Miquel Escudero-Catalunya Press

Hay dirigentes políticos funambulistas e irresponsables por todos lados, no sólo en España. Así, David Cameron (ahora rescatado como ministro de Asuntos Exteriores por el premier británico Rishi Sunak) organizó el referéndum del Brexit, en la idea de quedarse en la Unión Europea, y lo perdió. Recordemos que cuatro años después de llegar a Downing Street, Cameron concertó en 2014 un referéndum para la independencia de Escocia, también con la idea de que siguiera en el Reino Unido, y los partidarios de la separación perdieron al obtener el 44,7 por ciento de los votos, frente al 55,3 por ciento de partidarios de seguir unidos; la participación fue del 84,6 por ciento.

Cameron debía de creer a pies juntillas en su suerte, y creerse bendecido a perpetuidad por la baraka, pensaba afianzar su poder en el Partido Conservador frente a los tories euroescépticos, como su primo lejano Boris Johnson. El día de la verbena de San Juan de 2016 se efectuó la votación para abandonar la Unión Europea. Participó el 72,2 por ciento de los convocados y ganaron los partidarios de quedarse solos en sus islas por un 52 por ciento frente al 48 por ciento que quería continuar con la bandera europea; 17 millones largos votaron por largarse (más de un millón de votos por encima de quienes querían quedarse). Pasados siete años, el descontento con aquella decisión es notorio y son tardíamente palmarias las falsedades que, al ser creídas, decidieron la votación; se repitió hasta la saciedad, por ejemplo, que al liberarse de la Unión Europea se dispondría de 350 millones de libras semanales para dedicarlos a servicios públicos.

En el siglo XIX, se denominaba Little Englanders -los pequeños ingleses- a quienes se oponían a una mayor expansión del Imperio y eran partidarios de desvincularse de las colonias no rentables. A partir del Brexit el término se arroja despectivamente como sello distintivo de xenofobia y de supremacismo. Se define así al inglés que piensa que Inglaterra es el mejor país del mundo, que no hay otro país más excelso, y que sólo debería trabajar junto con otros cuando pudiera obtener una ventaja al hacerlo. Por supuesto, son negacionistas de las barbaridades cometidas por sus ancestros; pero, llegado el caso, las justifican.

En 2008, al acabar los Juegos Olímpicos de Pekín, siendo alcalde de Londres, el inefable y prepotente Boris Johnson declaró públicamente, en medio del jolgorio de sus partidarios que todos los deportes internacionales habían sido inventados u organizados por británicos. Incluso el tenis de mesa o pimpón “surgió en las mesas de comedor en Inglaterra y empezó llamándose wiff waff. Ahí radica la diferencia primordial entre nosotros y el resto del mundo”. Este tipo está acostumbrado a proyectar su propio optimismo hedonista y busca forzar a los demás a asumir una supuesta inferioridad. Este caballero ha pasado años perfeccionando su oratoria, sus gracietas, un peculiar tartamudeo lento, su jocoso aire de suficiencia e insolencia; siempre urgido, por tanto, a disponer de peleles para su boba gloria.

Hijo de afrikáners, el periodista Simon Kuper nació en Uganda y en 1988, tenía 19 años de edad cuando fue a Oxford a estudiar historia. Ha escrito el libro Amigocracia (Capitán Swing), donde analiza cómo una reducida casta de tories de Oxford enseñoreada del Reino Unido llevó al triunfo del Brexit. Lejos de encontrar gigantes intelectuales, Kuper declara que Oxford está plagado de pigmeos mediocres que se toman la política como un juego y repudian el duro trabajo del estudio. Una élite que ha fingido ser meritocrática y que es incapaz del altruismo necesario para forjar un país mejor, más justo y más equilibrado.

Oxford visto como una gran red de contactos, donde a quienes no cuentan se les hace sentir fuera de lugar; los clasistas se burlan de los acentos foráneos y cultivan el síndrome del impostor, por el cual los fuera de lugar son persuadidos de haber sido admitidos por error.

Hay presidentes adscritos a ideologías diferentes que coinciden en resultar nefastos para un país por su corta visión: irresponsables jugadores que, fuera de la realidad, sólo ven la superficie de los problemas y los agravan al interesarse únicamente por su permanencia en el poder.