Jesús Cacho-Vozpópuli
“Polanco es un poder fáctico pluridimensional, equivalente a lo que en épocas pretéritas representaron, juntos o por separado, la Iglesia, la banca o el Ejército (…) Cualquier españolito puede educarse con los libros de texto de Santillana, bailar al ritmo de Los 40 principales, estar informado leyendo El País o escuchando la SER, invertir su dinero con la ayuda de Cinco Días, seguir los avatares de su equipo con el diario As, aficionarse a la literatura con los libros de Alfaguara, salir de viaje con las guías El País-Aguilar, tomarse unas vacaciones en los hoteles de la Cadena Tropical, regalar discos comprados en Crisol, animarse los viernes noche con el porno de Canal Plus o ver una película producida por Sogetec en uno de los multicines de Lusomundo. En España es posible cruzar desde la infancia hasta al senectud sin abandonar un solo día la senda marcada por Jesús del Gran Poder Polanco Gutiérrez. Un poder ciertamente formidable. Y una capacidad no menos vigorosa para moldear el pensamiento de millones de españoles”. El párrafo transcrito pertenece al capítulo 3 de ‘El negocio de la libertad’, editorial Foca (1998), y resume ajustadamente la importancia que el imperio mediático creado por Polanco ha tenido en los últimos 40 años de vida española.
Un imperio cuya importancia terminaría rebasando con mucho a su creador, porque, incluso en la época del esplendor en la yerba del editor, Prisa fue y ha sido siempre mucho más que Jesús Polanco. Prisa, en efecto, ha sido Polanco y lo más granado del capitalismo patrio. Prisa ha sido los Botín, los March, los Ybarra, los Albertos, los Fainé, los Isidoros, los Florentinos… no pocos de los cuales se sentaron en su consejo de administración. Ellos y el conjunto de intereses que se mueve en su derredor. Si a ello añadimos la especialísima relación que siempre ha unido al grupo con el PSOE, llegaremos a la conclusión de que Prisa ha sido la quintaesencia del Sistema, la columna vertebral del Régimen del 78: la banca, las grandes fortunas, la Corona perfectamente acoplada con el socialismo, el PP, el PSOE, la derecha nacionalista en Cataluña y País Vasco y naturalmente el único poder fáctico que realmente ha existido en las últimas cuatro décadas: el Grupo Prisa de Jesús Polanco. Un sistema que ha pivotado en torno a un eje formado, de abajo arriba, por Polanco, Felipe González y Juan Carlos I. El trío que hizo de la libertad un negocio, además de un estilo de vida ligado a una serie de valores que, con el paso del tiempo, se fueron diluyendo en el ácido de una corrupción galopante.
En realidad, a Prisa solo le faltó durante la Transición contar con una funeraria para poder decir que era muy capaz de monitorizar la vida de cualquier ciudadano desde la cuna a la tumba. No la habrá tenido, pero el grupo ha pretendido enterrar a mucha gente en vida, ha “matado” civilmente a muchos que se resistieron al rodillo de un grupo (“el que me echa un pulso lo pierde”, “en este país no hay cojones para negarme a mí una televisión”) fuera del cual parecía no haber vida inteligente. La llegada a Moncloa de José María Aznar en 1996 supuso un choque de difícil digestión para un Polanco, falangista en su juventud, convencido de que el PP era “franquismo puro y duro”, que se convertiría en la única oposición real al Gobierno de la derecha. Los miedos del editor terminaron siendo infundados, porque Aznar no había venido dispuesto a levantar ninguna alfombra y mucho menos a abordar el saneamiento radical de unas instituciones ya entonces muy tocadas por la corrupción felipista. Lo del PP fue puro continuismo o la vuelta al sistema del “turno”, de Cánovas a Sagasta y de Sagasta a Cánovas, y a vivir que son dos días chupando tutti insieme del erario público.
De aquel gran grupo que, como el III Reich, iba a durar mil años, no quedan a estas alturas más que las raspas. El responsable de tan espectacular deriva tiene nombre y apellido, Juan Luis Cebrián, uno de los indiscutibles protagonistas de la Transición, un franquista, el último, convertido en demócrata, el primero en cuanto venteó el final del franquismo, que a la muerte del editor, julio de 2007, se hizo con las riendas del negocio como consejero delegado bajo la presidencia, puramente nominal, de Ignacio Polanco, que es sabido que el mayor problema de la empresa familiar suele ser la familia. Como mandamás del grupo, la academia sueca premió a Cebrián con el Nobel de Economía y Finanzas cuando, a finales de 2007, con la burbuja de las subprime a punto de estallar en EEUU, decidió lanzar una OPA sobre el 100% de Sogecable con la acción en máximos históricos, una decisión que catapultó la deuda del grupo por encima de los 5.000 millones, poniendo en grave riesgo su sostenibilidad. Los 28 euros por acción ofrecidos equivalían a un PER de 62 veces los beneficios de 2007. Una auténtica barbaridad teniendo en cuenta que el PER histórico de la Bolsa española ronda 14 veces los beneficios. A partir de entonces todo han sido miserias para el grupo.
