ANDONI PÉREZ AYALA-EL CORREO

In illo tempore, cuando en la primavera de 2018 Cristóbal Montoro regía la Hacienda del reino, fueron aprobados los últimos Presupuestos Generales del Estado que, a día de hoy, tras sucesivas prórrogas y variadas peripecias, siguen todavía vigentes. Bien es cierto que ya entonces lo fueron de forma un tanto anómala, cuando había transcurrido casi la mitad del año en el que tenían que estar vigentes desde el primer día de enero y, asimismo, sin ajustarse al calendario constitucional, que tanto aquí como en todos los países de nuestro entorno prevé expresamente su aprobación, tras el correspondiente debate en las sesiones parlamentarias de los meses otoñales, antes de la finalización del ejercicio anterior.

Hay que añadir que este comportamiento anómalo no fue una excepción, sino que ha venido siendo la regla general en nuestra particular praxis presupuestaria. Así lo pone de manifiesto el hecho de que las anteriores Cuentas (2017) también fueron aprobadas bien entrada la primavera de ese año, incumpliendo igualmente las previsiones constitucionales. Mayor anomalía fue aún la de 2016, en el que no se llegó no ya a aprobar, sino tan siquiera a poder tramitar los Presupuestos, ni en primavera ni en otoño. En esta ocasión debido a nuestro furor electoral (dos elecciones generales en seis meses) y a la imposibilidad de formar Gobierno (con Rajoy en funciones) hasta finales (noviembre) de ese año.

No está de más hacer estas referencias retrospectivas sobre nuestra muy peculiar experiencia presupuestaria pasada para así poder aproximarnos mejor a los intrincados intríngulis de nuestra realidad presupuestaria del presente, que no resulta nada fácil de entender. Empezando por el hecho, nada habitual, de que no haya sido posible aprobar los Presupuestos ni para este año ni tampoco para el anterior. A falta de Cuentas públicas anuales, como exige no solo la Constitución sino también el sentido común, no ha habido más remedio que recurrir a sucesivas prórrogas, por dos años consecutivos, de los Presupuestos de Montoro -¿se acuerdan de aquel ministro?- aprobados allá por las lejanas fechas de mayo de 2018.

Desde 2015, ultimo año en el que no fueron prorrogados los Presupuestos del año anterior (aunque hay que decir que también fueron tramitados de forma anómala en agosto, lo que no deja de ser insólito, para poder aprobarlos antes de la convocatoria de las elecciones navideñas del 20-D), la prórroga presupuestaria ha sido una constante inalterable en nuestra ajetreada vida política. Será difícil encontrar en la experiencia presupuestaria comparada un encadenamiento de prórrogas sucesivas de las Cuentas del Estado como la que se ha venido dando aquí durante estos últimos años. Quizá estemos descubriendo una nueva modalidad presupuestaria que podríamos patentar, en contraposición a la ya conocida de presupuestos plurianuales, como la de ‘prórrogas plurianuales’.

La idea de Presupuestos viene asociada durante este ultimo lustro a la prórroga de las Cuentas del año anterior. Y no solo eso, también viene asociada a la figura del exministro Montoro que, a lo largo de casi una década (desde 2011), ha impuesto su autoridad incontestable en materia presupuestaria. Pasaban los años, se sucedían las elecciones (cuatro desde 2015), se renovaban las Cámaras otras tantas veces, cambiaban los líderes de las formaciones políticas y aparecían otras nuevas, caían los gobiernos y eran reemplazados por otros nuevos… pero los Presupuestos de Montoro, con prórrogas o sin ellas, permanecían incólumnes año tras año; y no solo regían durante su mandato sino que, además, prolongan su vigencia años después, lo que resulta inédito en la experiencia comparada.

Cabe preguntarse por cuánto tiempo va a prolongarse esta situación, que no deja de ser completamente anómala, no solo desde el punto de vista propiamente presupuestario, sino también político e institucional. Aunque, a juzgar por cómo se están planteando las cosas en las negociaciones entre las formaciones políticas sobre las Cuentas para 2021, en las que se habla de todo menos de su contenido, y a la vista de la complicada aritmética parlamentaria, que hace muy problemática la articulación de mayorías estables en las Cámaras, no sería de extrañar que los Presupuestos (aunque más bien habría que hablar ya del ciclo presupuestario) de Montoro sigan prolongando su vigencia.

La coyuntura, marcada por la aguda crisis sanitaria, económica y social que venimos sufriendo, puede ser un oportuno acicate que nos ayude a abordar la confección de unos nuevos Presupuestos acordes con la situación actual, que nada tiene que ver con la que había… in illo tempore, en los primeros meses de 2018, cuando se elaboraron los que todavía hoy siguen vigentes. En los próximos meses vamos a tener la oportunidad de poder aprobar esta asignatura pendiente desde hace años (2014 fue el ultimo año en el que que se aprobaron regularmente los Presupuestos), sin que tengamos que repetir, una vez más, una prórroga que en las circunstancias actuales no tendría ninguna justificación.