Jon Juaristi-ABC

  • Sobre algunas lecturas recomendables que tratan del mundo de hace un siglo

Conversamos, en un almuerzo de semiemergentes del confinamiento madrileño, acerca del libro de Laura Spinney, El jinete pálido, sobre la pandemia de 1918-1919, premonitoriamente publicado en español por Crítica hace dos años. Uno de los comensales alude al estupor que le producen las ilustraciones, porque delatan que no se ha avanzado gran cosa desde entonces en la profilaxis, que sigue siendo la misma: mascarillas y distancia social. Y eso, añade otro, tras un siglo de imparable revolución científico-técnica: ¿dónde está el progreso si lo que nos espera por decreto es un par de años, como mínimo, de más de lo mismo?

El progreso, o sea, la idea de progreso, es lo segundo que la actual pandemia se ha llevado por

delante, después de los muertos reales y, al parecer, incontables (en sentido literal y figurado). Si algo en teoría tan sencillo como el cálculo de defunciones por coronavirus no ha podido realizarse en tres meses de estado de alarma, con todos los poderes asumidos por un gobierno sedicentemente progresista, es que el progreso es un engañabobos, una promesa de salvación sin fundamento, manipulada por la misma izquierda que acusa a la religión de opio del pueblo. Pues bien, si la religión es el opio, el socialismo es la farlopa.

Nada nuevo bajo el sol español ni bajo las nieblas hiperbóreas. El gobierno de la coalición progresista comete el mismo tipo de desatinos estúpidos de otros gobiernos de hace un siglo, no necesariamente españoles. Pero dejemos, de momento, la cuestión sanitaria. Una de las lecturas más interesantes que uno ha hecho en estos tres meses de arresto domiciliario, es la de un clásico de la historia contemporánea británica, La extraña muerte de la Inglaterra liberal, de George Dangerfield (1904-1986), que se publicó en Nueva York en 1935, y ha visto la luz, en español, el año pasado, bajo el sello de la editorial Tecnos y en la extraordinaria traducción de Pablo Fernández Candina, uno de esos raros casos en que la versión española no hace añorar en momento alguno el original inglés.

El libro de Dangerfield es un clásico contemporáneo. John Gray parafraseó su título en el de un famoso ensayo de 1995 incluido en su antología Anatomy of Gray (2009), «The strange death of Tory England». El de Dangerfield trata de los años que precedieron a la Gran Guerra en el Reino Unido, cuando, en una situación en que la condición británica de gran potencia mundial venía mermando a causa de la expansión económica de Estados Unidos y la industrialización de dos fuertes estados militaristas, Alemania y Japón, al líder liberal, Asquitt, no se le ocurrió mejor idea que aliarse con los nacionalistas irlandeses para aplastar a los conservadores, que dominaban la Cámara de los Lores. El resultado de la maniobra fue una polarización extrema de los dos partidos mayoritarios, que se igualaron en votos, dejando el equilibrio de poder en manos de los irlandeses. Como observa Dangerfield, «no es de extrañar que, al ver estas desalentadoras cifras, los liberales comenzaran a preguntarse si no habían caído en su propia trampa. Si su partido quería permanecer en el poder, sólo podría hacerlo con ayuda irlandesa (…). Había cedido el control del Parlamento a un puñado de hombres para quienes Inglaterra era una enemiga, y cuyo apoyo sólo podría obtenerse al alto precio del autogobierno irlandés. A través de estas elecciones de 1910, el Acta de Unión se destruyó a sí misma. Al hacerlo, destruyó también al Partido liberal: en adelante, Asquitt y sus colegas nunca se separarían de sus aliados irlandeses, a los que en realidad aborrecían». Qué historia tan absurda e inverosímil, ¿verdad?