Ignacio Varela-El Confidencial
- Estamos ante una elección convocada en frío y por sorpresa, sin que nadie la hubiera previsto ni nadie estuviera preparado para ella
Como últimamente en España innovamos tanto en las categorías politicas, acabamos de inventar la moción de censura defensiva y la disolución del Parlamento preventiva. Nada de lo que rodea a la atropellada connvocatoria del 4 de mayo en Madrid es normal ni responde a pautas conocidas, lo que arroja un puñado de incertidumbres sobre su desarrollo y desenlace. Tampoco ha habido (salvo las que tengan los partidos políticos) encuestas previas para medir la evolución del voto desde las úiltimas elecciones de mayo de 2019. Partimos, pues, más de las intuiciones acumuladas durante este periodo que de datos tendenciales más o menos contrastados. Más que nunca en el terreno demoscópico partimos de cero.
Los primeros datos suministrados por Metroscopia para El Confidencial confirman, en líneas generales, lo que se sospechaba: que Isabel Díaz Ayuso parece haber aprovechado intensivamente su acción de Gobierno –singularmente, durante la pandemia– para recuperar gran parte de la fortaleza electoral que el PP tuvo y perdió. Que su hegemonía en el campo de la derecha bloquea el crecimiento de Vox y hunde a Ciudadanos. Y que en el campo de la izquierda, el PSOE se mantiene –con un ligero crecimiento– mientras Más Madrid y Podemos retroceden.
Estamos ante una elección convocada en frío y por sorpresa, sin que nadie la hubiera previsto ni nadie estuviera preparado para ella. Bloque frente a bloque, la derecha aumentaría su ventaja de 3 a 10 puntos. Pero tal como se ha producido esta convocatoria, la cuenta de los bloques es poco útil.
Hay más cosas extrañas en esta votación. El 9 de mayo será domingo y ese mismo día terminará el estado de alarma. Habría sido lógico situar ahí la votación. Pero las urgencias de Ayuso por adelantarse a la moción de censura conducen a una jornada electoral un martes en pleno estado de alarma. La última vez que se votó en día laborable fue en el referéndum de 1986 sobre la permanencia en la OTAN. Además, es la primera vez que las elecciones autonómicas no coinciden con las municipales, que tradicionalmente tienen más tirón.
Primera gran incógnita, pues: el volumen de la abstención. Metroscopia parte, tentativamente, del 63% de participación, parecido al de 2019. Pero es más una referencia que un pronóstico. Dadas las circunstancias, parece muy dudoso que eso suceda. Bastaría que medio millón de los madrileños que acudieron a votar entonces se queden esta vez en casa para que ese descienda 10 puntos. El precedente inmediato de Cataluña hace que esta hipótesis sea incluso generosa. Y el disímil impacto de la abstención puede alterar todas las previsiones. Por ejemplo: si, como parece, Ciudadanos perdiera cerca del 80% de los 630.000 votantes que tuvo hace dos años, ¿cuántos de ellos pasarían a otro partido –presumiblemente el PP– y cuántos se quedarían en casa? ¿Y cómo afectaría a esa transferencia la brutal guerra civil de los últimos días entre quienes han sido socios de Gobierno hasta el mismo momento de la convocatoria?
Algo sabemos seguro: tras los últimos sucesos (nunca mejor dicho), Isabel Díaz Ayuso no volverá a ser presidenta de la Comunidad de Madrid –ni de ninguna otra cosa– con los votos de Ciudadanos. El choque entre los dos partidos ha sido de tal violencia que cualquier escaño que pueda lograr el partido de Arrimadas contará en el casillero negativo para las posibilidades de la actual presidenta. Si además de ganar las elecciones (lo que parece asegurado) el PP quiere gobernar, está obligado a obtener la mayoría absoluta por sí solo (saltar de 30 a 69 escaños, una verdadera hazaña) o apoyarse en Vox.
Es verosímil que ese sea precisamente el escenario político buscado por Ayuso no solo para Madrid sino para toda España: sacar de la mesa a Ciudadanos y que el PP quede anclado a Vox como socio necesario. Si fuera así, la intrépida presidenta madrileña habría dado un golpe de mano trascendental no al poder orgánico pero sí al mando estratégico del PP a nivel nacional.
Por ese camino, asistiríamos en las próximas generales a un choque bipolar entre una izquierda dual (PSOE-UP) dominada por los socialistas y una derecha igualmente dual (PP-VOX) hegemonizada por los populares. Lo más parecido al sueño aznarista, con la variante de que la entrada en juego de los nacionalistas entregaría de nuevo la victoria a Sánchez. Curiosa coincidencia de intereses estratégicos, pues, entre el césar imperator del PSOE y su presentida futura lideresa de la oposición. Quizá, finalmente, la escena de las banderas no fue en vano.
Ahora bien: entreguen 7 escaños a los restos del partido de Arrimadas porque alcance el 5%, y el panorama cambiará por completo. Porque entre las ruinas de su naufragio, Ciudadanos podría encontrarse milagrosamente con la llave del poder madrileño en su poder. Y como he dicho, en las presentes circunstancias los naranjas la arrojarían al mar antes que entregársela a su exaliada.
Con toda seguridad, Ayuso tenía información previa para saber que hoy está más fuerte de lo que nunca ha estado un líder del PP en Madrid desde los tiempos de Esperanza Aguirre. Con todo, su apuesta es de máximo riesgo: de esta aventura solo puede salir a hombros por la puerta grande o en camilla por la de la enfermería. Eso sí, si ella triunfa Casado peligra. Y si ella fracasa, Casado peligra más. Quizá se trate de eso desde el principio.