RICARDO ARANA-EL CORREO

  • El gran desafío que es imprescindible abordar en Euskadi es la mejora sustancial de la capacitación de los docentes en ejercicio

Habrá quien disienta, pero no parece el salario el problema fundamental del profesorado de la enseñanza no universitaria. Independientemente de actualizaciones anuales, las retribuciones de los docentes de la red pública vasca tienen un significativo nivel de entrada, si bien sus expectativas están topadas en torno al 25% de incremento al final de la vida profesional, con crecimientos cada tres años sobre el 1,5% por antigüedad y pequeños saltos a los 6, 24 y 30 años de servicio.

En comparación con otras comunidades autónomas, el profesorado vasco es el mejor pagado por el conjunto de su carrera debido al salario percibido en los primeros años, aunque no sea el mejor retribuido al final de su actividad profesional. Un elemento compensado en cierta medida por las aportaciones de la Administración a la entidad de previsión social voluntaria Itzarri a nombre del docente en el sector público y los premios de antigüedad en el privado.

Sin estar a salvo de crisis inflacionarias, es un sistema cuyas magnitudes (que no su estructura) sirven de referencia a la red concertada y que también aguanta la comparación con la Unión Europea. De hecho, al relacionar retribución de entrada con PIB per cápita, el sueldo del profesorado español se sitúa en el grupo de cabeza de la UE. En el mismo rango, pero en menor proporción, se ubica el del docente vasco respecto al PIB de su comunidad.

Eso sí, cualquier otro incremento retributivo se obtendrá solo por el ejercicio de tareas distintas como la dirección o el asesoramiento a otros centros, pero no por hacerlo mejor dentro del aula, algo ajeno a la incentivación salarial, en buena parte por la oposición cerrada del sindicalismo nacionalista. La mejora docente y el perfeccionamiento del profesorado deben buscar otras vías de motivación.

Retribuir la permanencia no ha supuesto limitar la inestabilidad, uno de las grandes trabas que sí ha sufrido históricamente la educación vasca, principalmente en el sector público. Algunas legislaturas lo han afrontado, pero otras han amplificado sus efectos nocivos al ignorarla. Los pasos dados recientemente permiten pensar en una reducción sustancial de esa precariedad tan perjudicial para la enseñanza.

Si esa cuestión está en vías de solución, no está tan claro con la capacitación profesional. En esto, pese a la tinta vertida, la formación inicial o la selección del profesorado no son los problemas más graves ni urgentes. En la UPV-EHU, la nota de corte para cursar alguna de las diversas especialidades de Magisterio, por ejemplo, no es baja. En cuanto a la contratación, se sigue un procedimiento basado en la igualdad, el mérito y la capacidad en el ámbito público y un mecanismo individualizado con criterios propios en el privado. Cierto es que el primero se ha distorsionado por convocatorias insuficientes que han facilitado el ingreso mediante listas de sustituciones ordenadas básicamente por antigüedad, generando unos derechos que influyen en el proceso de estabilización posterior. Pero en ambas redes se ejecutan sobre unos requisitos de titulación exactamente iguales y con resultados parejos.

Obviamente es necesaria su mejora. Ahora bien, los efectos de un método de formación inicial más ambicioso y un dispositivo de selección más eficaz, con ser importantes, no se sentirían ni cuantitativa ni cualitativamente hasta pasados bastantes años, dado que son procesos largos, y tanto la evolución demográfica y consiguiente contracción de la matrícula como la renovación de la plantilla -fundamentalmente, del profesorado incorporado masivamente en los años 80- ya se están produciendo.

El gran desafío que resulta imprescindible abordar sin dilación es la mejora sustancial de la capacitación del profesorado en ejercicio, su cualificación científica y didáctica para afrontar una tarea que, si ha sido tradicionalmente compleja, hoy lo es mucho más. La docencia tiene que hacer frente a nuevos requerimientos, situaciones más cambiantes y desconocidas y mayor diversidad y heterogeneidad del alumnado.

La respuesta institucional ha sido parca y errática. Ofrece más ideología que pedagogía e ilusionismo más que ilusión. Rácana en datos y análisis suficientes, se mueve por modas, sin proporcionar modelos basados en evidencias y menos aún las necesarias ejemplificaciones. Y, de forma irresponsable, desatiende al profesorado incluso en los años iniciales de su actividad docente o en las situaciones más complejas, lo que, además de resultar ineficiente para el sistema, desprofesionaliza y desmotiva al profesional.

Urgen mecanismos de formación permanente del profesorado a partir de la reflexión colectiva sobre la práctica que desarrolla realmente en el aula, y no recetas apresuradas ni píldoras mágicas, y apremia que funcione el triángulo virtuoso que vincula esa formación con la investigación y la innovación. Al parecer, la Administración educativa y una mayoría de los sindicatos parecen haberse percatado al fin de que solo así podrá tener garantía de éxito la reforma educativa planteada.