clave en la sombra y no en él. Entonces, lo que se queda en el infierno es la sombra. Él vuelve a la vida y efectivamente, él está sin sombra pero eso no le depara ningún problema existencial, al contrario que al otro. Éste el único problema que tiene es que tiene que entrar entero en el paraíso, y sin sombra lo va a tener muy difícil. Entonces urde una trama que es la siguiente:
Este hombre que es cura sólo tiene sombra en el momento de la consagración, en el momento de elevar la forma, la sombra se incorpora a él en ese breve instante y luego desaparece. Entonces, urde una trama con el sacristán y le dice ‘en el momento en el que yo esté consagrando, dame un churrazo con un candelabro, y así me moriré y mi cadáver entrará con la sombra en el paraíso’. Y así se hace, lo cual es muy poco piadoso para el sacristán, que tiene que apechugar con un crimen, haber matado a un sacerdote y demás. Y este pobre hombre se va a ir de cabeza al infierno por haber salvado al otro.
Eduardo Uriarte
Bueno, pues si no hay otra pregunta, damos por terminado este encuentro. Simplemente recordarles una breve frase del autor, que es que “leer no es otra cosa que comer con los ojos y disfrutar”. Yo creo que se disfruta muchísimo con la obra que nos ha presentado aquí Javier. Muchas gracias.
Editores, 18/6/2008