JON JUARISTI-ABC

  • El Nouveau Front Populaire francés, así como su modelo sanchista, vienen en directo de Dimitrov y del VII Congreso de la Komintern. De nuevos, nada

Fue Rajoy quien se inventó aquello de «somos previsibles y, por tanto, fiables». El sanchismo ha retorcido aquella autodefinición, tan original de suyo, para presentar al PP como fatal y previsiblemente inclinado a pactar con la extrema derecha, lo que no deja de ser una aplicación del recurso retórico de proyectar sobre el enemigo tus facetas desfavorables. Pues si hay algo más previsible que la perra de Pavlov (o sea, la del filete, la campana y el babeo), eso es la izquierda, cuya naturaleza no ha variado desde los felices años treinta. Es decir, desde que descubrió el chollazo del antifascismo y su corolario estratégico, los frentes populares.

El antifascismo fue la ideología que diseñó la Tercera Internacional en 1935, tras el fracaso de las políticas de frente de clase que llevaron al triunfo de Hitler en las elecciones alemanas de 1933 y a la derrota de la insurrección del PSOE contra la II República en 1934. El antifascismo consistiría en el interés ‘democrático’ prioritario de las clases populares (obreros, campesinos y pequeña burguesía) ante el ascenso de las derechas totalitarias. Y el frente popular, a su vez, en la forma de alianza obligada entre dichas clases para resistir con eficacia al enemigo común. Los experimentos de frente popular que se iniciaron en Francia y España en 1936 terminaron en sendas catástrofes (electoral y bélica, respectivamente) en cosa de dos años, lo que impulsó a Stalin a pactar con Hitler, suspendiendo otros experimentos similares en curso.

Por supuesto, la política de frentes populares no pretendía salvar la democracia liberal allí donde existía, sino destruirla más eficazmente mediante un proceso revolucionario gradual, evitando aventuras insurreccionales desastrosas, como la del PSOE en octubre de 1934. Tras la Segunda Guerra Mundial, los comunistas apelaron a dicha política para configurar aceleradamente sus dictaduras de partido en las que llamaron ‘democracias populares’. Desaparecido Stalin, el maoísmo intentó mantener la misma estrategia a través de sus filiales de extrema izquierda en Europa occidental y América, con escaso éxito.

El sanchismo la resucitó en 2019 contra el previsible PP de Rajoy, que, incapaz de prever ni el tiempo del día siguiente, no vio lo que se le venía encima. Consumadas ya una buena parte de la destrucción de la democracia liberal en España y la correlativa construcción de una dictadura bananera, he aquí que el sanchismo ha exportado el modelo a Francia, donde un Nouveau Front Populaire intenta frenar al principal movimiento obrero, campesino y pequeño burgués del Hexágono, el Rassemblement National, denominación que remeda eficazmente la del frente popular francés de los años treinta, esos que no se le caen de la boca a la izquierda pija del presente, más vieja que Sarra.