Eduardo Uriarte-Editores

Repitió varias veces Onaindia que nunca una guerra que durara apenas un año, hasta que se rendieran en Santoña los nacionalistas, diera para tanto reportaje e informativos en la televisión vasca. Con ese comentario intentaba denunciar el uso propagandístico desaforado que el nacionalismo hace de esa parte del pasado, para mostrar, sazonado de victimismo, el heroico papel del PNV en aquella contienda disfrazada de lucha de liberación. Este empeño propagandístico implicaba también la justificación política, ante la opresión de España, del secesionismo actual, inclusive el de ETA. Hay que decir que tal discurso es hoy el hegemónico en Euskadi, propiciador de un foso entre patriotas, con algunos allegados, como los actuales socialistas, y los malos vascos o traidores, como lo era Onaindia.

El nacionalismo ha creado un foso político de tal dimensión, tan exaltador de su bando, que haga lo que haga el PNV, pues errores y corrupciones las tiene como los demás (vertedero de Zaldibar, caso De Miguel, caso Hiriko, etc.), que no le pasan factura electoral alguna, pues tal es la altura a la que tan maniqueo discurso le ha elevado que lo inmuniza a toda crítica o condena terrenal. Tan importante ha sido el discurso y el foso social, que se han olvidado ya los crímenes de ETA, a cuyos militantes se homenajea públicamente, pero se tiene presente hechos más lejanos como el bombardeo de Gernika, parte de cuya aviación salió de Vitoria, a la vez que se obvia que Euskal Herria diera muchos más voluntarios a Franco que a la República. Los discursos de la memoria histórica, falseadores de la historia, son de una utilidad palpable en la política del presente, aunque su uso tienda a la postre a liquidar la convivencia política por el fomento, precisamente, de la exaltación de una guerra civil.

Desde que el social-liberalismo de González fuera enterrado por el actual PSOE parece que la estrategia propagandística que tanto éxito ha dado al nacionalismo ha sido recogida por este partido, sin pararse a pensar en las consecuencias de ruptura política que tal decisión conlleva. Que en regiones periféricas se segregue a los desafectos, cuyo futuro más liviano será el convertirse en “alemanes en Mallorca”, tiene su gravedad e importancia, pero es mucho más grave si el Gobierno de la nación promueve tal estrategia para toda España. Hoy podemos observar que los prolegómenos de ella ya están en marcha desde la letal para la convivencia Ley de la Memoria Histórica y la inhumación de todos los fantasmas de nuestro secular enfrentamiento, la consiguiente fobia desmesurada hacia la derecha, y el culmen de la antipolítica consistente en el NO ES NO.

En este proceso de ruptura tiene todo sentido la exposición del vicepresidente Iglesias en sede parlamentaria avisando a la derecha de olvidarse de volver al Gobierno. Declaración que nos sugiere ya un futuro autoritario, prolegómeno en su día de la guerra civil, pues en su imaginario no se trata de reformar la Constitución sino de crear una dictadura al negar la posibilidad en toda democracia de acceso al poder al adversario.

El Proyecto de ley de la Memoria Democrática tiene el vicio de incidir en la ruptura política. Memoria democrática hay muy poca en este país, pues poca democracia ha habido a excepción de estos cuarenta años que se quieren destruir, y, por consiguiente, tanto la derecha como la izquierda han adolecido de falta de cultura democrática, facilitando esa ignorancia a ambos el ir transformando la democracia del 78 en la partitocracia que la está asfixiando. Sectarismo de partido, descentralización a impulsos del partidismo y no de la racionalidad, oportunismo perpetuo en el comportamiento, capitalizando hasta los muertos de la pandemia, corrupción sistémica, abuso de poder, clientelismo social, intrusismo y control de la función pública, politización del Poder Judicial. Este es el enorme cáncer político que nos incapacita ante el futuro, y, ahora, para salir airosos de esta doble crisis sanitaria y económica.

Que no echen la culpa a la gente, en España se usa más la mascarilla que en cualquier otro país europeo y la gente se juega el tipo yendo a trabajar. Son las necesarias medidas políticas y administrativas que se echan en falta las causantes de este caos. La conferencia entre Sánchez y Ayuso fue una farsa. Conferencia que se parecía a la de paz entre Israel y Palestina, exceso propagandístico de la partitocracia para seguir exactamente igual de enfrentados, si no más, a su finalización. A los tres días la guerra volvía más dura que nunca en un enfrentamiento entre el ministro de Sanidad y el viceconsejero del ramo de la Comunidad de Madrid. Seguiremos contando muertos.

