IGNACIO CAMACHO-ABC
El pulso en el centro-derecha es la novedad política del invierno. A Cs le falta implantación y al PP reflejos
EL debate del año nuevo en la derecha es el de si Ciudadanos le va a comer la merienda al PP o al menos estará en condiciones de disputarle la mochila. En Madrid, que es plaza muy novelera donde siempre se espera a un espada nuevo para ponerlo a escurrir en cuanto llega, ya andan algunos sedicentes influencers calentándole la oreja a Rivera para que deje caer al Gobierno –negándole los Presupuestos– y fuerce elecciones aprovechando sus buenas expectativas. En la capital, cuya principal industria es el poder, florece desde tiempo inmemorial al menos una conspiración cada mañana, pero casi todas acaban marchitas al final del día. Quizá por eso el líder de Cs no se fíe de los mentores espontáneos ni de las encuestas a medida y esté viendo el modo de madurar el asalto a un Rajoy especializado en aguantar embestidas.
El presidente ha hecho un mito de su capacidad de resistencia, aunque alguna vez se le puede acabar la buena suerte. Su estrategia consiste en esperar que los adversarios se equivoquen y eso ha sucedido a menudo pero no va a repetirse siempre. Los menos benévolos creen que ese estilo quietista se debe a que convierte un defecto en virtud porque en realidad no sabe hacer otra cosa que ser paciente; los célebres consejos áulicos de los arriolas no le influirían tanto como su natural tendencia inerte. Por eso está interpretando la crecida de Cs como un fenómeno sociológico pasajero, contingente, que deflactará con el roce de la realidad cuando el conflicto catalán se estabilice o se serene. Sin embargo hay datos demoscópicos que, más allá de la ocasional intención de voto, apuntan a una fatiga de materiales del marianismo, a un cansancio entre sus sectores de apoyo y a un progresivo corrimiento de tierras entre su electorado menos indolente. En el partido, o en la parte de él que está más cerca de la calle, existe la inquietante sensación de que algo se mueve.
Una parte de esa inquietud procede de la certeza de que se ha disipado el factor esencial de la última victoria, que es el temor a Podemos. Eso va a proyectar hacia arriba al PSOE, pese al empeño de Sánchez por obstaculizarse a sí mismo, y pone en peligro el voto útil que frenó a Rivera en pleno crecimiento. Las oportunidades del partido naranja aumentarán tanto como disminuya el sufragio del miedo, porque la recuperación económica y el empleo no funcionan como estímulo de decisión entre los votantes conservadores por más que Rajoy insista en el empeño.
Así las cosas, el pulso silencioso por la hegemonía en el centro-derecha se perfila como la novedad política del invierno. A Cs le falta implantación y madurez, y al PP cintura y reflejos. Por razones diferentes a ambos, mientras se miran de reojo, les puede interesar ganar tiempo; lo que está por ver es si el poder desgasta más al que no lo tiene, como decía Andreotti, que al que maneja sus resortes desde dentro.