Félix Ovejero -El País
Expulsar la discrepancia de la universidad es peor que defender tesis independentistas
Hace un mes, en una reunión de vecinos, uno propuso que suscribiéramos el Pacto Nacional por el Referéndum. Cuando se lo conté a otro vecino, ausente en la reunión, bromeó: “Es la cuarta vez que, sin enterarme, apoyo el proceso”. Sucede que mi vecino es colombiano, periodista y del Barça. Y el Barça, el Colegio de Periodistas y alguna asociación de colombianos también se han apuntado.
Hay pocas manifestaciones más graves de esa disposición totalitaria. Pero sí más deprimentes. Entre ellas, el triste espectáculo del pasado julio cuando las universidades catalanas apoyaron el pacto. Que suscriban propuestas de dudosa constitucionalidad casi es un asunto menor. Más serio, dada la naturaleza de la institución, es que no respeten la libertad de conciencia de sus miembros. Se arrogan su representación. Vendría a ser como si se pronunciaran a favor del Barça o de la heterosexualidad. Y todavía más descorazonador es que suceda en un lugar que debería rendir culto a la libertad de pensamiento. El problema es algo peor que defender tesis independentistas, es expulsar la discrepancia. La más turbulenta versión del pensamiento único.
Conocemos cómo funciona la atosigante maquinaria. Las lecturas de psicología social las he podido confirmar en primera persona en los últimos tiempos, cuando no pocos de los que parecían cerrar filas con el delirio se acercaban en un pasillo de la universidad y, después de mirar a un lado y a otro, me decían: “Tienes toda la razón, sigue así”. Algunos incluso estaban entre los que habían decidido apuntarnos a todos al despropósito. Cuando eso sucede siempre me acuerdo del ingeniero que en la reunión en la que se decidió el lanzamiento del Challenger, el transbordador espacial que estalló en el aire, tenía anotado: “No lanzar bajo ningún concepto. Las juntas son inestables”. Cuando le llegó el turno, llegaría el desastre. Alguien incluso lo dijo, pero bajito. La falta de coraje se impuso al amor a la verdad.
Cuando se acaben los tiempos sombríos, si acaban, y quieran entender lo sucedido en este tiempo, no se olviden de la responsabilidad de los obligados a pensar. Mejor dicho, de quienes hablaron en nombre de los obligados a pensar.