Democracia militante, pero sólo contra la derecha.

En España no rige una democracia militante. En Alemania, por el contrario, tras la experiencia nazi, la constitución impide la apología y publicidad de las ideologías que tengan como fin alterar el ordenamiento constitucional. Aquí, lo vemos con las declaraciones y actuaciones de secesionistas y Podemos, incluso alguna extravagancia del actual PSOE. Todos los excesos antisistema tienen espacio en nuestro ordenamiento. Sin embargo, vamos a descubrir que por decisión del Gobierno lo que tuviera que ver con el franquismo, incluida la fundación Francisco Franco, van a quedar por ley prohibidos.

La referencia a la naturaleza no militante de nuestra Constitución fue continua por parte de intelectuales de izquierdas cuando de lo que se trataba era de la ilegalización de Batasuna, que no fue por su ideología ni manifiestos, sino por su dependencia a ETA. Formación hoy dignificada por el trato del Gobierno, que no piensa condenar los crímenes del reciente pasado de ETA. Pero, curiosamente, esas mismas voces se apagan cuando se trata de poner fuera de la ley nostálgicos e inofensivos rescoldos de un pasado que creíamos lejano, con la aviesa intención de engrandecerlos y conectarlo con cualquier formación política o institución del presente que moleste al proyecto de ruptura liderado por este Gobierno.

Razones tengo para no tenerle ninguna simpatía al franquismo, pero este anteproyecto de ley de persecución de la disidencia tiene que ver no tanto con ir contra el aquel régimen como silenciar cualquier oposición y, por supuesto, nada con la democracia. Implica más ser parte medular del proyecto de ruptura con la Constitución que el liquidar la inexistente amenaza del franquismo. Tal mecanismo recuerda los que los dictadores, los de derechas como los de izquierdas, han usado para garantizarse el poder absoluto.

La Memoria Democrática viene a institucionalizar la vieja España del enfrentamiento, como si el Gobierno del Frente Popular acabase de ganar la guerra civil, echando a pique todo el esfuerzo político y modernizador de estos cuarenta años. Mientras muestran su incapacidad ante la pandemia, porque su verdadero esfuerzo reside en su revolución en marcha, los acontecimientos políticos nos remiten a una lectura paródica de la Revolución Francesa de Michelet: fiscal general del comité de salud pública, el rey confinado en la Zarzuela, gobierno por decreto, Congreso desarbolado, persecución ideológica a la derecha, indulto a los sediciosos, reforma del Código Penal para suavizar la sedición, acuerdo con Bildu, recibimiento por un ministro de la vicepresidente de Venezuela. Si esta parodia de proceso revolucionario no nos está ofreciendo un futuro de dictadura bolivariana es que, como en la mayoría de las veces, no nos estamos dando cuenta de lo que pasa ante nuestros ojos. No hay tiempo para atender la pandemia, por el contrario, se aprovecha la perturbación social provocada por tantos fallecimientos para facilitar el paulatino pero constante cambio de sistema político.

Ante el Proyecto de Ley de la Memoria Democrática hay que echar de menos a Santos Juliá, como indica Francesc de Carreras. Hay que echarlo de menos porque su aportación era fundamental al ofrecer a la izquierda la certidumbre de la historia y con ella las responsabilidades que le tocaba asumir en el fracaso de la II República, en la guerra y en la larga dictadura. Y descubrir dónde estuvo su éxito, apostando por la Transición democrática enmendando los pasados errores. Le echamos de menos, pero de seguir viviendo le hubiera ocurrido lo que a Felipe González, descubrirse incapaz de influir ante la dimensión de la tragedia que desde el Gobierno están orquestando. El futuro está en manos de golfillos osados que reivindican la memoria democrática para liquidar la única democracia que de verdad ha existido, la del setenta y ocho. Tras el aviso de Iglesias viene la Motorizada. Mal venidos al pasado. La reacción histórica esta vez en manos de la izquierda y sus aliados carlistas.