- Se ha renunciado a la pedagogía, a la explicación incómoda de la verdad, para concentrarse en la venta. Ya no se trata de convencer sino de hipnotizar
Hace ya unos cuantos años (el ocupante de La Moncloa era todavía Mariano Rajoy), escribí un artículo en el que criticaba la afición del líder socialista, a mi juicio ya entonces excesiva, por los montajes mediáticos. El artículo lo titulé “Producciones Sánchez”, y el mismo día que se publicó recibí la llamada de uno de los asesores de Prensa del, en aquel entonces, solo secretario general del PSOE. Con exquisita educación, eso sí, me intentó convencer de que el excesivo, en la crítica, era yo. “A Pedro hay que ayudarle, lo tiene complicado, ya has visto el lío que hay montado en el partido”. En ese momento, mi amable amonestador no podía imaginar hasta qué punto iba a perfeccionar su jefe la práctica de perfomances postizas y diseñadas con la materia prima que sirve de base a la propaganda más empalagosa. Yo tampoco.
Las dos últimas entregas que nos han sido servidas por el equipo propagandístico de cabecera, esa en la que Pedro Sánchez se cuela (espontáneamente) en una partida de petanca en Coslada y la más reciente escena del sofá en Parla, con dos jóvenes preseleccionados que supuestamente se han beneficiado del magnánimo incremento del salario mínimo, Mari Carmen y Óscar (“la subida se nota” presi), no solo fracasan en el objetivo de humanizar al personaje, es que ponen en evidencia una de sus más frustrantes debilidades: la inutilidad de la insistencia en trasplantar a Sánchez dos cualidades que la encarnadura del personaje sistemáticamente rechaza: cercanía y naturalidad.
Ha fracasado el intento de la oficina de agitación de Moncloa de trasplantar a Sánchez dos cualidades que la encarnadura del personaje sistemáticamente rechaza: cercanía y naturalidad
Cada vez que el presidente se sube a un Falcon, sin que el uso del avión militar esté justificado, crece la ya de por sí gigantesca distancia que le separa del ciudadano de a pie. Cada vez que @sanchezcastejon publica un vídeo en Twitter, como “representante gubernamental de España”, con actores secundarios elegidos por la oficina de agitación de Moncloa, y sin tener la precaución de borrar el ruido de fondo de la Nikon que maneja el fotógrafo oficial, ratatatatá , cuyo sueldo paga el contribuyente, se estrecha un poco más el ya muy angosto territorio en el que compartir, sosegadamente y sin el blindaje del partido, impresiones con el común.
Y es que este mundo virtual e hiperblindado que le han construido al presidente reincide en un error que a estas alturas ya no es fácil de justificar: despreciar la inteligencia del respetable; hacerlo, además, sin que quede el menor rastro de que se haya intentado sofisticar, siquiera levemente, el engaño. Una farsa tan rudimentaria, tan primitiva, una infravaloración tan soez del votante desacredita al que la protagoniza y tonifica al adversario. Puede parecer anecdótico, un asunto colateral, pero no lo es. Es una prueba de que se renuncia a la pedagogía, a la explicación incómoda de la verdad, para concentrarse en la venta. Ya no se trata de convencer sino de hipnotizar.
No es progresista sino retrógrado aprobar, a sabiendas, medidas más pensadas para captar votos que para proteger de las sucesivas crisis a las capas más frágiles de la sociedad
Es hipnosis vender como progresista el incremento lineal de las pensiones, sin discriminar las más bajas de las máximas, en paralelo al incremento de la inflación. Es hipnosis vender como progresista medidas que benefician más a los más ricos que a los más pobres, como la bajada general del IVA o la bonificación de los carburantes. Es altamente hipnótico y socialmente dañoso subir sin parar y por las bravas el Salario Mínimo Interprofesional (SMI) en un país con una estructura económica tan atomizada como la española, con un 90 por ciento de pequeñas empresas; con territorios y ocupaciones de bajo valor añadido donde un coste salarial inasumible puede provocar despidos generalizados o el cese de la actividad; con un colectivo, el más joven, especialmente diezmado por el desempleo y al que esta medida, que opera en este caso como un tapón, complica aún más su acceso al mercado laboral. Es retrógrado aprobar, a sabiendas, medidas más pensadas para captar votos que para proteger de las sucesivas crisis a las capas más frágiles de la sociedad.
Puro electoralismo. También el del PP, que se ha subido al carro del aumento del SMI para no hacerse daño en las encuestas (y en las urnas). Hemos entrado en el terreno más hipnótico de todos: el de una campaña electoral interminable. Desde ahora, la prioridad de Núñez Feijóo será no pegarse un tiro en el pie. Las de Sánchez son más, pero algunas de urgencia máxima, como olvidar a toda prisa la reciente sucesión de calamidades jurídico-políticas y rescatar banderas cedidas al socio de conveniencia; reconquistar terrenos ocupados por el socio de Gobierno aun a costa de asumir esa concepción simplona y un punto demagógica de la política que con tanta eficacia practica el yolandismo.
«El salario mínimo también es cosa mía», vino a decir Sánchez en Parla. Sánchez ya, irremediablemente, en modo electoral. Como el resto. Hasta que pase mayo, en el mejor de los casos, será difícil verle con el traje de presidente de todos los españoles. Traje que, por otra parte, deja últimamente colgado demasiado a menudo en el ropero.