- No se puede dar por seguro que una cumbre EE UU-Rusia revierta a favor de Ucrania la beligerancia que el Kremlin mostró en Estambul
Editorial-El Correo
La necesidad de mantener unidos a sus aliados forzó a la delegación de Ucrania a sentarse finalmente enfrente de los enviados del Kremlin. Volodímir Zelenski empeñó buena parte de su crédito personal al desafiar a Vladímir Putin desde el escenario que el presidente ruso había designado para un encuentro al que luego le faltó valor para acudir. Lejos de la humillación que Rusia pretendió infligir al país al que castiga desde hace más de tres años con una agresión brutal, el mundo pudo comprobar la nula voluntad negociadora del autócrata ruso. El acuerdo para intercambiar a 2.000 prisioneros de guerra -el mayor hasta la fecha, aunque operaciones de este tipo ya se venían produciendo con la mediación de terceros- no puede ocultar que Putin se niega a un alto el fuego incondicional. Es más, para empezar a hablar exige que Kiev rinda los cuatro territorios orientales que Moscú incorporó a su Constitución sin haber logrado controlarlos por la fuerza. «O la próxima vez serán cinco», amenazaron unos supuestos hombres de paz que actuaron como matones.
La reunión de la Comunidad Política Europea en Tirana facilitó que los líderes del continente analizaran el momento crítico que atraviesa la guerra en Ucrania. Y, por segunda vez en una semana, mostró a los dirigentes de Alemania, Francia, Polonia y Reino Unido, junto a Zelenski, en conversación telefónica con Donald Trump. Parece clara en Europa la convicción de que es imperativo presionar a Rusia hasta que acepte detener su espiral de muerte y destrucción en favor, y cuanto antes, de una tregua incondicional. Merz, Macron, Tusk y Starmer, y aún más el presidente ucraniano, comparten también la conveniencia de avanzar en el empeño de la mano de Estados Unidos. Claro que al éxito de esta labor conjunta ayudaría una postura inequívoca de la Casa Blanca a favor de una paz justa basada en el Derecho Internacional, que hoy no puede darse por segura.
Interesar de verdad a Trump en el final de la guerra en Ucrania pasa por otorgarle un papel protagonista. Pero no necesariamente en forma del cara a cara con Putin con el que fantasea en los últimos días, porque no puede asegurarse que el trato resultante beneficiase los intereses del país invadido. Hay un camino más espinoso: el de conseguir que Washington colabore en el endurecimiento de las sanciones a Rusia para castigar con eficacia sus ventas de hidrocarburos y su dañina ‘flota fantasma’.