EL CORREO 31/12/13
JESÚS PRIETO MENDAZA, ANTROPÓLOGO Y PROFESOR
Que el EPPK publique un comunicado sustancial el día 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, tiene de inicio, en su simbología, un déficit importante. Aun así, intentemos hacer un somero análisis del citado manifiesto ajustándonos a lo que de forma explícita en él se dice y a lo que, por defecto, no aparece en el mismo y pudiera tener diferentes lecturas, evidentemente mucho más subjetivas.
La parte introductoria es, realmente, una reificación –no por conocida menos importante– del discurso efectuado por la banda terrorista ETA durante décadas. Podemos encontrarnos en estas líneas discursos que nos preparan, desde la fidelidad a la trayectoria criminal del grupo, para asumir algunos conceptos novedosos posteriores. Así, las alusiones al «acoso sufrido por este colectivo» (como si se tratara de un colectivo investido de dignidad al igual que el de registradores de la propiedad o el de viudos, pensionistas y jubilados), al «ser rehenes del sistema carcelario de aniquilación de los Estados español y francés» o la mención, indudablemente influida por la sentencia del Tribunal de Estrasburgo (que olvidan es garante de los Estados antes mencionados), a que «se sigue utilizando la política penitenciaria con objetivos políticos y con la única intención de violar los derechos humanos». Concluye esta primera parte con la consabida apoteosis final: «Los enemigos de la libertad de Euskal Herria, que hoy son enemigos de la paz, pretenden ahogar entre los muros de la prisión el proceso democrático». Es aquí, en estas líneas, en las que se realiza un guiño cómplice al pasado, subrayando que los cientos de asesinados, no lo olvide ese constructo denominado ‘Pueblo Vasco’, lo eran de gentes que no nos son cercanas, eran diferentes, eran, básicamente, enemigos de Euskal Herria y, por lo tanto, como los judíos en la Alemania nazi, enemigos nuestros.
En la segunda parte, se sigue con ese doble lenguaje que pretende, por un lado, hacer aparecer ante el público vasco a sus autores (creo, lo digo con tristeza, que ese público ya está entregado de antemano) como unos valientes, pobres hijos de Euskeria injustamente encarcelados, los únicos que dan pasos ante el inmovilismo de la pérfida España; y, por otro, justificar el asesinato de seres inocentes bajo la coartada falaz del conflicto político. Basta con releer este párrafo: «Puesto que lo que nos trajo a prisión fue la lucha por la libertad política y social de nuestro pueblo, y desde la cárcel seguimos luchando. Y aun cuando para algunos de nosotros han transcurrido ya muchísimos años desde que respiramos fuera de estos muros la libertad por última vez, seguimos comprometidos con el futuro de nuestro pueblo exactamente igual que el primer día en que nos implicamos en la lucha».
Es en esta porción del comunicado, en concreto en el punto tercero, en la que aparecen algunas luces, aunque siempre quedará la duda de si surgen del arrepentimiento sincero o de la estrategia de quienes están en el juego, ese que los ciudadanos de a pie ni suponemos ni conocemos. Evidentemente la alusión que ha generado expectación es esta: «Reconocemos con toda sinceridad el sufrimiento y daño multilateral generados como consecuencia del conflicto». Aunque, insisto, el arrepentimiento quede francamente disminuido a tenor del peso que en párrafos anteriores tienen los argumentos contrarios. ¿Dónde queda entonces la coherencia de este sincero reconocimiento? Me temo que en el punto cuarto se pierde una gran oportunidad, en clave de sinceridad y credibilidad, cuando se recurre al eufemismo más torpe para evitar la verdad, en definitiva la cruel realidad de los cementerios, de las familias exiliadas en otras partes de España, de los años de juventud arrebatados a tantos y durante tanto tiempo: «En lo sucesivo renunciamos al empleo del método utilizado en el pasado para hacer frente a la imposición, represión y vulneración de derechos». De nuevo una novedad en el punto sexto, la aceptación (¡Dios mío que tarde! Sobre todo para tantos de sus familiares) de la legalidad judicial y penitenciaria.
Es en la parte final del comunicado, de aquí mi sensación de vacío, cuando se vuelve a la carga, más con argumentos del pasado (aunque se cite constantemente el «nuevo tiempo») que con actitudes de futuro. Las alusiones a su papel de «agentes políticos activos del proceso», a la «excarcelación» (citas veladas a la amnistía) y a su «dignidad política» ocupan la parte final, menos vibrante que anteriores comunicados, es cierto, de la declaración. «Un amplio consenso que posibilite nuestro regreso a casa, enmarcado en un proceso integral, que no ponga en cuestión nuestro carácter ni dignidad política. Euskal Presoak Euskal Herrira! Amnistia-autodeterminazioa!»
En este momento serán miles las citas que aludan a la valentía de estas líneas. Yo, por el contrario, aun aceptando los dos puntos novedosos, no veo la botella sino medio vacía. Lo triste del caso es que tenemos entre las manos un recipiente que no contiene agua, sino la sangre acumulada de tantos inocentes, esos mismos que eran, somos, por diferir con la palabra, supuestos enemigos de la gran Euskal Herria. Ellos, los victimarios, se quieren presentar como las víctimas. Pero no, ellos, rememorando las palabras de Primo Levi, no son los hundidos, sino los salvados. «Los salvados de Auschwitz no eran los mejores… sobrevivían los peores, los egoístas, los violentos, los insensibles, los colaboradores de la zona gris, los espías… los mejores han muerto todos».