Tonia Etxarri-El Correo
El protagonismo de EH Bildu ha condicionado la campaña de Sánchez
Después de la semana pasada en la que la irrupción de EH Bildu en campaña ha puesto nervioso al PNV y ha condicionado la campaña a Sánchez, los socialistas necesitaban un desmarque. Lo más lejos posible de la izquierda ‘ batasúnica’ y lanzando globos sonda a Ciudadanos. Después de que el grupo de Otegi les hubiera ayudado a aprobar los decretos ley con las Cortes disueltas. Y después de que su portavoz insultara a los sindicatos policiales desde la tribuna del Parlamento vasco, ante la incapacidad de la presidenta del hemiciclo y la parsimonia del lehendakari de todos. Otegi no sólo se ha hecho visible en esta campaña sin ser candidato sino que se promociona como político imprescindible. Sus votos para aprobar los decretos ley no han sido ‘gratis et amore’ como les reprocha el PNV sino que les ha servido para ubicarse como posible socio de Sánchez. Es más que una pose. Este protagonismo se ha convertido en una situación tan incómoda para el PSOE que, al día siguiente del despropósito en el Parlamento de Vitoria- en donde el representante de EH Bildu llamó «nazis» a los cuerpos policiales-, la portavoz del Gobierno de Sánchez, Isabel Celáa, se tuvo que acordar de que el grupo de Otegi aún tiene pendiente pedir perdón por los crímenes de ETA. Se podía haber acordado antes, claro está. Pero estamos en campaña. Sánchez ha dicho que no habrá referéndums independentistas ni secesión. Pero no dice que «no» a pactar con los rupturistas. Por temor a volver a contradecirse. Mientras, hace cálculos. Si no pudiera formar un gobierno al margen de los secesionistas, ¿de quién será la culpa?
Pero Albert Rivera no lo ha podido decir más claro. «Jamás» hará presidente a Pedro Sánchez. Ni siquiera contempla cambiar de actitud en una situación de «emergencia nacional». Porque la emergencia, para él, así como para Casado, es enviar a Sánchez a la oposición con todos sus socios populistas e independentistas. Aún así, persiste la presión sobre Ciudadanos para que aproveche la oportunidad de desdecirse. Con su lema «¡Vamos!» que recuerda más la expresión deportiva del tenista Rafa Nadal que el movimiento de Macron («En marche»), los centristas saben que esta vez se la juegan, porque su fidelidad de voto es volátil. La primera presión se dejó entrever hace semanas por parte de algunos ilustres seguidores que prefieren atar en corto a Sánchez para que no tenga que depender de independentistas ni de podemitas. Y asegurarse, así, que el próximo gobierno no va a ser condescendiente con los anhelos rupturistas del Ejecutivo catalán. Pero la segunda presión hacia una hipotética alianza entre Sánchez y Rivera procede de algunos socialistas afectados por el vértigo escénico que les da volver a deber favores a Torra y a Otegi, entre otros. Manejan solo una hipótesis. Un amago que resulta contradictorio. ¿Empujar a Ciudadanos hacia la derecha para luego pactar con ellos? ¿Con la derecha? De nuevo se extiende el manto de la desconfianza sobre Rivera. Un fantasma que, si se agita hábilmente, puede producir un efecto ‘boomerang’ entre los desengañados que se fueron del PSOE a Ciudadanos. Si planea la duda sobre una posible alianza entre Sánchez y Rivera, ¿qué harían estos votantes? Los que no se queden en casa engordando la abstención quizás vuelvan a refugiarse en un gobierno libre ya de ataduras con los secesionistas. Escenarios imaginarios alimentados por la siembra de la duda. Todo vale en campaña. Rivera persiste. Si no gana con la suficiente mayoría un gobierno alternativo a Sánchez él se iría a la oposición. Y el candidato socialista le envía un recado: «Puede que los que hoy dicen no, nunca, jamás, tengan que revisar sus estrategias después del 28-A». A él, sin ir más lejos, le ha ocurrido en muchas ocasiones. Por eso no puede ponerse de ejemplo entre lo que predica y lo que hace. Este fin de semana ha recuperado el «no es no» de su época de opositor a Mariano Rajoy para arrogarse la defensa de la España autonómica. Que a su derecha tiene mucha competencia con defensores de la Constitución dispuestos a que los independentistas no les tomen el pelo.
Las encuestas siguen dando ventaja al PSOE gracias a la fragmentación de la derecha. La clave es la movilización. Casi un 30 por ciento de votantes siguen indecisos. Hasta Abascal se lanza ahora a por el votante desengañado con Sánchez. Los trasvases de voto, salvo en las opciones nacionalistas, pueden dar sorpresas.