IGNACIO CAMACHO-ABC

  • A buenas horas descubren los puristas del progresismo que Sánchez ha integrado en su tribu a un supremacista de libro

Puigdemont es como es. Con su pelo mocho y su pinta de haber escapado de una comparsa pero sin pizca de la gracia gaditana. Escaso de coraje –ay, el maletero–, insulso de retórica, resentidillo, agrandado de aires, equipado con luces más cortas que largas. Carlistón de ideas, apegado a la nostalgia austracista de fueros y privilegios. Y un xenófobo de manual, un supremacista que se cree un héroe y un genio y se ve a sí mismo como una mezcla de Napoleón y el Capitán Trueno. Un iluminado al que sus colegas ‘indepes’ y hasta sus propios compañeros profesan un profundo desprecio. He aquí que Pedro Sánchez, sin embargo, preso de lo que podríamos llamar el síndrome de los siete escaños, se ha empeñado en verlo inteligente, audaz, simpático e incluso guapo, y en investirlo de progresista por la simple razón de que lo necesita en su bando. Aunque el personaje no cuadre en ese molde ni a martillazos, y aunque todo el mundo sepa que en política no existen los milagros, ni las transformaciones mágicas, ni los mirlos blancos.

Ahora, con esto del control de la inmigración, algunos miembros y socios del Gobierno empiezan a decir en voz baja que va a ser difícil defender a Puchi como sobrevenido paladín del progresismo. Que no termina de encajar en los requisitos mínimos para aceptarlo en su tribu. Que no hay manera de disfrazar ese tufillo esencialista de salvapatrias pueblerino orgulloso de sentirse distinto. Que ese discurso de la amenaza islámica contra la identidad catalana casa mal con una izquierda de sedicente vocación solidaria. Que incluso Junqueras está poniendo mala cara. Que las huestes propias andan incómodas haciendo sitio a estos fantasmones en el lado correcto de la historia. Y que si ya resulta bastante complicado colar la amnistía como medida de concordia y a Bildu como partido de voluntad pacificadora, hará falta mucho virtuosismo propagandístico para blanquear también la xenofobia.

Cosas de la gente de progreso. No se habían dado cuenta, en su esfuerzo por ampliar el campo de los benefactores del pueblo, de que los separatistas –no sólo los de Junts sino todos ellos– llevan mucho tiempo tratando a los españoles como extranjeros. La declaración unilateral de secesión consistía exactamente en eso, en despojar a más de la mitad de los ciudadanos de Cataluña de su nacionalidad y de todos sus demás derechos. La política de inmigración que ahora reclaman no es más que otro paso, lógico, en el proceso de segregación que pretender separar a «los de fuera» de «los de dentro», a los catalanes puros y auténticos de los inadaptados y los metecos. El eterno «nosotros y ellos» del soberanismo irredento. Tarde para comprenderlo. Sánchez ya ha dado por hecho que el poder tiene un precio y que hay que pagarlo sin remordimientos. Entre otras cosas para que los que ahora muestran remilgos puedan continuar en sus confortables puestos.