ABC 10/01/17
HERMANN TERTSCH
· Ha bastado un rumor sobre Aznar para que todos se lanzaran a escribir y hablar de él
EL expresidente José María Aznar tiene una inmensa capacidad de unir a lo más diverso. Por supuesto en contra de él. Era conmovedor ver ayer por todas las cadenas del mapa televisivo patrio a las presentadoras tan progresistas ellas de acuerdo con los comunistas podemitas, con los apparatchik socialistas, el ultracentrismo ciudadanero y los omnipresentes y modositos chicas y chicos de la vicepresidenta, todos de acuerdo en que, «felizmente», los tiempos de Aznar son pasado y jamás volverán. Con mínimas excepciones. Todos de acuerdo en que él es un político quemado, desprestigiado y olvidado. Alguno más preocupado advertía de que el expresidente debería tener cuidado. Por la corrupción. Como sugiriendo que se le estaría perdonando algo a Aznar a cambio de ese retiro estricto. «El bigotito», el «Napoleoncito», dice algún valiente de los que hace quince años presumía de la frecuencia con que almorzaba en La Moncloa. Aznar fue un campeón en cultivar lo peor del periodismo pelota. Sus estrellas –y nuevos talentos de lo mismo– están en La Moncloa, pero ahora son un cuerpo muy disciplinado por mano femenina. Ha bastado un rumor sobre Aznar para que todos se lanzaran a escribir y hablar de él. Para recordarnos lo olvidado que está. ¡Cuánto fervor, cuánta unanimidad y elocuencia desperdiciados en tamaña obviedad!
Da gusto ver a los periodistas que sí hicieron buen negocio en la industria de la adulación con aquellos hoy denostados dirigentes. Da gusto ver la buena conciencia que disfrutan ellos hoy en tamaño contraste con la contrición que exigen a quienes entonces ellos exaltaron. Todo el día hablando de la podredumbre de los políticos, cuando lo cierto es que comparada con la casta periodística, la clase política española podría parecer el incorruptible cuerpo del funcionariado de Prusia con Federico el Grande. No en cuestión de volumen de negocio, pero sí en actitud, disposición y extensión del fenómeno. El periodismo español siempre ha sido pobre, pero hoy lo es más que nunca. Y si España está llena de licenciados dispuestos a trabajar pagando, en el mundillo «consagrado» hay gentes dispuestas a todas las humillaciones por estar en algún sitio y a ser posible en todos. E igual que hay periódicos «confidenciales» digitales que se acuerdan de malas noticias sobre empresas solo en el caso de que estas no se avengan a pagar suculentas publicidades, que es como llaman a la extorsión, hay periodistas que tienen ya intimidad familiar con los políticos que los colocan y descolocan de empleos y tertulias. Tal intimidad que las madrinas políticas no tienen empacho en recordarles en público que todo se lo deben a ellas. Y ellos no tienen empacho en ensalzar al día siguiente a la benefactora o descalificar a su rival. Hay madrinas poderosas que pueden tener a su servicio a cuatro tertulianos en una tertulia de cuatro.
Sea o no cierto el rumor sobre Aznar, ha logrado de inmediato un reagrupamiento de voces hasta ahora entretenidas en sus diferencias de matiz para llenar programas. Y resulta que todas están tan de acuerdo contra Aznar como contra Donald Trump. Caca, pedo, culo, pis, Trump, Aznar… Parece haber miedo a que cualquier novedad rompa esa comodidad que Rajoy les ha contagiado. Sin más curso, meta ni objetivo que la permanencia. Un mínimo de lucidez debería hacer entender que sería suicida una legislatura basada en ese «que me quede como estoy» que se limita a comprar tiempo a nacionalistas con dinero y a la izquierda con las reformas exactamente contrarias a las necesarias. Todos compinchados en esa fiesta, como si no hubiera mañana. Como si no hubiera un acuciante peligro existencial para nuestra unidad nacional, nuestra democracia, nuestra solvencia y la propia Unión Europea. ¡Hay que ser muy Trump o muy Aznar para venir a molestar!