Calles desiertas, cielo nublado y el canto de un mirlo en el que antes no habíamos reparado. Como en un mal sueño, es el regreso a un pasado que nunca existió, el exilio en la torre de un castillo amenazado por un ejército tan imaginario como temible, dispuesto a asaltar los muros de nuestra salud y a poner en peligro nuestra vida. Silencio. Nos hemos olvidado ya de que esto era “una simple gripe”. Hace tiempo que dejamos de tomárnoslo a broma y optamos por arpillar nuestra casa para impedir la entrada en ella del mortal invasor. Encerrados, de grado o por fuerza. Nos comportamos en grupo, nos defendemos en grupo, nos aislamos en grupo. El rebelde que algunos llevamos dentro ha quedado colgado de una percha en el armario del miedo. Obligados a acatar órdenes, admitir consignas, asumir compromisos que juzgamos buenos para el colectivo, “bueno para todos”, el individualismo ha sido la primera víctima de esta guerra, el primer muerto en el combate contra ese asesino imaginario que no vemos pero intuimos. El triunfo de lo colectivo. La victoria será así o no será.
Una prueba de resistencia para la que esta sociedad muelle, confiada, reacia al sacrificio, no estaba preparada. Sociedad cuarteada por el virus del sectarismo que ha vuelto a dividir a los españoles en dos grandes bloques, como en los viejos tiempos, el garrote vil y la navaja barbera, las pinturas negras de Goya, la media España enfrentada a garrotazos con la otra media. El rencor alimentado por la desconfianza, el resentimiento y la inquina. Tirios y troyanos, rojos y azules, se han refugiado tras la empalizada de sus casas porque ante ellos ha aparecido un enemigo que no repara en ideologías. Se trata de una epidemia cuyo control exige el parón de la actividad, la muerte de la Economía. Para una gran mayoría, este maratón de aislamiento será una durísima prueba de la que pocos saben cómo saldrán, cómo saldremos. ¿Cuatro semanas entre cuatro paredes? Nadie conoce lo que hay detrás de la alcazaba del miedo, pero todo el mundo intuye que el futuro, si tal existe, será distinto a lo que hemos conocido, porque el horizonte de algodón que entre sueños consumistas habíamos avizorado a lo largo de nuestra vida ha dejado de existir. Algo que marcará nuestra existencia para siempre.
Una prueba que tensará a fondo nuestro tejido social. Mal que bien, hemos sido capaces de festejar los grandes triunfos deportivos y unirnos con ocasión de catástrofes colectivas o atentados terroristas, pero, ¿cómo reaccionaremos ante tamaña prueba? ¿Cómo saldremos de este atolladero? ¿Qué clase de cohesión seremos capaces de mantener con esos millones de trabajadores enviados de repente al paro? ¿Qué consuelo dispensaremos a las familias que han perdido, que van a perder, a algún ser querido, esos mayores abandonados a su suerte en una cama en planta, sedados, hasta que el cuerpo aguante, porque las UCIs de nuestros hospitales están colapsadas? Eutanasia pasiva o el derecho a vivir de los más fuertes. Darwinismo puro. Más que nunca, el país hubiera agradecido la existencia de un liderazgo político claro, sincero y honesto, de una reconocible dimensión moral. Alguien en quien confiar. “En tiempos de crisis, la figura del presidente de la República sigue siendo un punto de referencia esencial para la continuidad de la nación. Ahora también ha cristalizado esa unidad en torno al Jefe de Estado”, escribía este miércoles el editorialista de Le Figaro. Nada de eso ocurre en España.
Coyuntura tan dramática como la actual pone en evidencia la desgracia que para este país supone la existencia de un Gobierno como el de Pedro & Pablo. La comparecencia del primero el miércoles, en un Congreso casi vacío, fue todo un monumento a la soplapollez, un canto a la zafiedad intelectual y humana más pavorosa. “Vamos a reconstruir juntos la dimensión de lo público y la naturaleza del debate político de un debate de destrucción a uno de reconstrucción” (…) “Mi objetivo es la reconstrucción del Estado del Bienestar, el sistema público y la protección de la sociedad y la economía” (…) “Vamos a presentar unos Presupuestos de reconstrucción social y económica cuando termine la crisis; unos Presupuestos extrasociales” (…) “Sí existe la sociedad, está ahí, la tenemos ahí fuera, recluida, reclamando la fortaleza de lo público”, y así hasta cien ejemplos de la diarrea de un personaje que, cabeza gacha farfullando lo que no entiende, enhebra una tras otra frases ampulosas carentes de sentido (a tale told by an idiot, full of sound and fury, signifying nothing de Macbeth) sentencias que orzan la idiocia, sapos que sus escribas le hacen vomitar en público y que él trasiega sin el menor empacho mientras el país tiembla de espanto.