Tarde de copas en el Arahy
Lo que no ha cambiado un milímetro ha sido la servidumbre del imperio hacia el Partido Socialista o viceversa, porque nunca se ha sabido bien la naturaleza de las relaciones entre Prisa y el PSOE, quién es el verdadero capo de quién. La era Aznar pasó como pasan las glorias de este mundo, aunque esta vez con un baño de sangre. La venganza, ese plato que se sirve frío, llegó para Prisa con ocasión de los atentados del 11-M (2004): un Pérez Rubalcaba exigiendo “un presidente que no mienta” y una SER dando pelos y señales del terrorista hallado muerto en los trenes “con tres capas de calzoncillos”. Aquel audaz golpe de mano provocó un terremoto electoral que tres días más tarde auparía a la presidencia a Rodríguez Zapatero tras unas elecciones que tenía ganadas Mariano Rajoy. Triunfador en las generales del 20-N de 2011, el de Pontevedra, uno de los personajes más lamentables, por vago y pusilánime, que han desfilado por la derecha española, se apresuró a devolver el favor rescatando a Prisa de la quiebra, Soraya al aparato, mediante la capitalización de gran parte de la deuda que el grupo mantenía con la banca, al punto de que, en la última década, Santander, Caixabank y Telefónica han sido los arbotantes que han sostenido ese tambaleante edificio. Mariano y Soraya hicieron más: contribuyeron decisivamente a crear el duopolio televisivo de Atresmedia y Mediaset, hoy fervorosamente entregado a la causa del sanchismo, alimentaron en La Sexta al monstruo que es hoy Podemos y terminaron regalando la presidencia a Pedro Sánchez tras una tarde-noche loca de copas en el restaurante Arahy.
Curiosamente, tales avatares coincidieron con la etapa más centrada del grupo y de su estandarte, El País, bajo la dirección de Antonio Caño, cuyo posicionamiento editorial resultó capital para superar el envite que el separatismo planteó al Estado en octubre de 2017 a cuenta del procés, incluida la implantación del artículo 155 de la Constitución en Cataluña, una oportunidad inmediatamente después malgastada por el mendaz Rajoy. Todo se vino abajo con el golpe de mano auspiciado en la calle Miguel Yuste, junio de 2018, por un Pedro Sánchez que se acababa de hacer con la presidencia del Gobierno con la ayuda de los enemigos de la nación de ciudadanos libres e iguales. Pedro y su banda. Con el aliento del ala más radical de la redacción, capitaneada por Sol Gallego–Díaz y Joaquín Estefanía, Sánchez se vengaba de aquellos tremendos editoriales que Caño le había dedicado en el otoño de 2016, cuando el sujeto resultó despedido de Ferraz con una patada en el culo: “Sánchez ha resultado no ser un dirigente cabal, sino un insensato sin escrúpulos que no duda en destruir el partido que con tanto desacierto ha dirigido antes que reconocer su enorme fracaso”, editorial ‘Salvar al PSOE. El cese inevitable y legítimo de Pedro Sánchez es la única salida para el partido’. Todo el equipo de Caño, entre ellos Álvaro Nieto, director adjunto de Vozpópuli, fue fusilado al amanecer del 11 de junio de 2018, incluido un Pérez Rubalcaba, toda una institución en la casa, que durante años había formado parte del Comité Editorial.
El régimen del 78 y el grupo Prisa nacieron a la vez, a la vez se fueron pudriendo con la corrupción dineraria y la otra, las más peligrosa, la más letal, la de los valores, y ambos han llegado hasta aquí arrastrando sus miserias en un paralelismo aterrador
Con El País convertido en un panfleto al servicio del “insensato sin escrúpulos” y su proyecto totalitario, nada ha cambiado, sin embargo, en la cuesta abajo por la que se desliza un grupo financieramente quebrado (182,3 millones perdidos en 2019, menos, en todo caso, que los 269,3 de 2018) y artificialmente sostenido por sus acreedores bancarios. El pasado 19 de octubre, la sociedad anunció la venta de la parte española de Santillana por 465 millones, así como la refinanciación de 1.148 millones de deuda con vencimiento a marzo de 2025 y coste medio del 7% durante la vida del contrato. La operación permite al consejero delegado, Manuel Mirat, contar con gasolina para abordar la separación de las actividades de la compañía en dos grupos, Educación y Media. La parte del león estará en el negocio latinoamericano de Santillana, el único operador global de educación presente en todos los países del subcontinente, incluido Brasil, con 30 millones de alumnos en 22 países. La pata pobre será el negocio de Media, con El País y la SER como estrellas menguantes. Una segregación que hay que entender como una declaración de intenciones de la gerencia: el deseo de poner a la venta los activos de medios (Prisa Noticias, editora de El País entre otras cabeceras, registró un ebitda negativo de 17 millones a 30 de septiembre, cifra que era de 6,2 millones negativos en Prisa Radio).
