Óscar Monsalvo-Vozpópuli
La del nihilismo es siempre, gracias a Dios, una victoria aparente y efímera
De verdad. Nos dedicamos a eso. Piensa en lo que sea. Algo que aprecies. Mejor: algo que aprecies desde siempre. Algo que recuerdes con cariño, algo en lo que puedas confiar, algo que te inspire para seguir adelante e incluso para ser mejor. Por cada motivo que encuentres para apreciarlo, te daremos tres razones para odiarlo. Confía en nosotros, somos profesionales.
Piensa en la familia, por ejemplo. Tú has tenido suerte. Unos padres que te han querido, hermanos, primos, tíos, abuelos. Pero podrías no haberla tenido. Hay muchos que no tienen tanta suerte. De hecho, se podría decir que has tenido peor suerte que ellos, porque has vivido en un engaño. La familia no es más que la reproducción biológica y social de las estructuras de poder patriarcales. ¿Ves? Se nos da muy bien. Fíjate en la frase con la que hemos empezado tu deconstrucción. Suena absolutamente convincente, neutral, científica, y en realidad no es más que humo. Pero la lees en un libro o en unos apuntes y hace magia. Ahora vas a ver cómo funciona. Piensa en todas las veces que tu padre se quedó hasta tarde trabajando, o aprovechó el domingo para echar un partido con los amigos, o cuando te apuntó a fútbol. Piensa en los juguetes que te regalaron durante todos esos años. Tú crees que eso era lo normal, que era bueno, que debías recordarlo con satisfacción. Pero lo que se estaba produciendo en realidad era un proceso mediante el que aprenderías que el tiempo de las mujeres vale menos, y que los hombres deben disfrutar de ciertos privilegios. ¿Cómo dices? ¿Que no crees nada de eso? Ah, no importa, no te vas a librar. De hecho, nos das la razón: estás a la defensiva porque en el fondo, muy en el fondo, sí lo crees.
«Nada que celebrar, te diremos cada 12 de octubre. Es aún peor: mucho por lo que avergonzarse. España es América y la Iglesia. Y América y la Iglesia son conquista, enfermedades y saqueo; abusos, irracionalidad y fanatismo. Tu patria debe ser, como mucho, Europa. La cruz, como mínimo, bajo la camisa. Y si puede ser, ni patria ni cruz»
¿Recuerdas las películas de tu infancia? ¿Las que te llevaron a ver al cine? Centauros del desierto. El rey león. Merlín el encantador. Las de James Bond. Las de guerra. Las de aventuras. Las de risa. Inocencia, palomitas, deseos de grandeza y racismo. Un racismo inconsciente acompañado del omnipresente machismo. Cuando dices que te inspiraron, cuando colgaste el póster de alguna de ellas en tu cuarto, estabas convirtiéndote en una pieza más de un sistema esencialmente opresor. Todos los héroes de aquellas ficciones ideológicamente cuestionables estaban ahí para perpetuar el colonialismo y tu hipocresía occidental aunque aún no hubieras oído hablar del colonialismo y de Occidente.
Por si fuera poco, naciste en España. Palabras mayores. Hay que evitar la más mínima tentación de orgullo nacional. Leerás cosas sobre un imperio y un Siglo de Oro, pero tu país en realidad no es un país. Orgullo estatal, si quieres. Nada que celebrar, te diremos cada 12 de octubre. Es aún peor: mucho por lo que avergonzarse. España es América y la Iglesia. Y América y la Iglesia son conquista, enfermedades y saqueo; abusos, irracionalidad y fanatismo. Tu patria debe ser, como mucho, Europa. La cruz, como mínimo, bajo la camisa. Y si puede ser, ni patria ni cruz”.
Siempre el lado oscuro, siempre los enfoques negativos para que cualquier atisbo de luz sea visto como algo tenebroso. No se puede hablar bien de nada, especialmente si ese algo tiene que ver con lo español, con lo que somos, con lo mejor que hemos hecho.
No hay en todo el año una fecha tan propicia para el timo de la deconstrucción como la Semana Santa. Estos días son el agosto de los profesionales del decrecimiento espiritual. España, religión, fe, tradiciones, liturgia, renuncia, familia. Se les juntan demasiadas cosas en estas fechas, y tienen que sacar todo el arsenal en editoriales, tertulias y tuits. “Somos un país laico”, “Somos un país plural”, “Siempre las mismas películas”, “Qué vergüenza para los europeos”, “Suerte que en Euskadi y en Cataluña abandonamos hace tiempo la irracionalidad de la religión”. Es una tarea mezquina la suya. Están empeñados en que veamos todo con conciencia culpable. Siempre el lado oscuro, siempre los enfoques negativos para que cualquier atisbo de luz sea visto como algo tenebroso. No se puede hablar bien de nada, especialmente si ese algo tiene que ver con lo español, con lo que somos, con lo mejor que hemos hecho.
El ideal cívico de este proyecto al mismo tiempo ridículo y eficaz, grotesco y racional, es el hombre deconstruido; o sea: destruido. El hombre deconstruido no es alguien que ya no cree en nada, sino alguien que no puede creer en nada digno. No puede creer en la dignidad misma. Es alguien a quien le han arrebatado la posibilidad de una fe inocente y sincera. Alguien al que se le ha enseñado a desconfiar de todo lo que proporciona certezas serenas y firmes. Alguien que ya está preparado para asumir que el mal es lo único verdadero, para conformarse con lo peor, incluso para hacerlo suyo.
Pero se trata de una derrota temporal. Ayer se celebró el Domingo de Resurrección. La del nihilismo es siempre, gracias a Dios, una victoria aparente y efímera.