La gravedad de la pandemia
Naturalmente tuvo buen cuidado en apuntar a la oposición por haber desmantelado ese Estado del Bienestar que él quiere “reconstruir”, como si Zapatero y el PSOE no hubieran tenido nada que ver en la crisis de 2008. También de disculpar su imprevisión (“la pandemia del coronavirus ha desbordado las previsiones de todo el mundo”), sus errores de gestión y la criminal responsabilidad de haber permitido y alentado iniciativas como la marcha feminista del “chocho de marzo”, un episodio por el que en el futuro debería sentarse en el banquillo de los acusados. Sánchez Castejón (“La presidencia más oscura y más opaca de la democracia”, en palabras de Javier Marías) desenterró a Franco y ahora está enterrando a los cientos de españoles infectados por culpa de un aquelarre que el sectarismo social comunista quiso desempolvar por las calles de Madrid, casi 40 días después, finales de enero, de que el Ministerio de Sanidad y el propio Gobierno tuvieran constancia de la gravedad de la pandemia que se cernía sobre España. Este sábado mismo volvió a intentar lavar su imagen. Sin ningún escrúpulo. Aló presidente.
Primero la salud, después la economía. Frenar la mortandad para, de inmediato, tratar de salvar el tejido empresarial del desastre, cosa que no va a lograr su comunista vicepresidente tirando del gasto público
Mitin fue también el que Iglesias protagonizó en Moncloa al día siguiente, jueves 19, tras saltarse la obligada cuarentena. El capo de Podemos repartía soluciones económicas, maestro Ciruela, para afrontar el momento: “España ha decidido dejar atrás los dogmas de la austeridad fiscal que ya fracasaron en la anterior crisis y, por eso, debemos emprender un camino diferente”. El camino del gasto público. Ignora el penene de Políticas que la caída de la demanda no tiene un componente económico, en tanto en cuanto los consumidores no salen a la calle a comprar por miedo a contraer la enfermedad, de donde se colige que las medidas monetarias expansivas y el aumento del gasto no tienen efectividad alguna, incapaces como son en estas circunstancias de estimular consumo e inversión. El BCE debería limitarse a actuar como prestamista de última instancia para evitar el colapso del crédito, mientras que la política presupuestaria debería concentrar sus esfuerzos en los programas sanitarios destinados a combatir la pandemia. Primero la salud, señor Sánchez, primero ese avituallamiento de urgencia que necesitan nuestros hospitales y que usted no ha previsto, las camas UCI perfectamente equipadas, razón por la que está muriendo tanta pobre gente abandonada a su suerte. Más de 1.400 españoles a última hora de este sábado.
Primero la salud, después la economía. Frenar la mortandad para, de inmediato, tratar de salvar el tejido empresarial del desastre, cosa que no va a lograr su comunista vicepresidente tirando del gasto público como pendón verbenero en club de alterne. Cualquier medida eficaz deberá concentrarse por el lado de la oferta, lo que equivale a decir que se trata de reducir las cargas regulatorias, sociales y fiscales que soportan las empresas para permitirles ajustar plantilla sin coste a la mayor celeridad posible y proteger su tesorería, porque, evitando la desaparición de una gran parte de nuestra urdimbre empresarial, sentaremos las bases para una rápida vuelta al crecimiento y a la recuperación de los puestos de trabajo.
Mientras el presidente pedía unidad (“Una unidad que nos apela a todos, al margen de siglas”), su vicepresidente convocaba una cacerolada fallida contra el rey Felipe VI
Siempre la libertad
Primero la salud, después la economía y siempre la libertad. Mientras el presidente pedía unidad (“Una unidad que nos apela a todos, al margen de siglas”), su vicepresidente convocaba una cacerolada fallida contra el rey Felipe VI. Sabemos que el objetivo de los socios de Sánchez, lo sabemos bien desde que el gañán se unció al yugo de comunistas y separatistas en la moción de censura, no es otro que acabar con la España constitucional y el régimen del 78. Erosionar la figura del Rey hasta lograr descabalgarlo, aprovechando el rastro de corrupción dejado por su padre, y provocar un cambio de régimen. Que nadie dude de que a poco que las circunstancias acompañen, y el horizonte ahora mismo no puede ser más sombrío -ciudadanos recluidos, miedo generalizado, oposición anestesiada-, comunistas y separatistas intentarán aprovechar la oportunidad para dar la vuelta como a un calcetín a la España que hemos conocido en los últimos 45 años, lograr la independencia, unos, y hacer realidad, otros, la España bolivariana a la que aspiran nuestros Ceaucescu, un proyecto al que Sánchez no haría ascos siempre y cuando le garantizaran la primogenitura.
El cierre del Congreso urdido de manera torticera por la presidenta Batet apunta en esa dirección. Como las prisas por otorgar el indulto a los golpistas en plena pandemia. Cuidar la salud, proteger la economía y oponerse a las pulsiones autoritarias de una izquierda enemiga de la democracia liberal (“La libertad rara vez vuelve a la marca de agua de que disfrutaba antes de cualquier gran crisis”, Tom Harwood en The Telegraph este jueves). Tal es la triple tarea a la que los demócratas españoles están convocados. Y a fe que habrá que salir a la calle a defenderla, flor exquisita para la que no existe seguro en el mundo, si no queremos volver a vivir algunas de las páginas más negras de nuestra historia. De modo que la tragedia del coronavirus, que al final del túnel debería servir para poner a prueba nuestra capacidad de resistencia como pueblo y sacar a relucir nuestra mejor reserva de solidaridad (“todos somos responsables de todos”, escribió Saint-Exupéry), se va a convertir al final en una prueba del amor de los españoles por esa libertad tantas veces negada. Movilizarse por la libertad, como en los peores tiempos del franquismo.