En esto ha quedado el gran imperio creado en su día por Jesús Polanco, perfecto paradigma de la aventura vital recorrida por España tras la muerte de Franco. El régimen del 78 y el grupo Prisa nacieron a la vez, a la vez se fueron pudriendo con la corrupción dineraria y la otra, las más peligrosa, la más letal, la de los valores, y ambos han llegado hasta aquí arrastrando sus miserias en un paralelismo aterrador por esta España que se cae a pedazos. Antes de que la compañía lleve a cabo el split anunciado y aclare qué parte de la deuda corresponde a cada una de las divisiones del negocio, el antiguo empresario lechero asturiano y hoy perejil en todas las salsas que se cocinan en la capital, Blas Herrero, lanzó esta semana una oferta por los activos editoriales del grupo por importe de 200 millones que este viernes fue rechazada de plano por su Consejo. Un ridículo histórico o quizá no tanto, porque el lechero podría haber sido la liebre lanzada por algún listo para fijar precio, al menos precio mínimo, aunque hay quien lo reduce todo al intento del aludido, que había pasado por el despacho de Iván Redondo en Moncloa, de hacer un favor a Sánchez. Con una capacidad para generar cash muy limitada, el negocio de los media es hoy apenas terreno abonado para pillos, oportunistas y cazadores de recompensas, además de especialistas en tráfico de influencias, más o menos en la estela de un Polanco que nunca fue un editor vocacional –algo de lo que siempre ha carecido nuestro país-, sino un hombre dispuesto a hacer negocios variopintos a la sombra de los ricos del lugar y a rebufo de la importancia creciente –y del miedo que inspiraba entre el patriciado- de su “cañón Bertha”.
Batalla por la supervivencia
En la crítica situación por la que atraviesa España, con un presidente decidido a gobernar para media España con el respaldo parlamentario de grupos y partidos empeñados en la ruptura de la nación (aterrador el vídeo de Arnaldo Otegui que ayer circuló por redes sociales: “Los independentistas vascos y vascas estamos dispuestos a colaborar en la democratización del Estado (…) pero ese proceso no se va a dar (…) por eso le quiero pedir a esos sectores que hoy articulan la nueva izquierda que sean honestos (…) y el día que se demuestre que esa democratización es imposible, sumaros a los independentistas en las naciones del Estado para poner en marcha procesos constituyentes (…) porque para que algún día España sea roja, republicana y laica, esa España tendrá que estar antes rota”), el control de El País –que sigue siendo el diario más influyente en español- y de la SER, con su potente red de emisoras, se antoja pieza clave en la batalla política que se avecina por la supervivencia de la nación. Y en la actual correlación de fuerzas, esa pieza jamás se le escapará a Pedro y su banda; en modo alguno Pedro & Pablo (que piensa lo mismo que Otegui en lo que a la España “roja y rota” atañe) permitirán que esos medios viren hacia el constitucionalismo y la pluralidad democrática.
Hace tiempo que se viene hablando de una operación patrocinada por Redondo, el Rasputín de Moncloa, dirigida a concitar una oferta por El País y la SER que estaría comandada por José Miguel Contreras y sus amigos (lanzados en su día al estrellato por Zapatero), con dinero de un fondo de inversión que les permitiría comprar los paquetes de Telefónica (9%), Santander (4%) y el fondo Amber del armenio Joseph Oughourlian (29%), una solución que contaría con las bendiciones del soviet periodístico que controla la redacción de El País. Miel sobre hojuelas. Intrascendente en términos económico-financieros, lo que ocurra con los medios de Prisa será, sin embargo, asunto de la mayor importancia política con vistas al resultado de esa partida a cara de perro en la que España se va a jugar su supervivencia entre las naciones libres del mundo. Lo acaba de decir Emmanuel Macron, implicado en otra dura guerra, esta contra el islamismo radical, en una larga entrevista concedida a Le grand continent: “El combate de nuestra generación en Europa será un combate por nuestras libertades”. Un combate que en España ya estamos librando y que vamos perdiendo por goleada.