Antonio Casado-El Confidencial

  • Nadie sabe qué significa declararse antifascista o anticomunista a estas alturas. Pero el matonismo, la agresividad y la intolerancia están más vivos que nunca en la política nacional

Ni equidistancia ni gaitas. Nada de paños calientes si se insulta la inteligencia del personal: ¿qué demonios significa proclamarse anticomunista o antifascista a estas alturas de la película? En cambio, el matonismo, la agresividad, la chulería y la intolerancia están más vivos que nunca en la envilecida política española. Faltones e intolerantes nos amargan la vida. Respetar al diferente, al discrepante, al adversario, no es lo suyo. 

Tienen nombre y apellidos quienes embrutecen el debate en vísperas de las elecciones en la Comunidad de Madrid. A un lado de la barricada, Rocío Monasterio, en nombre de un partido racista y xenófobo nada aconsejable como gestor del interés general. Al otro, Iglesias Turrión, cuyo resabio narcisista-leninista le convierte en un cuerpo extraño a las otras dos opciones en el campo de la izquierda. 

Guárdense las voces sectarias del conmigo o contra mí. Abominar de los asesinos en potencia que han puesto en la diana a Iglesias, al ministro Marlaska y a la directora general de la Guardia Civil (ojalá sean detenidos y acaben entre rejas) no obliga a compartir su idea de que la democracia española es hija de un Rey corrupto. Y mucho menos a secundar su estrategia electoral.

 Vox es un partido ultra nada aconsejable como gestor del interés general. E Iglesias piensa que la democracia española es hija de un Rey corrupto

 

En este punto, y a modo de reseña, constatemos que la trifulca ha generado un híbrido venenoso de valores y votos, de cálculo electoral y canto a los principios democráticos. Quien pueda distinguir lo uno de lo otro en las presentes circunstancias, que lo diga. Servidor es incapaz. Mejor dicho, no se atreve.

¿O alguien cree que las balas remitidas por correo no han influido en la actuación de los candidatos y en el propio rumbo de la campaña electoral? Esa es la pregunta. Y no faltará algún necio que la asocie a la temeraria y venenosa insinuación de Vox respecto a un supuesto montaje. 

A los equipos de los candidatos y los finos analistas les faltó tiempo para medir en clave electoral los efectos de lo ocurrido: Monasterio e Iglesias polarizan, el miedo a la ultraderecha despierta a la izquierda, Gabilondo y Mónica García se alistan en el bando del exvicepresidente, Ayuso celebra su ausencia de la trifulca radiofónica y agradece la posición intermedia que le regala el candidato socialista. Así sucesivamente. 

Frente a quienes practican la naturalización del insulto y el odio al discrepante, solo queda esperar que los votantes sean más juiciosos 

Los corrillos políticos y mediáticos coinciden en que lo de Gran Vía 32 añade confusión e incertidumbre al desenlace. No creo en una alteración sustancial de la orografía demoscópica que se despacha, más allá de que los hiperventilados votantes de Vox y Podemos se jaleen a sí mismos, mientras Mónica García (Más Madrid) se beneficia más que Gabilondo (PSOE) del voto perezoso de la izquierda, seguramente alertada por la necesidad de impedir que Vox acabe entrando en el Gobierno regional de Ayuso (PP), que sigue apareciendo como ganadora indiscutible de las elecciones del 4 de mayo. 

Respecto al embrutecimiento del debate, provocado por Iglesias y Monasterio, tan distantes en las ideas y tan parecidos en los talantes (ambos practican la naturalización del insulto y la misma intolerancia con el discrepante), solo queda esperar que los votantes sean más juiciosos.

Ser juicioso es no seguir el juego de quienes solo se reconocen en el odio al adversario. Los que entienden a quienes amenazan de muerte o disculpan a los que piden un certero golpe de piolet en la cabeza de cierto dirigente. Ser juicioso es apostar por las opciones de derecha (PP), centro (Cs) o izquierda (PSOE, MM) disponibles en la oferta electoral del 4 de mayo. Ninguna viene contaminada por el envilecimiento del legítimo contraste de ideas y programas articulados en función de lo que cada partido cree más acertado para mejorar la vida de la gente.

Una lástima que, por voluntad de Iglesias contagiada al PSOE y MM, se hayan suspendido los debates. Una desconsideración con los votantes, que tienen derecho a probar el género antes de comprarlo. ¿Miedo a perder posiciones supuestamente logradas con la trifulca del otro día? Hagan apuestas.