Ignacio Camacho-ABC
- Los valores no están en venta. La subasta de principios en el mercado negro sanchista ha acabado con las existencias
La rapidez con que el Gobierno sacó la campaña de consumo autárquico demuestra dos cosas: que tenía descontado el tarifazo y que su prioridad más inmediata está siempre relacionada con el marco publicitario. Sobre la primera cuestión no hay nada que objetar –mejor prevenir que andar improvisando– salvo que las medidas económicas se hayan quedado por ahora en una mera reasignación de partidas de gasto. La segunda, en cambio, provoca un cierto estupor inmediato: de un lado por echar mano de un recurso propagandístico rescatado de los tiempos más espesos de la dictadura de Franco, y de otro por ese eslogan –«nuestros valores no están en venta»– que viniendo de donde viene asombra por su descaro si es que no mueve directamente a escándalo.
El aspecto más singular del estilo sanchista no es tanto su cinismo como el desparpajo casi humorístico con que lo emplea, regodeándose en su falta de vergüenza no ya para presuponer que muchos ciudadanos van a pasar por alto sus imposturas éticas, sino para reírse de los que en su bendita inocencia aún se las tienen en cuenta. Por supuesto que los autores de esta consigna son conscientes de su incongruencia con la realidad de un Ejecutivo que miente por sistema y muestra un absoluto desdén por cualquier clase de reglas, pero les da igual porque hace mucho tiempo que renunciaron a guardar las apariencias. Los conceptos, como las promesas, sólo vinculan a quienes se los crean.
El objetivo no consiste en crear confianza; se trata de simularla. Estos valores insobornables son como los ‘valors’ corporativos de ese Barça que tenía en nómina a Negreira mientras enarbolaba su condición de símbolo de las virtudes catalanas. La venalidad política de Sánchez, su subasta de líneas rojas revocadas y de privilegios a demanda en el mercado negro de las alianzas parlamentarias, se han asentado en el imaginario popular con una impunidad naturalizada. Y en esa atmósfera de resignación nihilista las palabras carecen de importancia. Son sólo parte de una superchería mutuamente aceptada: ellos fingen integridad moral y sus votantes fingen que los engañan. A todos les conviene la farsa.
La lista de garantías canceladas, tabúes rotos, criterios modificados y compromisos incumplidos llenaría varios artículos, y aún habría que dejar fuera los acuerdos subrepticios que tal vez se estén negociando ahora mismo con Junts o con Bildu. La reiteración genera costumbre y la indignación pierde sentido hasta transformarse en indiferencia por puro pragmatismo; no se puede vivir en un cabreo continuo. Por eso resulta casi un alivio comprobar que los productos que el Gobierno insta a defender (y a comprar) en su ‘spot’ de apelación patriótica son el aceite, el chorizo, los tejidos, el jamón o el vino. Nadie se confunda: hablan de embutidos, no de principios. Esos ya están vendidos. El sanchismo ha derivado en sanchopancismo.