Ignacio Varela-El Confidencial
El sistema electoral también opera diabólicamente. Sus diseñadores jamás pensaron en una competición de cinco partidos con solo 15 puntos entre el primero y el último
La web Electomania.es elabora un promedio de las encuestas que se publican, y lo actualiza regularmente (recientemente, con buen criterio, excluyó las del CIS por excéntricas). El gráfico muestra con claridad cómo ha evolucionado la situación al compás de los hitos de los últimos meses:
Sumen los porcentajes y siempre obtendrán el mismo resultado: un 50% para la derecha, un 40% para la izquierda y un 10% para el resto (principalmente, nacionalistas). 50-40-10 es el marco estable de estas elecciones. Lo que cambia es la distribución dentro de cada bloque. La derecha se aproxima a una fragmentación en tres tercios mientras en la izquierda el voto se concentra en el PSOE en perjuicio de Podemos. Eso tiene consecuencias drásticas en la asignación de los escaños. Nunca la derecha tuvo tanta fuerza en España (entre PP, Ciudadanos y Vox suman casi 12 millones de votos frente a 9,5 millones del PSOE y Podemos) y nunca estuvo tan cerca de la derrota a causa de su división. Se comprende la indignación de Aznar.
Hay una relación temporal directa entre la emergencia de Vox, el tripartito andaluz y la escalada del PSOE. Como la hay entre la irrupción de Vox y la alianza de Pedro Sánchez con los independentistas. Ambos fenómenos son mutuamente reactivos: sin la connivencia del Gobierno español con los partidos separatistas, Vox no habría surgido con esa fuerza torrencial que le ha deparado tres millones de votantes en apenas tres meses. Sin la amenaza de la extrema derecha y la visualización del ‘pacto de Colón’, el PSOE de Sánchez no se habría disparado en las encuestas. Ambos tienen mucho que agradecerse.
En la legislatura de la mayoría absoluta, el PP perdió tres millones y medio de votos. En la de la minoría absoluta ha extraviado tres millones más
El Partido Popular protagoniza el naufragio electoral más espectacular de los últimos tiempos. En la legislatura de la mayoría absoluta, perdió tres millones y medio de votos. En la de la minoría absoluta, seguida de la expulsión del poder, ha extraviado tres millones más. Hay más de seis millones de antiguos votantes de Rajoy por la galaxia, buscando dónde aterrizar. En algún momento pareció que Rivera se llevaría el premio gordo, pero le ha salido un competidor formidable, Vox, que nace de las mismas entrañas del PP de toda la vida.
De esa hecatombe del PP, una parte no despreciable pertenece a la era Casado. Desde el verano del 18 hasta ahora, ha perdido un millón de votos. La línea de los sondeos no es precisamente esperanzadora: el PP es la primera y principal víctima de la ascensión de Vox.
Ciudadanos parecía destinado a emular a Macron. Hasta que llegó la moción de censura y se desorientó. Con el cambio de Gobierno, los de Rivera perdieron el norte estratégico y aún no lo han encontrado. Pasar del 27% al 16% en nueve meses es algo que no puede ocurrir sin que se hayan cometido por el camino varios errores de fondo. Su tendencia no invita al optimismo: ahora mismo, el 20%, que quizá sea el suelo de Casado, es el sueño cada vez más lejano de Rivera.
Podemos se desangra por días. No solo porque sus votantes emigran en masa al PSOE –en realidad, retornan– sino porque el montaje de las confluencias se desarma. Si a ese 13,8% que le da el promedio le descontamos un 1,5 que se llevará Compromís, veremos hasta qué punto está cerca de ser rebasado por Vox.
La gran incógnita de esta elección es que se desconoce el techo de Vox. Como sucedió en Andalucía, no lo podremos medir en toda su magnitud hasta que se abran las urnas y se cuenten los votos.
Así pues, tenemos dos partidos en alza (PSOE y Vox), uno que pelea por no romper su suelo (PP) y dos en claro descenso (Podemos y Ciudadanos, ¿qué fue de la nueva política?). En esta campaña turbia y soporífera, no se adivina qué hecho podría invertir esas tendencias. El primer y el segundo puesto parecen estar claros, y hay una ajustada batalla por el tercer, cuarto y quinto puesto sobre la que prefiero no apostar.
Si las elecciones fueran mañana y este promedio de encuestas se trasladara a las urnas, el Congreso de los Diputados quedaría así: PSOE, 109; PP, 83; Cs, 59; UP, 35; Vox, 32; ERC, 13; PDeCAT, 6; PNV, 6; EHBildu, 3; Compromís, 3; CC, 1.
Si lo contamos por los bloques establecidos: 175 para Frankenstein, 174 para Colón, y Coalición Canaria en medio. Sánchez tendría que tirar de todos sus aliados posibles, incluidos Puigdemont y Otegi. Desde antes de votar, ya empieza a oler a repetición de elecciones en otoño.
El sistema electoral también opera diabólicamente. Sus diseñadores jamás pensaron en una competición de cinco partidos con solo 15 puntos entre el primero y el último. Cuando se desciende a las provincias, se comprueba que un resultado como este o similar produciría, entre otros, los siguientes fenómenos:
Con el 27% (menos de lo que tuvo Rubalcaba), el PSOE ganaría en 33 provincias y quedaría segundo en 12. Eso no le garantiza nada en el Congreso, pero volcaría a su favor la relación de fuerzas en el Senado. De hecho, podría darse la situación inversa a la actual: una coalición de derechas en el Congreso con mayoría de la izquierda en el Senado.
La derecha paga carísima su fragmentación. El PP solo sería primera fuerza en siete provincias. Y Vox derrocha votos: con este resultado, quedaría excluido del reparto en 27 provincias. Más de 600.000 votos desperdiciados. En Castilla-La Mancha, con el 12,5%, no tendría ningún diputado; y en Castilla y León, con casi un 15%, se tendría que conformar con uno o dos solitarios escaños. Eso sí, en varias de esas provincias está ya muy cerca de rebasar a Ciudadanos y obtener el ‘escaño del tercero’ Y no se sorprendan si les digo que ya está por encima del medio millón de votos en Madrid.
También Podemos sufre duramente el efecto de su caída. Quedaría fuera en 24 provincias, otros 600.000 votos a la basura. Lo de la Comunidad Valenciana es especialmente sangrante: los nueve escaños de la confluencia en 2016 quedarían reducidos a cuatro, tres para Compromís y uno para Podemos.
La otra cara de la luna es Ciudadanos. Descartado el sorpaso al PP, su objetivo es resistir en la tercera posición, especialmente en las provincias del interior donde Vox viene al galope. Si lo consigue, tendrá una renta favorable en el reparto de los escaños. Muchos de los que consiguió Podemos por quedar tercero irían ahora al partido naranja. Si es así, verán qué pronto se olvida Rivera de la reforma del sistema electoral.
En conclusión, a siete semanas para la votación, lo que contemplamos es un empate del diablo para mantener el país bloqueado durante otros cuatro añitos. Como no ha sido suficiente perder un lustro, ahora queremos echar por la borda la década entera.